El Carnaval y el fútbol tienen varios aspectos en común: son pasiones populares donde hay hinchadas, pases estelares, liguilla, premios, campeones, dueños de conjuntos que a la vez son contratistas o ex futbolistas, fuertes intereses económicos y pequeños espacios de poder. También coinciden en que las dos actividades se inscriben en una suerte de realidad paralela, un circuito cerrado donde campea la arbitrariedad de “capos” y “padrinos” y donde no es bienvenida casi ninguna regulación externa. Otra coincidencia es que ambos espectáculos son transmitidos por la empresa Tenfield, que paga por los derechos de televisación e impone sus reglas de juego con bastante discrecionalidad y con métodos que a esta altura resultan torpes y algo anacrónicos. Un ejemplo de esto último es la censura que ...
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