El atenuado rumor de la alegría - Semanario Brecha

El atenuado rumor de la alegría

Grabados de Petrona Viera

A LOS 2 años de edad, Petrona Viera (Montevideo, 1895-1960) contrajo una meningitis que le ocasionó una sordera para el resto su vida. Nacida en el seno de una familia numerosa y de buen pasar –su padre, Feliciano Viera, llegaría a ser presidente de la República–, Petrona creció viendo jugar a sus 11 hermanos en una espaciosa casa quinta, y ya de grande convivió con la alegría y el inaudible bullicio de sus sobrinos. Creció también, justo es decirlo, en un ambiente de aislamiento: el que le deparó su sordera y el que, con ánimo protector y no falto de cariño, le proporcionó su familia. Nada impidió, empero, que desarrollara una carrera como artista y que se le reconociera como una de las primeras y grandes pintoras del país. Tuvo docentes sensibles que la estimularon: Vicente Puig el primero y por poco tiempo, pero a su traslado a Buenos Aires en 1922 le sucedió el influyente Guillermo Laborde, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta la muerte de éste en 1940. A partir de entonces tomó clases con Guillermo Rodríguez, quien le proveyó los conocimientos técnicos del grabado.
Las obras que vemos en esta exposición,1 por tanto, no pertenecen a un período temprano ni es una técnica preparatoria de su pintura, sino que corresponden a una etapa de madurez creativa. Los temas son los mismos que en sus coloridas telas planistas y recrean, en su mayor parte, la alegría de un momento social del país que no se repetiría.
En la xilografía (grabado en madera), la composición destaca a primera vista sobre los demás elementos. La reducción cromática hacia un sistema binario –blanco y negro– obliga al artista a concentrarse en las formas. Prosiguiendo los lineamientos de su maestro en grabado –quien había sido un estupendo autodidacta en este medio–, Viera no procura los grises y opta por un estilo contrastante, sintético y preciso en su carácter descriptivo. Prefiere el pequeño formato: algunos de los trabajos que se exhiben parecieran viñetas, exlibris que ilustraran un marco de pertenencia hogareña y liberal (paleta, caja de pintura, pinceles, tintero, libros, lentes, pipa, guitarra, etcétera).
La imagen lograda siempre es muy simple, claramente discernible gracias al gran dominio de la composición. El motivo de los juegos infantiles es una constante, con cometas, rondas, pelotas, hamacas. Por regla general, los niños aparecen dándole la espalda al observador, lo que refuerza, por un lado, la sensación de que están concentrados en lo suyo y, por otro, que los espiamos –junto con la artista– sin participar del juego, acaso ni somos presentidos. En los juegos la ciudad se desvanece y gana protagonismo el bosque. Pero es una naturaleza dócil, amable, controlada. La ilusión del follaje, de los distintos tipos de hojas según el achurado de las gubias, con líneas cortas o largas de acuerdo a la especie, logra hacerlas distinguibles: cipreses, pinos, sauces llorones, eucaliptos, palmeras, opuntias. Del mismo modo, cuando estampa motivos de aves se distinguen golondrinas, horneros, cisnes, garzas, halconcitos, etcétera. La cualidad narrativa de los grabados de Petrona es de una neutralidad y de un sentimiento de liviandad cercano a la alegría. Una alegría sosegada, contemplativa, que se decanta sobre las cosas y los seres con una actitud morosa, pero que no penetra en el misterio mismo de esas cosas y esos seres, ni en la tragedia de la muerte y la corrupción. Se detiene antes, siempre antes, cuando comienza a asomar el rostro de la melancolía.
La presencia de la arquitectura es también, en cierta forma, liminar. No traspasa el umbral de la casa. Nos deja al borde de los cercos verdes. Las estupendas estampas en un formato poco mayor al resto, que presentan fachadas de casas y templos, servirían de portada de un libro: nos invitan a entrar, pero no nos anuncian demasiado lo que sucede en el interior.
Acaso la serie de las bañistas, influida posiblemente por los ejercicios expresionistas de Ernst Ludwing Kirchner y otros grabadores de El Puente –a los que Petrona debió conocer por su maestro–, posee una enjundia y un nervio distinto; las líneas oblicuas de las olas y las nubes, y los coloreados a mano le brindan una intensidad tímbrica, vital: azul marino, amarillo cromo, verde esmeralda. Al igual que en sus interesantes desnudos pictóricos, las bañistas de sus grabados llevan un aire de moderado sensualismo y dejan entrever una faceta más perturbadora, pero sin salirse nunca de la raya: el comienzo de la melancolía.

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