Una crónica sobre el tipo de episodios que tienen lugar día a día en ciertos territorios africanos, los extremos que puede acarrear un cierre de fronteras y la puesta en escena de una hilera de éxitos de la canción de décadas atrás abren camino a tres espectáculos muy distintos.
Congo (Espacio), de Franklin Rodríguez, dirigida por Lila García, observa el proceso de adaptación de dos uruguayos –un soldado y un payaso– al suelo congoleño, adonde se trasladaron por diversos motivos de orden personal y laboral que salen a relucir en una desolada –y amenazada– aldea, donde ellos alternan con una jovencita lugareña que ha sufrido los peores embates del enemigo. Un viaje reciente a esa región inspiró al autor a contar los hechos que los tres bien definidos protagonistas relatan cada cual a su manera, un detalle que brinda a la puesta una sinceridad que un audiovisual filmado en aquellas tierras se encarga, por momentos, de enfatizar. García maneja con sensibilidad tan peculiar asunto, más allá de algunas lagunas del texto –parece faltar, por ejemplo, más información con respecto a cómo finalmente pasan a entenderse dos hombres tan diferentes– y la brevedad de la historia. Buenas labores del trío integrado por Fernando Canto, Miguel Montedónico y la juvenil Dahiana García, quien tiene además que expresarse en dos idiomas, elevan el interés del asunto.
Arizona (Una tragedia musical americana) (El Galpón, sala Cero), del español Juan Carlos Rubio, con dirección de María Pollak, presenta a una pareja de mediana edad que llega a las proximidades de la frontera de los Estados Unidos con México para ayudar a impedir el ingreso de inmigrantes provenientes del segundo país. El dramaturgo se refiere al tema de manera irónica –y casi surrealista–, al compás de escenas sugeridas por referencias a comedias musicales –desde La novicia rebelde a My Fair Lady– que ambos personajes se lanzan a veces a interpretar. Empero, al mismo tiempo que el hombre no deja de revelar su entrega a la tarea encomendada, sombras de duda, incomprensión y crítica asoman en su mujer a extremos que conviene no revelar. La trama, no obstante su calculado espíritu musical, impresiona al espectador que no logra entender cómo un gran país formado por inmigrantes del mundo entero se contradice ahora negándoles la entrada a sus propios vecinos. Marina Rodríguez y Pierino Zorzini encarnan a los vigilantes con apropiados matices en un espectáculo que Pollak, a pesar de una marcadísima división en secuencias que bien podrían fluir sin necesidad de tantos apagones, conduce con el conveniente tono alegórico sugerido por el autor.
El Club del Hit (Show Choir) (Notariado), de los argentinos Matías y Alejandro Ibarra con dirección de Ignacio Cardozo, propone la irrupción de una treintena de jóvenes entrenados para bailar y cantar a coro en una disfrutable línea de temas conocidos y ya intemporales –desde “Hasta luego, cocodrilo” y “El baile del ladrillo” hasta la rumba “Cachita” y la infaltable “La cumparsita”– con envidiable energía. Inspiradas coreografías de Alejandro Ibarra, armoniosos arreglos musicales y vocales de Matías Ibarra y la meticulosa dirección de un experto como Cardozo –también a cargo del adecuado vestuario–, quien se integra en uno de los números. Sin tratarse de una comedia musical y sí de una sucesión de números en los cuales aflora el espíritu de la tal comedia, el resultado es tan contagioso como recordable.