El próximo 29 de mayo los frenteamplistas decidiremos, en elecciones abiertas, quién será el quinto presidente en la historia de la fuerza política, después de Liber Seregni, Tabaré Vázquez, Jorge Brovetto y Mónica Xavier. Si bien los habilitados a votar son los adherentes, el hecho de que sea posible obtener esa condición en el mismo acto de votar hace que la posibilidad de participar esté al alcance de cualquier frenteamplista al que le interese hacerlo. El Plenario del Frente Amplio habilitó como candidatos para esa instancia a cuatro militantes y dirigentes, de distintas edades, pero todos ellos con una notoria trayectoria política.
El propósito de esta nota no es discutir cuál de esos candidatos sería mejor presidente del FA, sino plantear un par de criterios que creo que deberíamos tener en cuenta en el momento de elegir.
El primero es que el presidente (y es “el” porque todos los candidatos son hombres) debe dedicarse a esa tarea a tiempo completo y ella no puede ser compatible, por su magnitud, con ninguna otra actividad política. Esto ya fue discutido extensamente cuando Brovetto fue ministro además de presidente del FA y, más tarde, cuando se eligió a Mónica Xavier como presidenta, imponiéndose el criterio de que esa función no podía sumarse a la de ser senadora por el Partido Socialista.
Luego se planteó modificar este criterio, más tarde se lo ratificó y hoy parece ser ya un valor aceptado. Sin embargo, no está de más recordar que ésas son las reglas y que quien sea elegido deberá, mientras sea presidente del Frente, dedicarse en exclusiva a esa tarea política.
El segundo criterio tiene que ver con la necesidad de que el presidente del FA mantenga cierta equidistancia con los sectores que integran la coalición y represente asimismo a la otra parte de la fuerza política (la mayor: sólo así se explica la rotación en las mayorías internas): el movimiento, los miles y miles que votamos una vez a unos y otra vez a otros, pero sólo somos frenteamplistas. Y esas condiciones (y más juntas) sólo pueden cumplirlas los independientes.
La olla de grillos que prometía en el 71 ser el Frente, al unir bajo las mismas banderas a gente que hasta poco antes estaba en las antípodas, sino ideológicas sí de su praxis: marxistas y cristianos; socialistas y comunistas; revolucionarios y socialdemócratas, sólo pudo devenir en partido político porque esa difícil hora convocaba a la unión y porque hubo muchos tejedores zurciendo, que veían más allá de los grupos e intuían la fuerza de la herramienta que se estaba construyendo. El primero de ellos, Seregni. Y así creció y se consolidó el FA, y muy pronto fue mucho más que la suma de sus partes.
Y cuando alguien proveniente de un sector debió asumir la difícil tarea de llevar el rumbo, eso mismo lo llevó rápidamente a colocarse por encima de los grupos y transformarse en patrimonio común: el caso de Tabaré Vázquez.
En estas horas en que discutimos si lo que hace falta en el Frente es una actualización o una reconceptualización, en que se duda si es más importante la coherencia o la novedad, la conducta o el discurso mediático, se precisa un timonel muy firme que mantenga el barco en equilibrio y apuntado en la buena dirección. Tarea, creo yo, para independientes. Como Seregni, como Crottogini, como D’Elía, por citar sólo a los más notorios.