“Que se rompa de una vez, porque si no esto es una agonía constante, y este ya es el tercer gobierno del Frente Amplio”, dijo Ana Laura de Giorgi en referencia a ese “algo” que parece romperse entre el progresismo y los movimientos sociales. Esta tensión constante entre la sensibilidad de “izquierda” y los gobiernos que así se definen desde el Estado recorre el continente, en momentos en que el consenso neoliberal ha sido sustituido –o reconvertido– por el consenso de los commodities. El caso uruguayo es bien particular, ya que el proceso de acumulación histórica es más lineal y claro que en otros países, con una izquierda partidaria nucleada casi en su totalidad en el Frente Amplio, hijo natural de la protesta social. Gabriel Delacoste lo desarrolló en la mesa. “La relación entre la protesta social y el Frente Amplio es muy carnal, para bien y para mal. Cuando funcionó a favor de la formación del FA era muy central para su estructura, y cuando el Frente Amplio actúa contra los intereses de actores que ejercen la protesta social es doblemente dolorosa para todas las partes, ya que el FA siente que no están sabiendo reconocer su capacidad de canalización de las demandas, y quienes se movilizan sienten que están siendo traicionados.” Según él, la duda entre “articular con los movimientos sociales” o “pactar con el resto del sistema político” está presente en el progresismo desde la resistencia al modelo neoliberal de los noventa, cuando “estaba empezando a ser legitimado como un actor más del sistema político, cosa que hasta ese momento no era tan evidente”. Esto llevó, dijo, a una “moderación programática” y una “elitización del partido”, en desmedro de su condición de movimiento social. Pero esta contradicción, siendo gobierno, se explicita aun más. Para Delacoste, “si no se hubieran dado las espectaculares condiciones económicas que hubo en el primer gobierno, el Frente hubiera tenido que elegir, pero como tuvo plata pudo hacer las dos cosas. Ahora que no hay plata esa pregunta cobra actualidad”.
El discurso de Daniel Buquet valoró las últimas tensiones del tercer gobierno progresista de un modo bien diferente: “El Estado es violencia organizada y cualquiera lo sabe (…) reprime y punto. En democracia la represión es por definición civilizada, dosificada, se respetan los derechos humanos, pero si hay que dar palo, se da palo”. Y ejemplificó. “Cuando los policías tienen que reprimir a los barrabrava de Peñarol o Nacional nadie dice que se criminaliza la simpatía deportiva. Si en una manifestación social, aunque sea la más legítima del mundo, un grupo se tapa la cara y se pone a romper vidrieras, la Policía le va a dar palo. Es lo usual, y así funciona la sociedad con Estado.” Para De Giorgi “no se trata de un problema de locas o locos sueltos que son radicales y tiran piedras, sino que es una discusión acerca de los derechos humanos que la izquierda no sabe dirimir, y no se ha encarado profundamente”. Buquet no advierte especiales sorpresas en lo que representa el Frente Amplio: “una izquierda sistémica, en el doble sentido, que no cuestiona la institucionalidad democrática ni tampoco la supervivencia del sistema capitalista, no una izquierda revolucionaria sino reformista”, y esto “hace inevitable que algunos izquierdistas digan que el FA no es izquierda y se genere protesta social. Esta tensión no solamente es razonable sino que va a ir en aumento”. Para el director del Instituto de Ciencia Política este punto no es un problema para el FA, que “no va perder las elecciones por no atender las demandas de algunos movimientos radicales sino por cuestiones económicas”. Delacoste matizó: “los partidos no pierden solamente elecciones, a veces pierden otras cosas más profundas, como el relacionamiento con su base social”.
EL FA Y LOS MOVIMIENTOS. “No podemos meter en la misma bolsa a movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo junto a los movimientos de trabajadores y estudiantes, ya que estos últimos son una extensión de las estructuras partidarias. No tienen identidad propia, no tienen demandas y agendas propias más allá de estas estructuras. Debemos dejar de considerarlos como movimientos sociales, deberíamos buscar otro nombre”, planteó De Giorgi. Delacoste se manifestó “radicalmente en contra” y dijo hacer una “defensa enfática” de la “bolsa” de movimientos sociales: “En la práctica generaron bloques que articulan. La seguridad de la marcha de la diversidad la hizo el Pit-Cnt muchas veces, yo estuve en una asamblea de Adur donde se votaron fondos para el No a la Baja, las organizaciones feministas hacen talleres de sensibilización en sindicatos, esas cosas pasan todo el tiempo y los vínculos son muy fuertes, y hoy funcionan como un bloque”. Y agregó: “Tampoco creo que sean lo mismo que el gobierno, por un lado porque el movimiento sindical y el estudiantil son pilares fundamentales de los otros movimientos sociales, y por otro porque repasando la prensa podemos ver fácilmente que se la han pasado peleando, y hasta rechazaron la pauta salarial del gobierno”.
Buquet también discrepó en este asunto con De Giorgi: “Los viejos movimientos sociales no son una extensión del Frente Amplio, en todo caso sería al contrario. Si tuviera que elegir, no diría que dejáramos de llamar movimientos sociales justamente a los que tienen miles de afiliados, sino que buscaría un nombre para los nuevos movimientos”. Según él, esto tampoco representa un problema: “El problema más grande no lo tiene el Frente Amplio, sino que lo tienen los viejos movimientos sociales, los sindicatos y los gremios estudiantiles, con la natural inflación de demandas frente a lo que el gobierno quiere o puede dar. El Frente Amplio no sufre, son los dirigentes los que viven en carne propia la tensión entre un gobierno amigo y una masa que demanda”.
LA IMAGINACIÓN Y LOS LÍMITES. ¿El FA llegó a su límite para poder integrar o cooptar las demandas de los movimientos sociales?, preguntó la moderadora Rosario Touriño, editora de Política de la casa. Delacoste contestó que no, que en todo caso eso dependerá de la confianza de los movimientos sociales para permear al partido. De todos modos, visualiza que pueden existir límites en tres direcciones. “El Frente Amplio al elitizarse pierde capacidad de permeabilidad, porque al estar comprometido con un patrón de crecimiento basado en el capital trasnacional no va a ser capaz de canalizar otras demandas, pero también porque las propias demandas deben ser repensadas, ya que cada vez van a ser más complejas.” Remarcó los temas ambientales: “En ese caso me parece muy claro que hay un problema de oposición, y que no es un tema de límites. Hay demandas que el gobierno no va a poder cumplir con este programa que tiene, y punto”. Sin embargo, según Buquet, “los gobiernos del Frente Amplio han sido los más ecologistas de todos los gobiernos uruguayos”, más allá de que antes del conflicto de la educación y del No a la Baja las manifestaciones contra Aratirí habían sido de las más convocantes. Y agregó: “El Frente Amplio como gobierno hizo innumerables políticas públicas tomadas de las reivindicaciones de los viejos y nuevos movimientos sociales”.
De Giorgi amplió el debate: “Que el Frente Amplio haya recogido con diversas estrategias algunas de las demandas de los nuevos movimientos sociales de ninguna manera significa que esté consustanciado con estas causas, que las comprenda realmente, ni que haya algo más profundo, que creo que es lo que necesitamos, y es un cambio cultural, un cambio de matriz, mucho más importante que esta democracia de derechitos que tiene un alcance muy corto”. Y agregó: “Cuando está todo muy ordenado no hay espacios para fugas, no hay aire para que alguien se salga de lo políticamente correcto y realice un planteo disruptivo, para que se discuta y se cuestione lo incuestionable”.
A pesar de las diferentes sensibilidades con respecto al rol de los movimientos sociales y la centralidad de los partidos, los tres panelistas dejaron entrever una falencia: la falta de valoración de la autonomía de los movimientos sociales y su potencial transformador más allá de las estructuras conocidas. Si esa posibilidad no entra en el análisis, la oportunidad de inventar, de imaginar y promover nuevas formas de construcción queda relegada ante el burocrático diseño de las políticas públicas.