Si hay algo que resulta patente en la primera entrega de Julieta Lopérgolo (1973), rosarina radicada en Uruguay, es la de ser una escritura inscrita en el duelo. Un duelo por su padre, con todas las derivas simbólicas que esta muerte, en cuanto leitmotiv, va adquiriendo desde una sintaxis despojada y con una precisión casi cortante a la hora de conceptualizar ese mismo duelo desde la vivencia. No como clausura, sino como instancia de un decir que se reduce al reflejo de una voz que no puede ya sostener el peso despoblado de las palabras, que sabe que ningún lenguaje habrá de encontrar ya un tú. Los trazos residuales de ese decir se hunden en ese “yo sin el otro”, para arrastrar consigo el gesto de la palabra hacia el vacío de una voz sin escucha. O, como escribirá la autora, “mi duelo no e...
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