Las artes marciales forman parte de la rutina diaria de la mayoría de los habitantes de Japón. Entre las disciplinas más practicadas se encuentran el kendo, el karate, el jiu-jitsu y el judo, que incluyen una faceta competitiva, por lo que pueden integrar eventos deportivos nacionales e internacionales. El origen de estas disciplinas es la tradición guerrera samurái. Con el tiempo, estas destrezas físicas, estas refinadas técnicas de defensa y neutralización del oponente, ya sea con armas blancas o a mano limpia, fueron evolucionando junto a su sociedad y pasaron a significar, además, un camino de trabajo interior y superación espiritual. El primitivo instinto de defender la vida en un combate se complejizó y redireccionó el concepto de adversario. Aspectos negativos propios, como los miedos, la inseguridad y todos aquellos sentimientos que impiden superarse y estancan al individuo, se convirtieron en el enemigo a vencer.
El cambio en la conformación sociopolítica de Japón permitió transformaciones aun más profundas en las artes marciales. Resultado de esto es, por ejemplo, la aparición del aikido, una disciplina que fusiona fragmentos de otras, conserva toda la etiqueta marcial y samurái con la única diferencia de haber sido vaciada de toda violencia por su fundador, Morihei Ueshiba. Esto quiere decir que puede practicarse, como su nombre lo indica, como un camino para unificar la energía (la propia, la del oponente y ambas con el universo). Cada movimiento puede tomarse como una filosofía aleccionadora. Por ejemplo, la base de esta disciplina es la caída, si no se aprende a caer no puede avanzarse en la práctica (toda una metáfora de la vida misma). Disocia la violencia y el atacante, dejando en claro que la violencia es el enemigo, no la persona. Implica un trabajo con uno mismo y, a través de la técnica, con el otro.
Más ilustrativas son las frases del iniciador de esta disciplina: “La verdadera vía de las armas consiste no solamente en neutralizar al enemigo, sino en dirigirlo de manera que abandone voluntariamente su espíritu hostil. En el arte de la paz no hay contiendas. El verdadero guerrero es invencible porque no lucha con nadie. Vencer significa derrotar la idea de disputa que albergamos en nuestra mente. La fuerza de un hombre no está en atacar, sino en resistir los ataques”. Parece revelador un camino que acepta las situaciones que pueden implicar –en términos metafóricos o no– la muerte, aunque trabaje por la paz y la erradicación de la violencia.
Sin embargo, en el Congreso Internacional de Aikido de setiembre de este año, en la ciudad de Takasaki, algunos de los problemas a atender giraron en torno a la ausencia de competencia deportiva que caracteriza a este arte. No hay medallas ni trofeos y esto supone un problema. En Japón la disciplina va quedando en cuarto o quinto lugar en popularidad, ya no se participa como antes de las demostraciones y esto supone un conflicto económico. Sin competencia mediante, un lindo show de habilidades no genera emoción. Sin ingresos y sin interés, se vuelve necesario buscar otros elementos que mantengan viva la tradición de esta disciplina, so pena de desaparecer. La práctica del aikido parece no encajar con los sistemas de prioridades y valores de un mundo que no busca el arte de la paz sino el arte de la guerra. Hoy los intereses pasan por acumular logros visibles, objetos que puedan dar cuenta de quiénes somos, en vez de cualidades que nos hagan quienes somos. Ser más que existir. Considerado como una de las diez artes marciales letales del mundo, el aikido se diferencia en que elige conocer cómo dañar para no dañar, elige conocer la violencia para no ser violento. En el extremo metafórico, toma conciencia de la muerte para elegir la vida. “El arte de la paz no es fácil. Es una lucha hasta el fin. En algunas ocasiones la voz de la paz resuena como un trueno sacudiendo a los seres humanos y sacándolos de su letargo.”