Cuando Augusto Monterroso publicó el libro Obras completas (y otros cuentos) (1959), y dentro de sus páginas el cuento “El dinosaurio”, no fue poca la sorpresa y el disgusto de un crítico literario que no supo o no quiso aceptar la vuelta de tuerca que el autor daba al microrrelato al reducirlo a siete palabras: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Según lo cuenta el propio escritor guatemalteco, cuando este crítico exclamó: “¿De una línea? ¡Eso no es un cuento!”, él respondió con suma inteligencia e ironía “que se trataba de un malentendido; que, en realidad, era una novela”.1
La provocación de Monterroso no era del todo gratuita: este dinosaurio ficticio, tiempo después, invitó a críticos mucho más abiertos y desprejuiciados a escribir cientos de páginas analizando esas ...
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