El escándalo de Volkswagen1 por el fraude en la medición de las emisiones de sus motores diésel es la última chorizada de una empresa alemana que prodiga lecciones de moralidad en Europa.
El Crédit Suisse estima en hasta 78.000 millones de euros el perjuicio que el “diéselgate” puede ocasionarle a la primera empresa automovilística de Alemania. Una bonita suma. Por sí sola ya supera en un 60 por ciento el costo del mayor vertido petrolero de la historia, la catástrofe Deepwater Horizon de la compañía BP en el Golfo de México, hace cinco años. En París, Axa Investment Managers cree que el asunto le costará a Alemania alrededor del 1,1 por ciento de su Pbi.
Según el economista Andrew Rose, un gurú de la ciencia de la exportación y el comercio, de la Universidad de California, cada punto de caída en el índice de simpatía que un país suscita resta un 0,5 por ciento a las compras procedentes de ese país. Sin contar siquiera el efecto que el siniestro “factor Wolfgang Schäuble” (ministro de Finanzas de Alemania) ha tenido sobre las maltrechas germanofilias en el sur de Europa, es evidente que el caso Volkswagen va a tener consecuencias devastadoras, pronostica el avispado economista alemán Thomas Fricke. El sector automovilístico representa más del 17 por ciento de la exportación alemana. Pocas cosas podían hacerle más daño. Con todo esto en la mollera, la pregunta que se impone es bien simple: ¿qué ha pasado entre Estados Unidos y Alemania para que una agencia del gobierno lance tamaño torpedo contra Berlín?
Ignorar esta pregunta sería mucho peor que pensar cándidamente que los parámetros de emisiones de los automóviles los deciden los burócratas de Bruselas, o que la ausencia de un límite de velocidad en las autopistas alemanas lo decide el cuerpo de diputados del Bundestag. La industria del automóvil pesa mucho en la política. Tiene centenares de lobbistas en Bruselas (oficialmente 240 declarados, 43 de ellos de Volkswagen), que son los que preparan las normas y envían los proyectos de ley a los políticos como platos precocinados. Se vio claro en 2013, cuando Merkel vetó y pospuso hasta 2022 normas en materia de emisión, de acuerdo con un guión conjunto de Daimler-Benz y Bmw. La conexión entre políticos y grandes empresas es estrecha y conocida. Antaño propiedad pública, Volkswagen es aún hoy propiedad del land (estado) de Baja Sajonia (en un 20 por ciento), y todos los políticos de ese land (por ejemplo el ex canciller Gerhard Schröder o el actual vicecanciller Sigmar Gabriel) mantienen estrechos vínculos con la casa. El gobierno alemán conocía perfectamente el fraude que ahora ha estallado, como sabían los tecnócratas de Bruselas que los procedimientos para medir emisiones son un timo capaz de competir con el de la estampita. Lo mismo vale para la proyección mundial y mediática de estas gigantescas y poderosas empresas.
Se ha hablado mucho del origen nazi de Volkswagen (la Seat española también fue una criatura del régimen franquista), pero mucho menos del papel que esta empresa desempeñó, por ejemplo, durante la dictadura de los generales brasileños (1964-1985), confeccionando para los militares listas negras de sus empleados, cuando su jefe de seguridad en San Pablo (desde 1959 hasta 1967) era Franz Stang, ex comandante de los campos de exterminio nazis de Sobibor y Treblinka, como ha recordado oportunamente el portal German Foreign Policy.
En París, Le Canard Enchaîné ya denunció el chantaje al que sometió a una veintena de diarios regionales la agencia encargada de comprar los espacios publicitarios de Volkswagen en la prensa francesa: si querían seguir recibiendo publicidad, y a fin de no perturbar la campaña publicitaria, debían renunciar a publicar informaciones sobre el “diéselgate” durante los días en que se publicaran los anuncios. Sólo tres diarios, de una veintena de involucrados, protestaron… Por desgracia este es el mundo real, y en este mundo hay que ir con el escepticismo y las preguntas por delante.
Quien crea que asuntos de tanta trascendencia como un puñetazo en el bajo vientre de Alemania los decide un plomero de la agencia ambiental de Estados Unidos, se equivoca. Cuando se dispara un torpedo de tal calibre contra un país amigo es que algo no anda bien en la relación y se quiere lanzar una advertencia, por lo menos. Las negociaciones del Ttip, el acuerdo de “libre comercio” entre Europa y Estados Unidos diseñado para ponerle la guinda a la gran involución actualmente en curso, no van bien. En el mundo en general, cada vez más cosas escapan al control de Estados Unidos, que por ejemplo en Oriente Medio parece carecer de toda estrategia coherente. Más que nunca hay que mantener bien amarrados a los vasallos europeos. No sé por dónde vienen los motivos de esta fenomenal colleja que ha recibido Merkel, pero no duden de que la ha recibido con toda la bendición del poder imperial.
* Corresponsal del diario español La Vanguardia en Francia.
1. Véase Papelera, Brecha, 2-X-15.