«Cada alumno es un gran líder.” El eslogan resume el espíritu de Initium, el centro de desarrollo de líderes emprendedores de la Universidad de Montevideo (UM). “Innová”, “emprendé”, “liderá” son las tres palabras que resuenan en el sitio web, cual mantra craneado desde una charla motivacional Tedx. El objetivo queda clarísimo, los estudiantes aprenderán cómo hacer planes de negocios y planes de marketing, pero además tendrán acceso a una red de mentores. Al cliquear sobre otro link, desfilan los emprendedores exitosos de la casa, cada uno posa para la foto junto a su producto innovador. Allí nos enteramos, por ejemplo, de que la idea de los almacenes de barrio modernizados Kinko surgió de la mente de Juan Ravecca y Nicolás Torres.
Ravecca, de 32 años, vivía a fines de 2012 en Chile con “un trabajo estable y bien remunerado y acababa de tener una hija”. Salía a comprar cosas para él y su mujer, y lo hacía siempre en un almacén perteneciente a una cadena. “Tantas idas y vueltas al local en Chile lo hicieron notar que en Uruguay había una gran cultura de almacén, pero éstos también tenían muchas características negativas. A veces lo que tiene es que es un poquito sucio, un poquito viejo, las góndolas medio vacías”, prosigue el relato, casi una historia de vida. “¿Por qué no modernizarlo para mantener todo lo bueno y eliminar lo malo? ¿Por qué no un local que cumpliera la necesidad de compra rápida y cercana pero en un lugar ‘más agradable, más del estilo de un súper’?” Cambadu feliz y contento.
Según los mentores de la cadena “cálida y veloz”, Kinko ya tiene 12 sucursales, 115 empleados y a diferencia de los oxidados almacenes funciona, sin espacio para la siesta, desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche. “Nuestro objetivo es llegar a ser el almacén de barrio de todos los uruguayos, y no sólo de la gente de Pocitos o de Carrasco o del Centro, como estamos hoy, sino del Prado, Malvín, donde sea”, dicen. Torres fue el amigo que se sumó al proyecto, ya que “como hijo de un gerente general del Géant tenía conocimientos del ambiente del retail” (que viene a ser el de la venta minorista). Y colorín colorado.
El fondo de emprendedores de la UM, una cantera de empresarios juveniles y por qué no de futuros directores o Ceo –co-
mo se dice ahora– de grandes firmas, es uno de los proyectos financiados por el Estado uruguayo, a través de la ley de donaciones especiales de 2007. Esa universidad recibió el año pasado casi 13,3 millones de pesos (o casi medio millón de dólares) de 29 empresas. En realidad, como las empresas no donan efectivamente todo ese dinero sino que deducen impuestos, hay que decir que aproximadamente 10,6 millones son aportados por Rentas Generales (el Estado) mediante renuncia fiscal (impuestos a las rentas y patrimonio no cobrados). De ese modo, el Ministerio de Economía (Mef), amo y señor en la aplicación de esta ley, decide apoyar una de las misiones de la UM: formar graduados que, con sus proyectos finales, planes de negocio y planes de marketing, “han contribuido a la mejora y profesionalización de la comunidad de negocios de nuestro país”.
La formación de emprendedores es uno de los destinos más importantes del dinero aportado por los donantes empresariales (no, perdón, por el Estado) a las cinco universidades privadas. El mecanismo es muy eficaz, porque si bien es el fisco nacional quien pone la plata, la orientación de los rubros es dirigida por las empresas y las universidades, en una sinergia ideal. Por esta vía casi gratuita de mecenazgo (“Bajen el costo del Estado, por favor”), las empresas pueden incubar a sus futuros cuadros directivos, a la futura élite empresarial en centros a su medida.
No ha sido sencillo para Brecha acceder al tipo de proyectos financiados, ya que el Mef no los divulga, ni tampoco los criterios de selección y evaluación aplicados, o sus resultados. Se puede retrucar que no son los donantes o las universidades quienes eligen las propuestas estimuladas sino Economía, pero hasta ahora no se ha conocido que el ministerio haya rechazado alguna de ellas y las haya reformulado de acuerdo a otros objetivos. En función de ello, el corte de los proyectos financiados está escorado hacia el emprendedurismo y las tecnologías de la información y la comunicación (Tic). “Sé un empresario exitoso” es el mensaje que alguna de las universidades replica de modo entusiasta y eficiente, como si estuviera compitiendo por ser la mejor escuela de negocios.
Las universidades privadas están en todo su derecho a decidir su oferta educativa o su plan de marketing, y está claro que aportan un complemento en algunas áreas. Pero, sin abordar acá la cuestión de las exoneraciones fiscales totales gozadas por la enseñanza privada, es bastante más discutible que manejen la batuta para resolver el uso del dinero público dispuesto para la investigación y el desarrollo, el dinero-país, diría un desarrollista. Y es decididamente discutible que tales “comunidades de negocios” uruguayas deban ser financiadas por el Estado a través de impuestos no cobrados.
Si bien hay variadas definiciones de innovación, resultaría curioso que Kinko (o los minisúper Ta!) o una aplicación para pagar las cuentas califiquen para un concepto que, en su mejor versión, aspira a una valorización de los procesos productivos algo más sofisticada y vanguardista, y remitan a ese “país de primera” de las campañas electorales. Más bien postulan para adaptaciones o copias locales en el rubro de los servicios y distan bastante de lo que se conoce como innovación científica o incluso tecnológica. Cuando el ministro de Economía, Danilo Astori, argumentó enfáticamente contra la revisión del mecanismo de las donaciones especiales, ¿en qué tipo de innovación o investigación estaría pensando?
Hay una palabra no muy amigable para el oído llamada prospectiva; otros discípulos cepalinos preferirán hablar de planificación para el desarrollo. Eso es lo que se exporta desde los estados de bienestar más admirados, los países top en los rankings de innovación, educación, desarrollo humano, indicadores ambientales (piense en el que más le guste: Finlandia, Noruega, Suecia, Holanda, Canadá…). Si Uruguay viene cambiando su matriz energética, si –más allá de todos los dilemas– apunta a complejizar su modelo forestal, ¿no sería la innovación, la ciencia y la tecnología en esas áreas las que debería estimular? Es el mínimo ejercicio neodesarrollista a pensar: ¿cuántos recursos humanos posee en esos sectores?, ¿cuántos ingenieros –no sólo de sistemas, hay vida más allá de las Tic– necesita Uruguay para incorporar nuevos eslabones en esas cadenas?, ¿el gobierno lo está estudiando? Más allá de los debates que pueden surgir en torno al dirigismo estatal sobre la ciencia y el desarrollo, está claro que desde la lógica del gobierno es ese el tablero que debería desplegarse y dónde colocar las fichas es algo que no debería depender de la exclusiva voluntad del equipo económico.
La controversia es más que nada simbólica, porque al Estado no le va la vida con el millón y medio de dólares anuales que vuelca para apoyar los proyectos de las universidades (tampoco, seguramente, a los centros terciarios privados; otras fuerzas se desatarían si se abriera la discusión por la exoneración de aportes patronales del que gozan, a diferencia de la educación pública). Aquí se juega algo más en el plano ideológico, no sólo en los términos de Marx sino también –¿por qué no?– en los de Rousseau. A menos que alguien haya cambiado ya indefectiblemente los papeles del contrato social, sería el Estado –en su concepto más amplio y como depositario de la voluntad general– el que debería dirimir a dónde va la inversión destinada a esa cosa tan inasible llamada desarrollo. Lo contrario sería pensar que ese contrato ya dejó de representar a la polis, y que el bolígrafo ya está decididamente en manos de quienes escribieron hace rato el plan de negocios.