—¿Cómo se enteraron de que tenían un familiar desaparecido?
Maximiliano (M) —Creo que nací sabiéndolo. No tengo recuerdo.
Aimar (A) —No me acuerdo. Pero es algo que se siente en el ambiente intrafamiliar. Seguramente en algún momento me sentaron y me contaron. Estaba todo el tema de las marchas…
—¿Ir adelante en las marchas del silencio, por ejemplo?
(Asienten todos.)
Germán (G) —En mi familia hubo una ruptura. Se crearon muchas tensiones. En vez de unir, termina separando, a veces. Había muchas cosas que no entendía de chico y las fui entendiendo de a poco.
Luna (L) —Creo que, como dice Maximiliano, nací sabiendo. Me acuerdo, sí, de las marchas. Mi abuela tiene otra pareja y siempre supe que él no era mi abuelo biológico. Es mi abuelo, pero siempre supe que tenía un abuelo, Cachito, que está de-saparecido.
A —Yo lo viví bastante parecido: la pareja de mi abuela era mi abuelo, pero yo tenía muy claro que no era mi abuelo, que era otra persona.
—¿Se acuerdan de su primera marcha?
(Risas desconcertadas. No se acuerdan. Hablan todos a la vez.)
G —Me acuerdo de pensar “no quiero venir nunca más, porque no entiendo, no doy más”. Era muy cansador.
M —Recuerdo ese cansancio, sí.
L —Me llamaba la atención que todo el mundo estuviese callado y triste.
M —Eran otras épocas también. Porque cuando éramos niños no había gobiernos de izquierda.
—¿Qué cosas los vinculan con sus abuelos desaparecidos?
L —Estamos en otras épocas, para nosotros todo es diferente, pero el militar por lo que uno cree justo, o por lo que le gusta, es una señal de nuestras raíces.
A —Tenemos la herencia de la lucha, de tratar de seguir la línea de la familia.
G —Sí, de ir contra la injusticia… A mí, me dicen que tengo la misma sonrisa. Es esa tendencia a tratar de encontrar el recuerdo y traerlo con un parecido.
M —A mí también, sin dudas, me quedó eso de ir contra las injusticias.
—¿Eso les pesa?
A —Es más bien la responsabilidad de querer continuar con lo que se hizo y no dejar que se pierda. No es un peso ser hijo o nieto de.
L —Yo siento –capaz no es la palabra– un deber de seguir. Cada lucha lleva a algo y ese algo es para todos. Se luchó antes y se seguirá luchando, siempre que haya algo injusto.
—¿Se consideran víctimas del terrorismo de Estado?
G —Siento que mi madre, claramente, es una víctima, ella sufrió mucho. Pero no me puedo catalogar como víctima por su sufrimiento. Eso la cambió a ella y cambió un montón de cosas, pero víctima es la gente que lo vivió. Lo mío es una lucha para otra cosa, no me siento víctima del pasado.
L —No sé si víctima o qué otra palabra utilizar. Pero sí, el tener toda una familia implicada en la dictadura cívico-militar de Uruguay y Argentina –porque mi abuelo estuvo de ambos lados– creo que repercute. Repercute en cómo nos crió mi madre, con ese espíritu de lucha. No me siento víctima, pero sí siento la responsabilidad de no permitir el silencio y la impunidad.
M —Más bien, pasamos a ser testigos de lo que fue criarse sabiendo cómo fueron las cosas. Porque el pueblo uruguayo no sabía mucho de qué se trató la dictadura y fue averiguándolo con los años, pero yo desde el principio supe cómo eran las cosas.
—El psicoanalista alemán Samuel Gerson (véase Brecha, 12-VIII-16) creó el concepto “tercero muerto”, en referencia al efecto de la indiferencia de otro o de la sociedad, ante un traumatismo como el de la de-saparición forzada. ¿Perciben eso?
M —Sí y no. Con el tiempo fue cambiando. La Marcha del Silencio pasó de ocupar tres cuadras, diez cuadras a todo 18 de Julio, con miles de personas. Pero hubo muchos años en que la realidad fue la del tercero muerto.
L —El tema es que ya van 22 años de esta marcha y se necesita un empuje. Hay mucha gente, pero a mí me han dicho “era mejor la dictadura” o, siendo feminista, he escuchado cosas como “si tuviéramos los militares en la calle, sería todo mejor, las mujeres no andarían así, las chiquilinas no andarían asá”. Es fuerte, un poquito egoísta y hay algo de ignorancia elegida.
A —Ahí se siente personal. Nosotros no lo vivimos como víctimas, pero que digan esas cosas nos llega más.
G —Te acercás más al dolor. Para toda esa gente que no tiene familiares que hayan pasado por algo espantoso, que andaba por la calle normalmente, que tenía un trabajo, hacía las cosas comunes, era una vida “normal”. Durante la misma dictadura no sabían y muchos se tapaban los ojos. Si eso se traslada al ahora, es una cadena muy compleja. Porque si se sigue sin saber, ¿cómo te preparás? Lo importante es saber para que no se repita.
—¿Esperan algo del Estado?
M —Más compromiso con el tema. Va un poco por ahí el miedo, a que la memoria se pierda de generación en generación.
L —El año pasado vi gente sacándose fotos en la marcha, como una gracia, selfies y todo eso. No estoy diciendo que no se puede sonreír, pero hay cosas que de verdad pasaron. Entiendo que haya gente que no las haya logrado entender, vivir, o procesar, pero es nuestro país, nuestra historia y hay gente desaparecida, de la que no sabemos dónde está y qué pasó con ellos.
A —Yo creo que hay una falta de compromiso. Por ejemplo, cuando se hizo el plebiscito contra la ley de caducidad no hubo una campaña para concientizar sobre qué se estaba votando y por qué. Esa ignorancia no la justifico, pero la entiendo. Los comentarios del tipo “con una dictadura las cosas andarían mejor”, no.
M —Aparte, teniendo gente en el gobierno que sufrió las consecuencias. Sin necesidad de dar nombre –presidentes, ministros, lo que sea– asombra ver cómo no son ellos los que impulsan esa campaña.
L —Hoy en día los responsables son muy mayores, entiendo. ¿Pero por qué no pueden responder las preguntas que se les hace? ¿Por qué no pueden hacerse cargo de lo que pasó? Salir a decir. Me parece que sería de urgencia que respondan.
A —Y me parece una tomadura de pelo, por ejemplo, lo que pasó con Gavazzo, que la justicia lo autorizara a estar en el cumpleaños de 15 de la nieta (en 2016). Me parece una falta de respeto, no es un juego.
—¿Cómo piensan trasmitir esto a la próxima generación?
A —Para empezar hay que pensar en tener un hijo. (Risas.) No debe de ser algo fácil, pero no sos sólo vos, tenés a toda tu familia. A mí me lo trasmitieron mi abuela, mi madre y mi tía. Es como que está en el ambiente familiar.
—Siempre mencionan a las mujeres de la familia. ¿La búsqueda y trasmisión de memoria ha recaído sobre las mujeres?
G —Las que están vivas, en mi familia, son mujeres.
M —No sé si recayó o lo asumieron.
L —En mi caso es mi madre la única hija, y mi abuela era la única responsable de la búsqueda.
M —De pendejo, saber lo que pasó en dictadura no era algo normal. Siendo niño pensabas: “¿Y si las cosas no son tan así como me las están contando?”.
—¿Tuviste dudas?
M —Yo no. Pero sí estaba ese ambiente raro de salir y decir “soy nieto de desaparecido” y era tipo: “¡oooh!” “¡eeeh!”.
L —O contar que fui a la Marcha del Silencio y que te digan “¿qué es eso?”. Si tengo hijos, por respeto, se lo trasmitiría con la misma naturalidad con la que me lo trasmitieron. Seguramente todos nos enteramos en la marcha preguntando: “¿Qué es esto? ¿Por qué hay gente desaparecida?”. Si alguien quiere explicarles estas cosas a sus hijos es didáctico.
G —Que no sea una doctrina o algo que tengas que imponer a tus hijos: “tenés que pensar así”. Tampoco creo que esté bueno decir: “mirá las horribles cosas que me pasaron”. A veces los padres tienen eso: “¡vos tenés que ser comunista! Porque yo fui comunista y por toda mi lucha. Y vos, por tu abuelo que pasó todas esas cosas, tenés que”. Así tenés una carga.
M —En realidad es lo que hace la escuela. Primero te habla de Artigas y el primer paseo del año es al mausoleo. La escuela te habla de José Pedro Varela y te muestra ejemplos. Si pasara lo mismo con el tema de la dictadura, si te dijeran y enseguida te mostraran…
L —De la dictadura se habla recién en cuarto o quinto de liceo.
A —Me acuerdo clarísimo, en tercero de liceo, la profesora dijo “se va a hablar de la dictadura uruguaya” y después no se trató en todo el año.
M —En muchos lugares no se toca el tema. Te hablan de Artigas pero…
L —La de Artigas es una historia que ya no nos pesa.
—¿Cómo sigue este tema para ustedes?
L —Hasta que no se resuelva, seguiré buscando a mi manera. Habrá algunos más comprometidos, otros menos, pero creo que nuestra generación, la tercera generación, va a seguir buscando hasta que alguien diga, por lo menos, algo.
M —En toda esta nube de pedos que es la adolescencia, es difícil decirle a nuestras madres ahora: “Estoy contigo, te doy una mano”. Pero el día de mañana, cuando esté más acomodado, obviamente voy a hacerlo. Porque me crié así, atrás de una mujer que busca respuestas. Si se pierde eso, es como que su lucha es medio al pedo.
L —Una falta de respeto sería, me parece.
A —Tenemos la responsabilidad de seguir y de trasmitir, que no se pierda, que no se quede en nosotros.
L —Responsabilidad en el buen sentido.
G —Es muy personal, pero siento cansancio y dolor. Siento que tenés que hacerlo porque hay que hacerlo. Pero a la vez, lo entiendo. ¿Yo qué sé? Me estoy buscando yo y me cuesta buscar a otra persona.
L —Perdón que me meta, pero, buscarte a vos mismo, me parece primordial para entender otras cosas. Segundo, es parte de la lucha buscarse y luchar por lo que uno quiere.
G —Pero es: buscarte, buscar al abuelo, y con eso buscarse a uno y avanzar. ¿Hasta qué punto vamos a seguir con lo mismo? ¿Va a seguir toda la vida eso o vamos a llegar a un punto en que vamos a decir ya…?
L —Yo, hasta que no venga alguien a decirme qué pasó, voy a seguir sola igual, de viejita.
—¿Hasta que te digan qué pasó con tu abuelo o hasta que te digan dónde están todos?
L —Dónde están todos.
A —Hablando de la imposición de “ser como”, creo que asumir la lucha es luchar por lo que vos querés. Si bien, en mi caso, mi abuelo era comunista y yo también lo soy, no es una imposición. Hay que decidir a partir de sí. Es una herencia que tenés que adaptar.
L —Cada uno lo vivió como lo vivió. Detrás de cada desaparecido hay un mundo. Si superáwws esa situación –no el abuelo de-saparecido, sino la relación con el tema– me parece que ya ganaste.
A —La marcha hay que hacerla hasta que se sepa, pero incluso cuando se sepa. No hay que olvidar que eso pasó y que puede pasar de nuevo. Vivimos en Latinoamérica y a medio pasito hay represión todos los días, a medio pasito más hubo un golpe de Estado “constitucional”. Los abusos de poder son cosas que se deben repudiar.
M —También es aprendizaje. Recuerdo, la primera vez que ganó el Frente Amplio, en 2004: salir al Memorial (de los Detenidos Desaparecidos, en el Cerro) que está en el barrio, estar con mi vieja y ver que leía el nombre de su viejo y lloraba sin parar y poder entenderlo: para esa gente, que por primera vez hubiera ganado la izquierda era muy importante. Ahora yo no estoy tan a favor de este gobierno de izquierda… A mi vieja le cuesta un poquito más, porque fue la lucha de toda su vida. Les cuesta, una vez que ganó la izquierda, decir “tal persona está haciendo las cosas mal”. Hay diferencias, pero apuntamos para el mismo lado.
—¿Dicen que no tienen ese compromiso que sienten sus familiares con el Frente Amplio?
M —Claro. Tampoco conocimos los otros gobiernos. Siempre te repiten: “antes era peor”. Yo sé. Pero se trata de seguir mejorando.
A —Es un equilibrio entre no olvidarse de lo que pasó y que hubo toda una lucha para que pasara lo que pasó y seguir pensando que se tiene que seguir avanzando, abundante.
[notice]22º Marcha del Silencio
Mañana sábado, como todos los 20 de mayo desde hace 22 años, la convocatoria es la montevideana esquina de Rivera y Jackson a las 19 horas, en silencio, sin consignas ni banderas partidarias. En esta oportunidad la consigna será: “Impunidad. Responsabilidad del Estado. Ayer y Hoy”.
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Los nietos, los abuelos
- Luna Benvenutto Prieto (22): es nieta de Ruben Cachito Prieto, desaparecido en Buenos Aires en 1976 a sus 24 años. Luna estudia psicología y milita en movimientos feministas.
- Aimar Medina Paitta (19): es nieto de Antonio Omar Paitta Cardozo, desaparecido en Montevideo en 1981 a sus 39 años. Aimar cursa bachillerato de informática en el Instituto Tecnológico de Informática de la Utu y está haciendo un curso de técnico de sonido. Milita como “aliado feminista” y “en general, por los derechos de los trabajadores y lo que tenga que ver con igualdad”.
- Germán Tanco (17): es el nieto de Miguel Mato, desaparecido en Montevideo en 1982, a sus 29 años. Germán está en 5º artístico, y le gusta tocar la guitarra, como a su abuelo. También el teatro y la música. Es afiliado a la Juventud Comunista, pero ahora no está militando “por estudios, y otras cosas”. Concurre a manifestaciones, pero no se considera militante: “soy por la mía en muchas cosas”. Cuando tenía 13 años escribió: “La memoria es el arma más destructiva de la muerte”.
- Maximiliano Boiani Montes de Oca (22): es nieto de Otermín Laureano Montes de Oca, desaparecido en Montevideo, en 1975 a sus 45 años. Maximiliano prepara exámenes de bachillerato “para terminarlo de una vez”. Sale en dos murgas jóvenes y toca música con una banda. Perteneció a gremios estudiantiles y también estuvo vinculado al Partido Comunista, pero ahora no milita: “estoy fuera de las canchas últimamente”.
Fotos con vida
Brecha pidió a los entrevistados que llevaran una fotografía de su abuelo. Germán llega con una un poco baqueteada, probablemente por andar en bolsillos. Él la llevaba en el de su camisa. Explica que es lo bueno de ese formato pequeño, pero se ríe pensando en cómo hacer para que luzca en esta nota. En la imagen, su abuelo toca la guitarra y sonríe, igual que él.
Luna trajo dos impresos plastificados tamaño A4. Uno del diario La Mañana (1969) con una conocida foto de su abuelo; el otro con una ampliación de esa imagen. Se lo ve en primera plana, junto a otros jóvenes, resistiendo la represión policial. Ella explica que, con su madre y su abuela, prefieren esa imagen a la impersonal foto carné que se usa en los carteles de la marcha.
Aimar cargó con un cuadro pesado, que le llegaba casi a la cintura, envuelto en papel, en plástico y en una frazada. Advirtió que después de la entrevista iba a necesitar cinta adhesiva para volver a hacer el paquete. El retrato, dibujado en un papel ahora oscurecido por los años, fue descolgado de una pared para la ocasión. Viajó con Aimar en dos ómnibus para llegar al lugar de la entrevista. Relató a los demás lo difícil que le resultó cuidar esa reliquia familiar en los transportes repletos de gente e incluso que se le acalambró la pierna.
Maximiliano apareció con un retrato amarillento mucho más pequeño y una mancha de humo. Contó que esa imagen, montada sobre madera, fue lo único que se salvó de un incendio del living de su casa, en el que se quemaron libros, televisor y todo: “Lo único que sobrevivió fue la foto del abuelo. Mi madre no lo podía creer”.
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