Una instalación que conjuga fotografías, esculturas y textos en un cementerio1 es lo que nos propone la artista Mariví Ugolino (Salto, 1943). Cielo y tierra pasarán se titula esta propuesta que escapa de los espacios expositivos habituales para conformar un ámbito abierto, con tabiques de madera que sirven de asiento, techumbre y cobijo provisorio al visitante. La instalación se puede ver y sentir, también, como una intervención en un espacio consagrado que busca potenciar, en ese acto de desmarque de las convenciones, una meditación sobre el tiempo y los lazos afectivos, o mejor, una contemplación en sentido filosófico.
El universo de los apegos y las relaciones humanas ha sido la materia prima de esta escultora cuya trayectoria abarca, además, la docencia y la curaduría (una muy recordada corresponde a la artista Carla Witte, cuyos restos descansan en este cementerio).
Los corazones, en la forma convencional en que se suelen representar, aparecen aquí bajo distintos aspectos y formatos. Dos creados en resina, “Las heridas se cierran” (45 por 58 por 30 centímetros), “Libre albedrío” (resina y enduido, 47 por 54 por 38 centímetros) y uno tallado en madera “Corazón afortunado” (madera y metal, 55 por 62 por 44 centímetros). Estas piezas, protagonistas de una trinidad singular, han sido colocadas sobre ligeros pedestales de metal con espejos, bajo una suerte de vestíbulo con alero a poco de ingresar al Cementerio Británico. Muy cerca, la avenida Rivera invade con los ruidos del tránsito y un perfume penetrante de madera encerada flota en el aire.
Los corazones poseen una contundencia casi pétrea y a la vez recuerdan formas sensuales, ora curiosas, ora agresivas, como el que ostenta herraduras incrustadas en su centro. Por otra parte, cada pieza escultórica viene acompañada de un texto –Carlos Sabat Ercasty, santa Teresa de Jesús y un texto anónimo– y detrás, frente al visitante, se aprecian fotografías tomadas en el Monumento a Perpetuidad, de Paysandú. Estas fotos registran, sin embargo, no los grandes mármoles labrados de ese otro cementerio de antiquísima y hermosa estatuaria, sino que se ocupan desde diferentes ángulos y enfoques de un espacio mínimo de la necrópolis: una forma de corazón calado en una reja o portón, una especie de cerradura para atisbar el más allá, una bisagra entre dos mundos, un detalle. Cabe decir que toda intervención en el contexto de un cementerio, ya sea artística o religiosa, se carga de un aire de ofrenda votiva y de recuerdos. Los corazones, los espejos, las palabras se multiplican en un ámbito de resonancias y reflejos, reflexiones sobre la continuidad del amor o su desaparición. “Cuando seas un alma/ Y cuando yo mismo sea un alma/ y caiga derretida esta materia/ donde estábamos casi muertos/ sin ojos ya, y sin pecho, y sin sangre/ pero de luz y más que de luz/ intactos como ideas no pensadas hasta ahora/ en ninguna estrella de las altas y diáfanas estrellas” (Sabat Ercasty). Vale la pena librarse unos segundos del ruido de la calle y detenerse en este espacio indeterminado –¿es de los vivos o de los muertos, el cementerio?– para tentar una “metafísica” real en la que los vínculos humanos se afianzan o desvanecen. Acaso no haya otra oportunidad para pensarnos que no sea en ese espejo de tiempo, que atravesamos como pasajeros de un sueño.
- En el Cementerio Británico de Montevideo (Galería de la Administración). Avenida Rivera 3868, Buceo. Todos los días de 8 a 17.30.