Difícil es despedir a una persona como Minini. Imposible reconstruir una biografía salvo que se siga su ejemplo: el de conectar con las personas y dedicarles tiempo para que compartan lo que saben de él. Falleció el domingo pasado después de una década de lidiar con una enfermedad que afectó uno de los tesoros más cuidados por un actor y cantante: la voz. La soledad de su vida privada, acentuada por la enfermedad que lo alejó de las tablas, era contrarrestada por el inmenso cariño de las personas que lo conocían. Cariño que fue el único apoyo que tuvo para mantenerse en los últimos tiempos, y para poder operarse.
Pocos conocieron espacios de su intimidad, pero para todos Minini era el que siempre estaba apoyando a los compañeros, siempre dispuesto a dar una palabra de aliento, a compartir su buena onda, su humor inconfundible, su tierna locura, su optimismo contagioso, su solidaridad incomparable.
Hizo del teatro su lugar, en momentos de tensión social y política, como fueron los años ochenta, sin embanderarse con discursos sino con la discreción personal que lo caracterizaba, integró la Antimurga Bcg para luchar por una causa más justa, corriendo los riesgos.
Varios tablados lo vieron entonando retiradas, y el Sporting en particular lo conoció como maestro de ceremonias.
Supo ser protagonista de otros espacios, como el bar Los Girasoles, donde difícilmente no se lo encontrara, o el comedor de la Sociedad Uruguaya de Actores (Sua), y ni que hablar de la Asociación de Bancarios del Uruguay (Aebu), donde pasó infinitas horas esperando a los clientes a quienes vendía libros, a veces dormitando en los sillones del hall del primer piso.1
Con su humor y bonhomía destruía toda posible jerarquía y protocolos de la gremial: trataba igual a un telefonista que al presidente, y con naturalidad buscaba a sus clientes sin importar qué reunión o autoridades ocultaran las puertas. Ocupaba espacios con toda naturalidad porque era unánimemente aceptado, pero tampoco forzaba los límites en ningún sentido. La cantina de Aebu era su despacho personal para hacer cuentas y poner al día a quienes pagaban en cuotas, y para trasnochar aguantando el mostrador.
Al irse con casi 75 años Minini no deja una trayectoria multipremiada y reconocida, ni en el teatro ni en Carnaval. Sin embargo, sus actuaciones siempre serán recordadas, principalmente por su condición de ser humano, que compartió incondicionalmente. Sembró a lo largo de su vida el arte del amor y todo eso le fue devuelto espontáneamente en los momentos más difíciles que enfrentó.
Generó a través de su calidez el compromiso entre las personas, compromiso que ahora se extiende para despedirlo con el agradecimiento y la alegría que se merece.
- Agradecemos a Enrique Roldós y a María Cristina Breccia por las anécdotas.