Como el centauro Quirón a la inmortalidad, como Moisés a la gloria de Egipto, como San Francisco de Asís a los bienes materiales, como Benedicto XVI al pontificado, como Juan Carlos de Borbón al trono de España, como el doctor Etchandy a La hora de los deportes, como Jean-Paul Sartre al premio Nobel de literatura, como el Sapo a la barra brava de Nacional, como Mercedes a Master Chef, como Eduardo VIII al trono de Inglaterra, como Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos, como Juan Castillo a la presidencia de Rampla Juniors, como Joseph Blatter a la presidencia de la Fifa, como la Tigresa del Oriente al “Bailando por un sueño”, como Reino Unido a la Unión Europea, como Diego Forlán a la selección uruguaya, como Próspero a la magia, como Dino a todas las cosas simples que lleva hechas, como Eva Perón a la vicepresidencia, como Groucho Marx a un club que lo aceptara como socio. Son renuncias que hicieron historia, como la de Chris Holmes, que se despidió de su trabajo en el aeropuerto inglés de Stansted con un mensaje escrito en una torta. A Chris no le tembló el pulso al estampar con chocolate, sobre el fondant, que se marchaba para dedicarle tiempo y energía a su familia y a la repostería. Más que carta, aquella fue una tarta de renuncia y, salvo a algún intolerante a la lactosa que nunca falta, cayó muy bien y hasta se chuparon los dedos antes de estrechar su mano. Si el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen, ¿qué queda para aquel que se va sin que lo echen y encima deja una torta?
Pero renunciar y largar la torta no es algo que se vea muy seguido, y mucho menos como consecuencia de una decisión voluntaria. Por lo general esto resulta de una conspiración ideada en Atlanta, del fallo de algún tribunal de ética o simplemente como estrategia para enfrentar el bullying.
Otra renuncia original fue la del comisario de a bordo de la aerolínea Jet Blue Steven Slater, que después de ser maltratado por una pasajera al aterrizar el avión, la insultó y dijo por el altavoz “Renuncio, estoy harto”; se arrancó la corbata, agarró una lata de cerveza, activó los toboganes de emergencia y se deslizó por ellos, para luego seguir caminando manso hacia la libertad. Una ocurrente despedida que le costó una multa de 10 mil dólares y un año de libertad condicional. Supongo que el avión de Alur también tendrá esos toboganes inflables y seguramente los 10 mil dólares se pueden tarjetear sin problema, de última hacemos una vaquita entre todos.
Joey de Francesco, que trabajaba para el servicio de habitación en el hotel Reinassance, de Rhode Island, Estados Unidos, presentó su renuncia acompañado por una banda musical y se dio el gusto de registrar el momento en un video que se viralizó hace algunos años. Si te tiran al bombo, ¿qué mejor que irte entre bombos y platillos? Seis millones de visualizaciones alcanzó el video en Youtube, un buen porcentaje de ellas deben corresponder a seleccionadores de personal investigando sus aptitudes y predisposición laboral.
El registro de otra despedida memorable, aunque de escasa veracidad, muestra a un vendedor de seguros que dejó la agencia donde trabajaba luego de presentar la carta de renuncia vestido de banana y con un grupo de mariachis entonando “El son de la negra”.
Si bien este video también fue visto por cientos de miles de cibernautas, no aparece por ningún lado la identidad de este hombre que, sin proponérselo, acuñó un título emblemático que podría llegar a estar en disputa, el del banana que renunció.