Es bueno dar con una película tan personal y original como esta.1 En un límpido blanco y negro y con un registro cercano al documental se relata la historia de Eugenia, una mujer joven que, tras un episodio de violencia doméstica, se separa de su marido y decide comenzar una vida nueva. Asistimos a su integración a la casa de su padre, en una pequeña ciudad de Bolivia, así como a su iniciativa para estudiar lo que le gusta, obtener un nuevo trabajo y establecer nuevos vínculos. Para hacer este recorrido la película da saltos espaciales sin explicación previa (por ejemplo, de un momento a otro la protagonista se encuentra en Italia, sin que haya algún preámbulo que lo anuncie), y tampoco existe, en un comienzo, un conflicto claro que encauce la trama en determinada dirección. De hecho, Eugenia puede resultar irritante para muchos espectadores, porque es de esas películas que aparentan ser erráticas, caóticas en su estructura; un registro casi azaroso de la vida cotidiana. Pero el espectador paciente y atento logrará darse cuenta de que las diferentes situaciones, así como el carácter de los diálogos, dejan entrever un conflicto constante, formado de sutiles escollos que enturbian el camino para una mujer que pretende realizarse y disfrutar de su libertad.
Esta película es una esmerada producción boliviana en coproducción con Brasil, que para su realización no obtuvo ningún fondo estatal. Su rodaje se extendió por dos años; fue filmándose de a tramos esporádicos y su guion fue reescribiéndose sobre la marcha, lo cual se condice con esa impresión caótica que parece dejar. El director boliviano Martín Boulocq había rodado previamente tres películas, Lo más bonito y mis mejores años, Los viejos y Girasoles; son obras de un fuerte contenido feminista que también se encuentra presente en Eugenia.
Como suele ocurrir tras una separación, la protagonista atraviesa un gran alivio. Pero si bien parece haber dejado la violencia en su pasado, ésta no tarda en volver a imponerse de diferentes formas: cuestionamientos por parte de su familia, de gente cercana o nuevos conocidos (tanto hombres como mujeres) sobre su soltería, sobre su decisión de no tener hijos, sobre su actividad diaria. Sobrevuela una mirada social que la interpela y la juzga, que la etiqueta o directamente la tacha como una mujer “triste”, “incompleta” o “desesperada”. La paradoja está en que lo que realmente termina oprimiéndola hasta la desesperación es eso: los valores patriarcales imperantes que alejan su vida de un estado apacible.
Pausada en los ritmos y con una evolución psicológica sutil, que no es cabalmente verbalizada sino que corre interiormente, Eugenia puede no entretener ni emocionar, pero sí hace pensar, lo cual es un valor por el que sobresale. Esta cualidad, acompañada de una notable factura a nivel técnico y estético, la convierten en una sólida propuesta de la cartelera actual.
- Eugenia. Martín Boulocq, 2017.