Una mirada superficial a las elecciones nacionales de los últimos años en América Latina –y en buena parte del mundo– podría dar la impresión de que la democracia goza de buena salud. En la mayoría de los países hay elecciones “libres y competitivas” y se eligen los presidentes siguiendo las reglas electorales. Sin entrar a analizar qué tan democráticamente gobiernan los elegidos y qué tan democrática es la oposición, observamos la distancia creciente de los ciudadanos respecto a sus representantes, es decir, el déficit democrático. Finalmente, nos preguntamos por la excepcionalidad uruguaya en el contexto latinoamericano.
ENTRE LA APATÍA Y EL ESTALLIDO SOCIAL. Chile es considerado por muchos como un “modelo de país” por su calidad institucional. Sin embargo, es tal vez hoy un caso extremo en América Latina de déficit democrático: sólo el 44,2 por ciento confía en las elecciones,1 el 36 por ciento muestra satisfacción con la democracia2 y un escaso 3,8 por ciento se identifica con algún partido político. En las elecciones del 17 de diciembre de 2017 la ciudadanía tuvo que elegir entre Alejandro Guillier, de centroizquierda, y Sebastián Piñera, de derecha, pero sólo el 49 por ciento del padrón electoral decidió participar.3 Simultáneamente al distanciamiento creciente de los ciudadanos respecto a los partidos políticos, se expandió la política en las calles: las movilizaciones mapuches, la de los estudiantes en olas sucesivas –los de enseñanza secundaria en 2006 con la “revolución de los pingüinos” y luego los universitarios a partir de 2011– y más recientemente contra el sistema de pensiones, entre otras.
Pero si bien Chile es un caso extremo, no es por cierto el único. En Costa Rica –otrora considerada la Suiza de Centroamérica– los datos son “mejores” pero no por ello buenos: la confianza en las elecciones es de 56,5 por ciento, al 64 por ciento no le interesa “la política” y la identificación partidaria es de sólo 20,1 por ciento. En la primera vuelta de las elecciones –8 de febrero de 2018– se presentaron 13 candidatos, fragmentándose el voto de tal manera que quien tuvo más apoyo fue el Partido Restauración Nacional fundado en 2005, que recogió el 24,99 por ciento. Mientras que ninguno de los dos partidos tradicionales (que gobernaron entre 1942 y 2010) pasaron a la segunda vuelta. El malestar de los ticos es con la situación económica, pero también con la Asamblea Constituyente, los partidos y el gobierno. Al igual que en buena parte de América Latina, las acciones colectivas se dispararon a partir de 2000 y fueron protagonizadas tanto por actores tradicionales como por nuevos. Entre los primeros las organizaciones estudiantiles y las trabajadoras, entre los segundos los insatisfechos con los servicios básicos –como la electricidad y la salud–, los defensores de los derechos Lgtbi y los de la “familia tradicional”.
Por su parte, Colombia se caracteriza por la particular combinación de 100 años de “democracia y represión”.4 Pero al mismo tiempo comparte algunas similitudes con los países mencionados: sólo el 24 por ciento de la ciudadanía confía en las elecciones y el 10 por ciento en los partidos políticos, únicamente el 22,6 por ciento se siente identificado con algún partido político. Cabe agregar que el 56 por ciento cree que hay poca libertad de prensa. Colombia registra uno de los más bajos porcentajes de confianza en los medios de comunicación en América Latina: 35,8 por ciento. En este país, el 71 por ciento de los ciudadanos tiene miedo a expresar sus opiniones políticas. Frente a las próximas elecciones presidenciales del 27 de mayo de 2018 la enorme mayoría –77 por ciento– dice estar insatisfecha con la política y el 49 por ciento de los votantes no cree en las elecciones como mecanismo de transformación de la vida de los colombianos.5
De los países mencionados hasta ahora, México –que no sufrió golpes de Estado– es el único en el que menos de la mitad de la población no apoya la democracia y es el que registra mayor sustento a un eventual golpe de Estado por motivos de delincuencia o de corrupción, junto a Jamaica y Perú.6 Aunque de una forma diferente a la de Colombia, la violencia en México constituye una variable clave para entender la debilidad de la democracia. Al igual que los colombianos, la mayoría de los mexicanos –70 por ciento– tiene temor a expresar su opinión política y en ambos países se considera que la protección a los derechos humanos por parte del Estado es insuficiente. De hecho, los periodistas corren serio riesgo de vida en México, Venezuela y Colombia. Asimismo, los asesinatos y desapariciones de mujeres y estudiantes mexicanos siguen aumentando, a pesar de las denuncias y manifestaciones a nivel nacional e internacional. Sólo el 26,2 por ciento confía en las elecciones y un 13,8 por ciento en los partidos políticos, lo que le otorga a las próximas elecciones del 1 de julio de 2018 escasa legitimidad. Actualmente, únicamente el 18,8 por ciento se siente identificado con algún partido político: el porcentaje más bajo registrado en la historia de ese país.
Otros dos países enfrentan elecciones presidenciales en 2018: Brasil y Venezuela. En ambos países los declives democráticos son muy evidentes e involucran a todo el sistema político. En el caso venezolano el régimen es francamente autoritario, no existen las garantías mínimas de ejercicio de los derechos políticos y hay una violación sistemática de los derechos humanos, todo ello enmarcado en una profunda crisis económica. En las elecciones
–pospuestas por el gobierno para el 20 de mayo– un sector de la oposición promueve la abstención electoral. La transición a la democracia está lejos de encontrar el camino.
En Brasil, que si bien formalmente se mantiene dentro de los carriles de la democracia, la remoción de la presidenta Dilma Rousseff y la prisión del principal líder opositor, Lula da Silva, ahondaron el déficit democrático en un país en donde la corrupción es sistémica y todos los partidos –por acción u omisión– forman parte de ésta. En octubre habrá elecciones: más del 40 por ciento no sabe a quién votará y tampoco hay certezas de quiénes serán los candidatos. ¿Cambian las elecciones la vida de la gente? Muchas personas creen que no.
NO ME ESCUCHAS, NO TE ENTIENDO Y APARECEN LOS EVANGÉLICOS. En la enorme mayoría de los países latinoamericanos las elecciones están certificadas como válidas por organismos nacionales e internacionales. Con la excepción de las elecciones nacionales en Nicaragua (2016) y las regionales en Venezuela (2017), no hay acusaciones graves de fraude electoral en elecciones recientes. Sin embargo, buena parte de los ciudadanos latinoamericanos desconfían de ellas.
Asimismo, se ha repetido hasta el cansancio que los partidos políticos son la base de la democracia, sin ellos no sólo no es posible la competencia electoral, sino que no hay quienes canalicen e institucionalicen las demandas y los conflictos inherentes a la polis. Son los partidos políticos los encargados de representar los clivajes sociales y de mantener y dinamizar la relación entre ciudadanos y representantes. Pero eso no parece estarse cumpliendo en buena parte de las sociedades democráticas. Los viejos y nuevos partidos no escuchan, no entienden o no tienen la capacidad de responder a las cada vez más diversas demandas sociales. Si bien la sociedad es más compleja y más difícil de representar, los gobiernos de turno no cumplen sus promesas electorales, ni logran mantener lealtades e identidades partidarias. Las denuncias de corrupción, clientelismo, nepotismo, se suman a la falta de soluciones satisfactorias por parte del Estado a aquellos sectores de la población, los más vulnerables y empobrecidos, que no acceden a los servicios básicos y tienen sus necesidades básicas insatisfechas. Justamente aquellos a los que les resulta más difícil promover acciones colectivas.
El malestar, la desilusión y la desconfianza hacia la política se manifiestan tanto en la apatía electoral como en la dificultad de establecer acuerdos amplios que otorguen certidumbre, horizontes comunes y establezcan políticas de largo plazo entre los actores políticos. Asimismo, se canalizan en estallidos sociales, en violencia y en acciones colectivas. También constituyen el caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos regionalistas, de partidos subnacionales y de personajes outsiders y religiosos.
Entre los últimos, despuntan los grupos neopentecostales o evangélicos, que unidos a los conservadores, promueven la vuelta a “los valores tradicionales”, politizan sectores que habitualmente no participan en política y les dan esperanzas a quienes no la tienen, en particular a los sectores más vulnerables. Las manifestaciones en la calle contra el aborto, contra los derechos de las minorías y la educación sexual son señales identitarias de estos grupos que buscan volver a vincular el Estado con la religión y promover la derechización de la sociedad. El ascenso de los evangélicos a la política es evidente: la bancada evangélica fue decisiva para la expulsión de Rousseff de la presidencia de Brasil, el discurso evangélico caló hondo en los colombianos que votaron contra el acuerdo de paz con la guerrilla, en Costa Rica el evangelista Fabricio Alvarado compitió por la presidencia en las últimas elecciones y obtuvo el 39,41 por ciento de los votos. Los “grupos evangelistas” funcionan como espacios de contención, de integración y de solidaridad, desde una postura ideológica que da certezas y esperanzas.
En definitiva, la democracia corre diversos riesgos: de vaciarse de sentido al punto que los ciudadanos dejen de ir a votar, de ser cooptada por sectores religiosos conservadores e intolerantes que limiten los valores republicanos o de ser destruida por la violencia de grupos asociados al narcotráfico.
URUGUAY Y LOS LAURELES. Uruguay parece alejarse del resto de América Latina, a juzgar por los índices internacionales referidos a la confianza en la democracia y en las elecciones, y también en relación a la identificación partidaria que asciende a 44,4 por ciento, siendo la más alta de la región.
Sin embargo, algunos datos podrían ser una señal de alarma a la tan mentada excepcionalidad uruguaya. Entre ellos, la confianza actual en los partidos es del 26,7 por ciento, un guarismo bajo en la historia política de Uruguay. Asimismo, el ranking de confianza en las instituciones que elabora la empresa Factum con base en las encuestas de opinión pública posiciona a los bancos en primer lugar –58 por ciento– y a los partidos políticos en el último –21 por ciento–.7
Si bien el edificio de la estructura partidaria y del funcionamiento institucional mantiene su fortaleza, en su interior se presentan desafíos. Según una encuesta realizada por el Grupo Radar, entre los nuevos votantes –la “generación Ceibal”– el porcentaje de intención de voto “en blanco, anulado, no sabe, no contesta” alcanza el 52 por ciento.8 Si a ello le sumamos las dificultades de los partidos y, en particular, del partido en el gobierno para realizar un recambio generacional de los cuadros y de las figuras políticas del Frente Amplio, al menos esta fuerza política –que continúa teniendo una mayoría relativa en la intención de voto– se enfrenta a un problema para renovar su electorado.
El surgimiento del Partido de la Gente (2016), liderado por el empresario Edgardo Novick, y el ingreso de pentecostales a la política uruguaya –tres diputados evangelistas en 2014– son indicios de que algo podría estar cambiando. Asimismo, que un 66 por ciento de los uruguayos considere –según Opción Consultores– que la corrupción se encuentra “bastante” o “muy generalizada”, y que la cifra trepe al 73 por ciento entre los jóvenes,9 es un llamado de atención a considerar dada la importancia que tiene la corrupción en el debate político y especialmente en las redes y en los medios de comunicación. Más allá de la dimensión mediática de la corrupción, lo cierto es que las denuncias llevaron a la caída de Rousseff en Brasil y de Pedro Pablo Kuczynski en Perú y a cuestionar a ex presidentes y actuales presidentes de varios países latinoamericanos. También es el eje de las campañas electorales, en especial de la de Colombia en estos días.
Otro dato que conviene observar es el que surge del Monitor de Opinión Pública de Opción Consultores: el interés por la política. En abril de 2018 el 51,3 por ciento de los uruguayos expresa estar poco o nada interesado en ella. Ese desinterés aumenta a 55,5 por ciento entre los que tienen entre 18 y 34 años. El desinterés es un indicador de desacople entre lo que se discute y se decide políticamente, y lo que las personas consideran relevante. Que justamente sean los jóvenes los más desinteresados es, al menos, preocupante.
Los conflictos y las demandas son inherentes a la vida política, las decisiones –y esto incluye también dejar las cosas tal como están– conllevan necesariamente reacciones a favor y en contra. “Tomar partido” supone asumir riesgos de índole política, social y económica; condenar y tratar de evitar actos de corrupción y nepotismo tiene costos para los políticos y para las maquinarias partidarias; priorizar las necesidades en función de datos económicos y no de encuestas o de grupos movilizados puede llevar a la pérdida de algunos votos. Pero no hacerlo contribuye a reforzar la idea de que todos los “políticos son iguales” y que da lo mismo que gobierne un partido de derecha o de izquierda.
Uruguay puede mantener sus laureles o dormirse en ellos.
* Doctora en ciencia política.
- Salvo referencia específica, todos los datos son del Barómetro de las Américas, Lapop, 2016-2017.
- Latinobarómetro, 2017.
- Vale aclarar que en Chile el voto no es obligatorio desde 2012. En Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Honduras, México, Perú, Panamá, Paraguay y Uruguay es obligatorio, pero no en todos hay penalidad en caso de no concurrir. Este aspecto merece una discusión en profundidad.
- Gutiérrez Sanín, F (2014). El orangután con sacoleva: cien años de democracia y represión en Colombia (1910-2010). Iepr.
- http://www.celag.org/colombia-elecciones-presidenciales-2018-segunda-encuesta-de-opinion/
- https://www.vanderbilt.edu/lapop/mexico/AB2016-17_Mexico_Country_Report_V3_03.06.18_W_042018.pdf
- http://www.factum.uy/analisis/2018/ana180316.php
- http://www.montevideo.com.uy/contenido/Encuesta-de-Radar-revela-una-leve-ventaja-del-Frente-Amplio-sobre-el-Partido-Nacional-343975
- http://www.montevideo.com.uy/Noticias/Encuesta-el-66-de-los-uruguayos-considera-que-la-corrupcion-esta-generalizada-en-los-partidos-politicos-uc670927