En un rápido movimiento conjunto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto rompieron relaciones con Qatar a principios de esta semana e intentaron bloquearlo por aire, mar y tierra. En el momento de escribir esta nota otros cuatro gobiernos de la región ya habían imitado la medida.
Dos semanas atrás, cuando Trump anunció en Riad su proyecto de una “Otan árabe” que lucharía contra el terrorismo y haría frente a la “maligna influencia iraní” en la región, las petromonarquías del Golfo Pérsico se mostraban unidas y decididas. Ahora, sin previo aviso, el pequeño estado de Qatar pasó a ser un paria, excluido incluso de la coalición árabe que opera en Yemen.
El detonante fue un informe publicado el 24 de mayo por la web de la agencia oficial de Qatar, Qna, según el cual el jeque gobernante, Tamim bin Hamad al Zani, habría afirmado: “Irán es una potencia regional islámica que no puede ser ignorada, y sería poco inteligente enfrentarse a ella”.
De inmediato las autoridades qataríes adujeron que se trataba de un ciberataque contra Qna. El jeque Al Zani desmintió una y otra vez esos dichos, pero la bomba ya había explotado. Los medios saudíes repitieron ad nauseam las palabras que probaban la traición qatarí, y desoyeron las denuncias de hackeo. De pronto las aguas del Golfo se encresparon. Qatar, bloqueado y vilipendiado, teme incluso que sus hermanos mayores decidan invadirlo.
TAREAS COMPARTIDAS. “Apoyo al terrorismo” es la peste por la que Qatar merece ser puesto en cuarentena, insisten las potencias árabes regionales, con Arabia Saudita, EAU y Egipto a la cabeza. El propio Trump se sumó este martes a ese coro con una serie de twits. A priori les asiste la razón: el reino qatarí ha apoyado con dinero y diplomacia a la rama de Al Qaeda en Siria (Foreign Policy, 30-IX-14), e incluso acoge públicamente desde 2013 una sede del Talibán en Doha.
Pero se trata de un vicio común entre las autocracias del Golfo. También los saudíes y emiratíes patrocinan milicias fundamentalistas similares a lo largo y ancho de Oriente Medio. De hecho, el Departamento de Estado de Estados Unidos lo reconoció ya en 2009: “los donantes de Arabia Saudita constituyen la fuente más importante de financiación para grupos terroristas sunitas en todo el mundo” (Wikileaks, 30-XII-09).
¿Por qué entonces tanta hostilidad? Es que no sólo el Talibán tiene oficina en Qatar: también Hamás, vástago palestino de los Hermanos Musulmanes, enfrentada a los gobiernos egipcio y saudí. Según el canal libanés Al Mayadeen, su delegación en Doha fue cerrada de apuro esta semana. De cualquier manera nadie olvida que durante una visita a la Franja de Gaza el monarca qatarí le ofreció al grupo palestino 400 millones de dólares (The New York Times, 24-X-12).
Por si fuera poco, la fuente de esas generosas donaciones qataríes está bajo aguas compartidas con Irán. El Pars South, el yacimiento de gas natural más grande del mundo, obliga a Qatar a mantener un buen diálogo con sus vecinos persas, a pesar de la constante presión del resto de las monarquías árabes por consolidar un eje antiiraní en la zona.
MATRIMONIO FORZOSO. “Hay un creciente consenso entre sus vecinos de que ellos tienen causa común con ustedes frente a la amenaza de Irán”, trasmitió Trump al público israelí y a sus autoridades el mes pasado en Jerusalén, apenas llegado de Riad.
Al fin y al cabo, para la Casa Blanca se trata de que los países del Golfo abandonen la oxidada retórica de la liberación palestina y estrechen vínculos con Tel Aviv. Egipto lo viene haciendo muy bien, y Jordania mantiene relaciones diplomáticas con Israel desde hace años.
Arabia Saudita y los EAU parecen ansiosos por lograr algo similar. Una relación “basada en el amor, la paz y la convivencia, y negando el odio, la violencia y el extremismo”, según dijo al Canal 2 de Israel un funcionario saudí el lunes pasado, en un diálogo inédito para la televisión hebrea (Middle East Eye, 6-VI-17). En ese esquema, el enamoramiento qatarí con el Movimiento de Resistencia Islámica palestino es un dolor de cabeza para las potencias árabes de la región.
“Hamás es el legítimo representante del pueblo palestino”, habría dicho también el emir de Qatar. Se trate de la acción de un hacker o no, las palabras se corresponden con el curso autónomo de su diplomacia. Uno que se sale del itinerario trazado para la zona por la tríada Washington-Tel Aviv-Riad y que Al Zani se verá obligado a rectificar, si aún no es demasiado tarde.