Una furtiva libertad - Semanario Brecha
Las mujeres y el velo en Irán

Una furtiva libertad

Con la cabeza descubierta y su pañuelo transformado en bandera, las mujeres iraníes desafían la ley que desde 1979 les impone el uso del velo. Ya hay decenas de ellas detenidas por luchar por que su uso o no sea decisión de cada mujer, no del Estado.

Fotos de mujeres en Irán con la cabeza descubierta y su pañuelo atado a un palo en forma de bandera se han viralizado en las redes sociales. FACEBOOK, MY STEALTHY FREEDOM

“Cautela” es la palabra que mejor describiría mi actitud al llegar a Irán por primera vez. “Un pasito más”, fue lo que me dijo el botones del hotel. Un pasito más, que entramos todos. El hotel, un coqueto cuatro estrellas en Teherán, que no se distinguía por su decoración de cualquier otro en Milán o Buenos Aires, albergaba un congreso religioso internacional. El ascensor, aunque amplio, estaba ya repleto de clérigos con turbante, barba blanca y gesto recio. Al botones tal cosa no lo intimidaba como a mí, de modo que insistió: “Un pasito más, por favor”, y casi escrachando mi valija contra un clérigo y a mí misma contra otro, hizo entrar el doble de turistas, valijas y religiosos de los que cabían en el cubículo.

Al llegar al cuarto piso y salir del ascensor, Germán me miró sin decir nada. De las muchas advertencia que le habían hecho, la más importante era la de respetar la estricta separación de los sexos en la vida pública. Por lo visto, no afectaba a los ascensores.

En nuestro viaje por Irán, el asombro sustituyó bastante rápido a la “cautela”. Allí nuestras expectativas nada tenían que ver con la realidad. La primera salida en Teherán fue al centro comercial Ghandi. Nos sentamos en un bar decorado con cerezas y con las paredes pintadas de rojo. En la carta ofrecían mojito, y decidimos probarlo. “¿Con o sin alcohol?”, preguntó el mozo, en un país donde se supone que el alcohol está prohibido.

***

Después de meses de discusión, Germán y yo habíamos planificado un largo viaje por Irán que remataríamos con una breve estadía en Estambul. Todo el periplo sería por tierra, en auto, recorriendo las ciudades más importantes, como Isfahán –la ciudad de las alfombras–, o Shiraz –la ciudad de los poetas–, atravesando desiertos y montañas. Todo resultaba idílico hasta que quisimos comprar los pasajes:

—¿Por qué mejor no van a Marruecos? –insistió la agente de viajes, entregándonos folletos en colores.

—Ya conozco Marruecos.

—Pueden ir a Turquía. Estambul realmente es una ciudad de ensueño.

—Nos gustaría pasar por Estambul, pero a la vuelta.

—Creo que Irán es peligroso, y no recomendamos viajar allí –dijo al final.

—Correremos el riesgo. Por favor, véndame los pasajes.

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Teherán es enorme, caótica, repleta de avenidas que la gente cruza en cualquier parte. Tiene decenas de mezquitas, museos, iglesias, sinagogas, más mezquitas, palacios majestuosos convertidos en museos, todavía más mezquitas, edificios modernos, y muchos, muchos autos.

Amir, que nos hizo de guía una tarde, y su novia, Zahra, nos invitaron a un café en el centro. Cuando nos encontramos, llegaron tomados de la mano. Germán y yo, por estricta advertencia de los sitios de viajeros, caminábamos a medio metro uno del otro. Para llegar al café tomamos un tranvía, y allí sí había separación por sexos: Zahra y yo subimos a un vagón en el que viajan sólo mujeres. Germán y Amir iban en otro, en el que van los hombres. La reglamentación busca proteger a las mujeres de posibles acosos. Algo parecido viví en El Cairo, aunque allí la separación por sexos no era reglamentada, sino fruto del autocuidado; las mujeres optan por viajar en los últimos vagones de los trenes, donde se protegen del acoso sexual de los hombres. Según supe, medidas similares se han adoptado en el metro de Ciudad de México y en Tokio, tal vez hasta que la educación tenga sus efectos. En El Cairo, dos años después, sufrí acoso como en ninguna otra parte de Oriente Medio, aunque a leguas de distancia del acoso que padece cualquier mujer caminando por la rambla de Montevideo.

En el café volvimos a mezclarnos todos. Un local enorme, lleno de ventanales, humo y gente que se reía, mujeres y hombres que fumaban, tomaban café y coqueteaban abiertamente. Amir sacó una caja de puros cubanos para invitarnos. Zahra dio una calada profunda y sonrió. Llevaba un pañuelo anaranjado puesto de cualquier forma sobre la nuca, apenas apoyado sobre los hombros. “Si el velo no fuera obligatorio no lo usaría”, comentó. Pensando un poco más agregó, señalando las mesas: “creo que la mayoría de las mujeres no lo usaría”.

Yo misma tenía puesto un pañuelo azul, muy largo y con varias vueltas sobre mi cabeza, y a Zahra le hacía bastante gracia la facilidad con que lo ajustaba. Ese pañuelo, que usé mil veces en Uruguay para cubrirme cuando trabajaba como corresponsal del canal iraní de noticias, para mí era un simple accesorio, un requisito como lo sería usar chaqueta, o corbata. Un código de vestimenta. Pero en Irán el velo es mucho más que eso.

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Desde la revolución islámica de 1979, la ley iraní impone la obligatoriedad del uso del velo a todas las mujeres, sean del país o extranjeras, y exige que su vestimenta sea acorde a los preceptos religiosos: mangas largas, pantalones y un mantón amplio que disimula las formas del cuerpo femenino. Existe una policía moral que controla el cumplimiento de esta norma y puede arrestar a mujeres que la infrinjan.

La vestimenta típica de las mujeres es el chador, una especie de capa que se usa sobre la ropa y cubre desde la cabeza hasta las piernas, casi siempre de color negro, y que se cierra cruzándola por delante. El atuendo que se lleva bajo el chador varía muchísimo. Las mujeres más mayores y tradicionalistas suelen vestir prendas oscuras, y las jóvenes jeans o calzas. También es típico el mantó, una especie de sobrefalda para el verano, que se convierte en gabardina o chaqueta en invierno, y que cubre el cuerpo hasta las rodillas. Los hay de todos los colores, cortes y combinaciones: muy tradicionales y discretos; los que marcan la silueta; los que se llevan con calzas o sin ellas.

En las calles de las grandes ciudades lo más habitual es ver mujeres muy maquilladas, con pañuelos coloridos haciendo juego con el resto de la ropa. Algunas se cubren totalmente el pelo, pero la mayoría deja caer el pañuelo hasta la nuca, donde lo sujeta un moño bajo, haciéndolo casi invisible y dejando al descubierto largas y cuidadas melenas, laterales rapados o elegantes moños de alturas imposibles. Parece claro que la vida en las grandes ciudades –con acceso económico a bienes, viajes y ropa– está reñida con un código estricto de vestimenta. Están las pautas estipuladas en la ley. Pero también está la clara y determinada decisión de muchas mujeres de saltárselas en forma olímpica; aunque la realidad es muy diferente en los pueblos pequeños, donde hay más pobreza, las tradiciones están más arraigadas y las prioridades son otras.

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La obligatoriedad del velo es rechazada por diversos movimientos de mujeres, sobre todo a través de las redes sociales. La periodista iraní residente en Estados Unidos Masih Alinejad creó una página en Facebook llamada My stealthy freedom (Mi libertad furtiva) donde anima a sus connacionales a compartir fotografías en las que aparezcan sin velo, y ha conseguido más de un millón de adhesiones. La campaña Miércoles Blancos comenzó hace algunos años también a través de las redes sociales, y convoca a salir a la calle con velos blancos a modo de protesta contra esta norma.

En diciembre pasado las protestas llegaron a las calles, de forma pacífica: mujeres subidas a bancos o cualquier mobiliario público, con el pelo descubierto y el chal atado en la punta de un palo en forma de bandera. Las fotos, compartidas en las redes sociales, se viralizaron en todo el mundo. Decenas de mujeres fueron detenidas por quitarse el pañuelo en público, pese al anuncio de flexibilización de las normas que había hecho el jefe de la policía de Teherán en diciembre pasado. El general Hosein Rahimi había anunciado que las mujeres que “inconscientemente” no respeten los códigos de vestimenta “ya no irán a centros de detención y no se presentarán expedientes judiciales contra ellas”, aunque serían obligadas a “asistir a cursos educativos” al respecto.

Las mujeres iraníes no piden abolir el velo, piden que su uso sea decisión de cada mujer. Una protesta similar, pero surgida de una situación contraria, ocurrió en Túnez en el año 2011, cuando la revolución derrocó al dictador Zine el Abidine ben Alí. Allí el uso del velo estaba prohibido en las instituciones públicas, como universidades u oficinas, y quien lo llevara se arriesgaba a ser expulsado o perder su trabajo. Las mujeres pedían tener la libertad de elegir si llevar el velo o no, y la prohibición se levantó poco tiempo después de la caída de Ben Alí.

El actual presidente iraní, Hasan Rohani, fue uno de los impulsores de la legislación sobre la vestimenta en el inicio de la revolución islámica. Hace dos años, en una entrevista con los periodistas franceses David Pujadas y Jean-Pierre Elkabbach, Rohani dijo que los iraníes tenían problemas mucho más serios que el llevar o no el velo, y que todos era libres de hacer lo que quisieran en su vida privada, pero que las leyes eran hechas por el parlamento y debían ser respetadas.

Sin embargo, el domingo 4, el Centro Iraní de Estudios Estratégicos publicó un informe realizado hace tres años. Este revela que casi la mitad de los iraníes se oponen a que el gobierno determine la vestimenta de las mujeres. Según la encuesta, poco frecuente en el país, en 2006 el 34 por ciento de la población rechazaba la legislación sobre la vestimenta, y la cifra aumentaba a 49 por ciento en el año 2014.

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