Bajo la presidencia de Donald Trump es necesaria una revisión constante de lo ocurrido en los últimos meses, porque las viarazas del presidente borran y hacen olvidar todo intento de coherencia.
Hace menos de cuatro semanas, y tras el fracaso del intento de derogar y remplazar la reforma del sistema de salud promulgada por su predecesor, Barak Obama, a Trump lo asediaban las numerosas investigaciones sobre la naturaleza de los vínculos entre su campaña electoral y Rusia.
Una campaña durante la cual Trump prometió que le plantaría cara a China por la manipulación de la moneda y el robo de empleos estadounidenses, que haría que México pagara por un muro en la frontera, que mandaría al tacho a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) a menos que los socios europeos pagaran más por la factura. Prometió que forzaría a México y Canadá a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y si no conseguía todo lo que quería, al tacho también con éste. Durante la campaña, Trump indicó que el problema de Siria y del régimen de Bashar al Asad era asunto de los sirios, y que Estados Unidos no debería intervenir. Juró que él sabía más que todos los generales y que tenía un plan secreto para liquidar al Estado Islámico (EI). Durante toda la campaña electoral Trump anduvo haciéndole requiebros a Vladimir Putin, tolerando la ambición rusa en Crimea y Ucrania.
En su discurso inaugural, el 20 de enero, Trump advirtió al mundo que a partir de ese momento la política exterior de Estados Unidos tendría una sola premisa: “America first”. Trump aseguró que Estados Unidos no es el policía del mundo y que su gobierno no se metería en líos ajenos a menos que amenazaran la seguridad del país. La embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, advirtió que su país llevaría la cuenta y anotaría los nombres de los países que se dicen amigos, pero no siempre votan a favor de Washington, mientras el gobierno de Trump amenazaba con cortarle fondos a varias operaciones de la Onu. Trump prometió que Estados Unidos se saldrá del Acuerdo de París sobre el cambio climático y que si China no le jalaba la rienda a Corea del Norte, “nosotros lo haremos”.
RETRACTACIONES. En los últimos dos meses Trump se ha distanciado de Putin, ordenó una operación de las fuerzas especiales Seal de la Armada en Yemen, bombardeó un aeropuerto de Siria con 59 misiles, autorizó el lanzamiento de una súper bomba en Afganistán, y ordenó el envío de una flotilla encabezada por el portaviones Vinton hacia aguas vecinas de Corea. Su gobierno considera la posibilidad de declarar como grupo terrorista a la banda criminal Mara Salvatrucha, nacida en Los Ángeles y que extiende sus operaciones a varios países de América Central, abriendo otro frente de batalla.
Trump ahora dice, además, que la Otan es muy importante, que la Onu es muy importante y debería actuar de forma más decisiva, que el muro en la frontera con México lo pagarán los contribuyentes estadounidenses, y que confía en los generales para la conducción de la política armada de Estados Unidos en el exterior.
Mientras que, durante la campaña, Trump denigró al EximBank, la agencia que ayuda a financiar las exportaciones estadounidenses, la semana pasada aseguró que el EximBank cumple un papel importante.
Quizá la agachada más importante de Trump, que quedó escondida por los misilazos en Siria, fue la ocurrida en la residencia privada de Mar-a-Lago, Florida, donde el presidente de Estados Unidos agasajó a su homólogo chino, Xi Jinping, y salió hablando bellezas sobre un futuro de cooperación entre Washington y Pekín. Trump no volvió a mencionar la noción de que “China manipula la moneda y roba empleos”. Estados Unidos es el mayor mercado mundial para las exportaciones de China, y su mayor acreedor externo hasta fines del año pasado. A la vez, las importaciones de China se han tornado vitales para los consumidores estadounidenses.
En lugar de demandarle a Xi que le apriete las clavijas a Corea del Norte, Trump escuchó la versión china de la situación en aquella región del mundo y luego describió como un “gran honor” su encuentro con Xi: “Después de escucharlo por diez minutos me di cuenta de que la cosa no es tan fácil”, dijo Trump al diario The Wall Street Journal. “Xi habló de la historia de China y Corea. No Corea del Norte, sino Corea”, relató. “Y ¿sabe? Estamos hablando de miles de años… y muchas guerras. Y Corea, de hecho, fue parte de China”, apuntó el mandatario estadounidense.
Y así, ese viernes de abril, la antorcha de superpotencia se deslizó suavemente y sin guerras a Pekín. En la década por delante Moscú y Washington jugarían de segundones.
DE LANZALLAMAS A PETARDOS. Durante las últimas semanas el mundo ha estado pendiente de los ruidos belicosos de Estados Unidos y Corea del Norte. Trump bombardeó Siria y Afganistán y desplazó flotillas y submarinos. El dictador norcoreano, Kim Jong-un, celebró el 105 aniversario del nacimiento de su abuelo, el semidiós Kim Il-sung, con un desfile de decenas de miles de soldados marchando como robots entre gigantescos misiles (o supuestos misiles) y la promesa de más pruebas nucleares y novedosos misiles que podrían llevar una carga atómica a Alaska, Japón, California o Hawái.
Al mando, en ambos países, hay dos individuos volátiles, autoritarios, narcisistas y fanfarrones. De hecho la fanfarronada es por ahora su mayor cualidad, aunque no merma el peligro que ambos significan para el resto de la humanidad. Un error de cálculo de Trump o Kim puede desencadenar una guerra.
Pero, hasta ahora, los despliegues de plumaje han mostrado poca sustancia militar.
Los 59 misilazos estadounidenses en Siria, precedidos de avisos a rusos y sirios, causaron algunas muertes y un poco de daño en la base aérea atacada, pero pocos días después el aeródromo estaba en funcionamiento otra vez, y no ha habido un seguimiento táctico o estratégico del bombardeo estadounidense. La destrucción de las pistas hubiese requerido un bombardeo desde aviones, pero a Trump y sus mandos militares no les llega tanto el enojo como para desafiar a la artillería antiaérea que Rusia le ha suministrado a Siria. El EI sigue operando, el régimen de Asad sigue matando gente. Todo lo que logró Trump fue que Putin se enojara con él.
El lanzamiento de la “madre de todas las bombas” (o Moab por sus siglas en inglés) el 13 de abril en Afganistán fue calificado por el ex presidente afgano Hamid Karzai como “una atrocidad inmensa contra el pueblo afgano”. Karzai dijo que “Estados Unidos usó el país, de forma muy irrespetuosa, para probar sus armas de destrucción masiva”.
El Pentágono, que calcula que hay entre 600 y 800 combatientes del EI en Afganistán, sigue apoyando militarmente al gobierno de Kabul. Estados Unidos tiene unos 8 mil soldados en el país invadido en 2001, aunque los mandos militares estadounidenses han notificado a Trump que necesitan miles más para sacar al conflicto de su estancamiento.
“Desde el punto de vista estratégico parece haber un vuelco en los planes de esta administración para librar la guerra en Afganistán”, comentó James Carafano, un experto de The Heritage Foundation, un grupo conservador. “Mientras sigue transfiriendo la responsabilidad a los afganos por la defensa de su propio país y su futuro, el presidente Trump al parecer señala que, hasta que se complete la tarea, Estados Unidos hará todo lo que sea necesario para ayudarlos.”
No obstante, la Moab quizá tuvo más efecto como advertencia a Corea del Norte que como arma contra el brazo afgano del EI y sus supuestos escondrijos en la provincia oriental de Nagarhar. No ha habido corroboración independiente sobre las bajas o la destrucción de alijos causadas por el bombazo. Mientras tanto, el viernes 21 los talibán mataron a más de un centenar de efectivos de las fuerzas armadas afganas. Mandos militares estadounidenses y de la Otan sugieren que Rusia podría estar armando al Talibán, que nunca ha cesado su guerra contra Estados Unidos y el gobierno de Kabul.
Y luego está la historia de la flotilla.
El domingo 9 de abril Trump anunció que había ordenado el despacho “de una flota poderosa”, encabezada por el portaviones Vinton, que zarpaba de Singapur hacia las aguas entre Japón y Corea. Una semana después salió a luz que el Vinton y su flotilla habían cruzado entre Jaba y Sumatra para participar en ejercicios navales con Australia, lejos de Corea.
Las especulaciones sobre el gazapo no han quedado resueltas. Algunas fuentes señalan que Trump anunció algo cuando los mandos militares hacían algo diferente, y el Vinton tomó rumbo al norte recién esta semana pasada.
KIM Y SUS MISILES. Esta semana, al tiempo que el submarino Michigan atracaba en Corea del Sur, Corea del Norte llevó a cabo un ejercicio con 300 o 400 piezas de artillería de largo alcance. Y mientras representantes de alto nivel de Corea del Sur, Japón y Estados Unidos se preparaban para discutir la crisis coreana en Tokio, el régimen norcoreano siguió aumentando la jactancia de sus proclamas.
“Sería un error fatal que Estados Unidos crea que puede dominar a la República Popular Democrática de Corea con un portaviones nuclear”, señaló un comunicado en el diario oficial Rodong Sinmun, del Partido de los Trabajadores. “Es puro pamento que Estados Unidos traiga las fuerzas de una flotilla ante los ojos de la potencia nuclear del Este. Si los enemigos provocan a Corea, sus fuerzas armadas revolucionarias le asestarán golpes mortales. El ejército y el pueblo coreanos aniquilarán hasta el último de los invasores y seguirán fortaleciendo su disuasión nuclear para la autodefensa.”
El lenguaje belicoso tiene, sin embargo, un matiz peculiar: Corea del Norte habla de defensa contra los invasores. No indica inclinación alguna por iniciar una guerra. Nadie espera que Pyongyang tenga ambiciones de conquista, sólo le preocupa la perpetuación de la dinastía Kim.
“Olvídense de toda la coreografía de tropas a paso de ganso o las hileras de tanques en la plaza Kim Il-Sung”, comentó Richard Bitzinger, un experto en asuntos militares de la Escuela de Estudios Internacionales en Singapur. Aunque el espectacular desfile militar en Pyongyang “puede verse como el debut de una nueva superpotencia asiática: Corea del Norte, con un arsenal formidable de armas nucleares y los medios para descargarlas a miles de quilómetros de distancia –añadió–, es puro show. Nadie le tiene miedo a las fuerzas armadas convencionales de Corea del Norte, que son embarazosamente anticuadas, con la excepción de más de mil piezas de artillería que podrían devastar Seúl”, apuntó.
De hecho, esa fuerza militar norcoreana, que obviamente ha gastado tanto tiempo y esfuerzo haciendo desfilar a sus soldaditos, no tiene experiencia real de guerra desde el armisticio de 1953, y carece de mandos con historial de combate. Un régimen de jerarquía tan vertical como el de Pyongyang puede desmoronarse si colapsa la cúpula.
El presidente de China, que sigue abriéndose paso como árbitro, llamó por teléfono a Trump instando a Washington y a Pyongyang a que “ejerzan moderación”. China tiene su propio interés en impedir una guerra en la península coreana, y por molesto que le sea un régimen caprichoso y con juguetes atómicos, a largo plazo la perspectiva de una Corea unificada en la frontera norte china no luce como muy beneficiosa para Pekín.
Como además quiere evitar una crisis en Corea del Norte que pueda traerle millones de refugiados a través de su frontera, repitió su propuesta para la desnuclearización de la península coreana y su respeto por todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Onu en este conflicto. Pero es difícil que Kim acepte deshacerse de su programa nuclear, que garantiza su dictadura.
La única solución a la vista depende de que Kim y Trump acepten el statu quo: Corea del Norte conservará las armas nucleares que dice tener, pero congelará el programa de misiles capaces de llevarlas lejos, y Estados Unidos tendrá que aceptar la existencia de otro país con armas nucleares.
El otro interesado en el asunto, y que poco se menciona, es Corea del Sur, donde tras la destitución de la presidenta Park Geun-hye el país se prepara para una elección en la cual los dos candidatos presidenciales proponen políticas que incluyen desde un acercamiento hasta negociaciones muy cautelosas con Pyongyang.
Y el gran ausente en este embrollo es Rusia.
VOLATILIDAD Y DEBILIDAD. Corea del Norte ha estado proclamando su guerrerismo por décadas. Corea del Sur ha probado desde el desdén y el repudio hasta el cortejo con Pyongyang. China ha lidiado por miles de años con el conflicto coreano y Japón ha usado a la península coreana como puente para invadir el este de Asia. Lo único nuevo en esta región es que los norcoreanos están desarrollando bombas atómicas y siguen mejorando sus misiles.
Lo que torna más peligrosa la confrontación actual es la necesidad que tienen Trump y Kim de “hacer algo a lo macho” que los salve de una situación interna resbaladiza.
Anthony Cordesman, experto militar del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (Csis), dijo que Kim “mantiene el poder y el control exagerando constantemente las amenazas que enfrenta su país. Saca ventaja explotando cuidadosamente lo que otros estados tienden a ver como extremismo y reacción ‘irracional’. Es una forma de lidiar con la realidad de que Corea del Norte es un país económicamente débil con una fuerza militar enorme pero mayormente obsoleta”.
El escenario es, obviamente, muy distinto para Trump: la economía de Estados Unidos se ha recuperado de la última recesión, el ritmo de crecimiento es bajo pero sostenido, el desempleo bajó del 10 por ciento en octubre de 2009 al 4 por ciento el mes pasado, y el ritmo de inflación es bajo.
Es el panorama político el que tiene a Trump dando manotazos para sobrevivir, ya que su índice de aprobación entre la opinión pública está entre el 33 y el 35 por ciento, según las últimas encuestas. Las piruetas de Trump en el escenario internacional se explican por su debilidad política en Estados Unidos y el impulso por hacer algo de barullo fuera de fronteras. Muchos de sus votantes empiezan a enojarse, el Partido Republicano está indeciso entre abandonarlo y seguirlo a una posible derrota en las elecciones legislativas de 2018. Y sus adversarios, que son muchos, simplemente esperan la oportunidad para debilitarlo más.
En tres meses de gobierno, Trump no ha obtenido la aprobación de una sola ley en el Congreso, y las acciones más drásticas de su gestión han venido todas por decreto. El presidente ha abandonado una tras otra las promesas que le ganaron 62 millones de votos, sin dar el salto al centro o un poquito a la izquierda que pudiera atraerle algún respaldo entre los 63 millones de ciudadanos que votaron contra él.
Un ejemplo más de la incoherencia en el gobierno de Trump ocurrió esta semana y tuvo relación con el anunciado muro de la frontera, que según el candidato sería pagado por México de una u otra forma. Viendo que los vecinos del sur no muestran ni un poquito de entusiasmo por pagarlo, Trump trató de satisfacer a sus votantes pidiéndole al Congreso que en el próximo presupuesto asigne fondos para la faraónica obra. Los demócratas, obviamente, dijeron que no, y los republicanos, que siempre son muy pulcros cuando de déficit se trata, tampoco mostraron mayor disposición a darle los fondos. Durante el fin de semana Trump amenazó a demócratas y republicanos diciéndoles que si no votaban esa asignación, estaba dispuesto a encarar una suspensión de actividades del gobierno federal cuando se venza la actual ley de gastos.
Los demócratas asumieron la apuesta, y los republicanos –que ya sufrieron las consecuencias electorales de haber llevado su disputa con Barack Obama sobre el monto autorizado de la deuda nacional a un cierre del gobierno en 2013– salieron disparados en todas direcciones.
Dos días después Trump retiró la amenaza de cierre del gobierno. Si el Congreso aprueba algo de dinero para la famosa muralla, los ciudadanos que votaron por Trump se sentirán estafados después de haber gritado en tantas manifestaciones que México pagaría.
El otro gran revés para Trump es que se le marchitó el romance con Putin. Los mismos medios rusos que el año pasado alabaron al candidato republicano y echaron pestes contra la candidata demócrata Hillary Clinton, ahora día tras día critican a Trump, y denuncian los desplazamientos de tropas y armamento de la Otan en el este de Europa.