El reconocido guitarrista Luis Salinas se presentó el pasado lunes en la sala principal del teatro Solís. El recital se inició con una solitaria guitarra española con aires tangueros y de tierra adentro, para ir sumando otros instrumentos y ejecutantes. Salinas pasó así a la guitarra electroacústica, para desembarcar finalmente en una Gibson Les Paul que terminó de encender la escena.
En esta ocasión, como en muchas, el músico fue acompañado por Javier Lozano en piano y teclado, Martín Ibarburu en batería (“un ventilador con swing”, según sus palabras), Juancho Farías Gómez en bajo y Juan Salinas, su hijo, en guitarra. La participación como invitados de Juan Pablo Chapital y, en especial, de una sólida cuerda de cuatro tambores, ofreció un contundente cierre luego de casi dos horas de música.
Antes de brindar el recital, Brecha pudo conversar con el guitarrista sobre su vínculo con Uruguay, sobre la música y las palabras, sin obviar su percepción de la realidad argentina.
—Contame sobre tu vínculo con Uruguay y con su música.
—Empezó hace muchos años, yo tocaba en El Papagayo, en el centro de Buenos Aires, donde había algunos músicos uruguayos muy buenos, como Juan Gularte, que fue uno de mis maestros. A partir de él y de otros músicos de la misma nacionalidad se fue dando una amistad, y la posibilidad de escuchar candombe por primera vez, que fue algo muy fuerte para mí. Luego vine a Uruguay con el Loco Prendez, un baterista que llevó el tambor a su instrumento. El bautismo consistió en ver cantar al Canario Luna, pero en esa instancia también conocí a Mateo.
—¿Cómo fue tu encuentro con él?
—Lo único que escuché de él fue: “Vo, la música electrónica no va, eh… Te cortan la luz y no podés tocar más”. Para mí la palabra creador es muy fuerte, esa gente que entra al mundo y lo cambia sin darse cuenta. Mateo tenía una forma única de tocar, cantar, armonizar y componer.
—¿Algún disco de Mateo que te haya llegado particularmente?
—Ahora no recuerdo los nombres, escuché cuatro o cinco… Son discos fundamentales. Y a veces lo he escuchado cantar a Hugo Fattoruso, esa forma de cantar que tenía Mateo, la forma de frasear, la afinación de la guitarra, la composición. A mí hay artistas que me sacan la capacidad de análisis, directamente los disfruto. Es como cuando escucho a Spinetta, o cuando Osvaldo y Hugo quedaban tocando solos. Yo nunca escuché una cosa igual de creatividad y fluidez entre los dos, y a eso no hay que buscarle una explicación, hay que disfrutarlo y chau.
—¿Cómo fue la grabación de “Y aparece tu piel” junto a Luis Alberto Spinetta?
—Yo estaba grabando el disco Sin tiempo en lo de Lito Vitale, que se portó como un hermano, y en el medio de eso fui al estudio de Luis porque pensaba mezclar y hacer alguna cosa ahí… Le mostré el tema, y de golpe me manda una letra y me escribe: “Si es aceptada, la podemos mejorar”. Le dije: “Escuchame, es demasiada letra para esta canción que hice”. Cuando él cantó en ese disco, lo primero que le dije fue: “Gracias por hacerme escuchar un sueño”. Era una dicha estar en su casa, en su estudio, vos tocabas el timbre y salía él, a veces íbamos a las 9 de la mañana y él se iba, no sabíamos a dónde, y era a comprar medialunas… Así era el Flaco. Nos fuimos del estudio y yo no me fui muy contento, no sabía muy bien por qué, con tanto que había vivido. Poco tiempo después se nos fue, y ahí encontré la razón de por qué me sentía tan mal ese día… Quedó un pozo, y a mí me cuesta todavía ver algún video, me cuesta escuchar “Y aparece tu piel”. La canté pocas veces, porque creo que ya fue cantada por él… no la hago… la dejé ahí.
—¿Qué lugar ocupan la palabra y la voz en tu música? ¿Te gustaría que tomaran más protagonismo?
—Un amigo mío me decía por qué no cantaba más, si Mercedes Sosa dijo que cantaba bien, si canté con Rubén Juárez. “Mirá, si vamos a una reunión y hay una guitarra, primero agarro la guitarra, después por ahí canto”, le dije. Cuando escucho o leo poesía, las cosas de Atahualpa, pienso que es un arte aparte, que me gustaría tener, pero yo me expreso primero con la guitarra. La música es una energía espiritual más allá de las notas, la gente no tiene por qué entender armonía, melodía, ritmo, pero sabe cuándo un artista es sincero… Una vez, para resumirlo, dije: “Si tengo una cita de cualquier tipo, si agarro la guitarra, seguro llego tarde”.
—Piazzolla no se arriesgaba (o no lo dejaban) a hablar de tango, sino de música de Buenos Aires. ¿Le ponés una etiqueta a la música que tocás?
—Soy una consecuencia de lo que he escuchado de chico, de todo tipo de música, lo primero que toqué fue un chamamé, después toqué en peñas y en bailes; mi manera de componer, de tocar, todo tiene que ver con lo que escuché de chico. Un día estaba tratando de explicar mi libertad artística a un importante diario de Argentina, y pasó Rubén Juárez y me dijo: “No expliques tanto, tocá”. Lo importante es que sea sincera. No explicar tanto la música, sino tocar, y no mentirse, los más grandes artistas que conocí tienen en común que no se mienten, tocan lo que sienten, algunos son más famosos, otros menos, tienen más o menos dinero, pero eso no se negocia.
—A los guitarristas les llama la atención tu forma de usar la mano derecha, con un pulgar a toda prueba, pero a veces usando los dedos como si se tratase de una milonga, pero en una Gibson Les Paul. ¿Cómo surgió esa forma tan original de toque?
—Bueno, yo no busqué nada, se fue dando así. Cuando era chico tocaba con púa, que está hecha para que suene la guitarra con volumen, porque con los dedos solos, salvo que seas Paco de Lucía, no se escucha con volumen. Un día venía un solo mío y se me cayó la púa, y tuve que seguir así. Me gustó mucho ese contacto tan directo de la mano con la cuerda, lo sentí más directo. El pulgar tiene esa dulzura, esa gordura que le da. Yo creo que tengo más facilidad para la mano izquierda, pero hago ejercicios para la derecha, uno también tiene que trabajar lo que no tiene naturalmente.
—Sergio Pujol, en el libro Jazz al sur, dice que en los primeros años se te criticaba cierta adicción a las notas, un miedo al vacío, que en música es miedo al silencio. ¿Cómo te llevás hoy con el silencio en tu música?
—Son opiniones, qué sé yo. Yo tocaba mucho tiempo en El Papagayo y tenía que cubrir todo porque no había piano, y cuando empecé a tocar solo fluía una cosa atrás de otra, y además escuchaba mucho a Charlie Parker, a Coltrane y a todos esos tipos. A diferencia de un crítico como Pujol y otra gente, cuando George Benson y Tommy Li Puma me escucharon tocar, la opinión fue: “Qué de cosas que tiene para decir este chico”; lo dijeron de otra manera, pero no había una crítica de si yo tocaba más o menos. Yo lo que hice siempre fue tocar lo que sentía. Una vez estaba enojado por una de esas críticas, y Hugo me dijo: “Escuchá tus notas, sentí tus notas”; y la verdad que esas opiniones no cambiaron nunca una nota; sí cambian si yo le pregunto sobre ellas a un músico que admiro mucho.
—Pero Pujol también te compara con Oscar Alemán…
—Para mí Alemán fue el guitarrista con más swing que tuvimos, además él tocaba todo tipo de música, brasileña, tango, chamamé; como pasaba con Adolfo Ábalos, Horacio Salgán, Hugo Díaz. Acá había una raza que tocaba de todo, más allá de que fueran conocidos por un género. El otro día estuvo Yamandú Costa y le hice escuchar al Quinteto Real, el antiguo, integrado por Salgán, De Lío, Francini, y es una cosa de hace muchísimos años que hoy suena muy moderno. Es el comienzo de la onda de Piazzolla, una nueva forma de tocar: técnica, swing, conocimiento.
—En la vida, ¿cuál sentís que es tu mejor instrumento?
—Difícil. Primero está lo que siento, después lo que pienso, en todo. Cuando yo no sabía por dónde agarrar con la música, si tocarla para ayudar a la familia o hacer lo que yo sentía, mi vieja me dijo: “Mirá que yo quiero un hijo feliz”. Eso fue un mandato. Ahora creo que soy más padre que músico, estoy muy puesto con la carrera de mi hijo, que acaba de grabar su disco. Tengo una hija de 8 años que incluso cantó allí una canción de Stevie Wonder. Yo creo que no hay que usar la cabeza para matar los sueños, sino para tratar de cumplirlos. Si uno no defiende lo que siente, ¿quién lo va a hacer?
—¿Como notás a esta Buenos Aires del presente?
—No estamos viviendo bien, y te lo digo con dolor. Veo mucha distancia entre los que piensan políticamente de una manera y los que piensan de otra, y hay una agresión muy fea, mas allá de las cuestiones políticas que van y vienen. Cuando yo era chico veía que estaba la gente rica, la clase media, que era mucha, y los pobres, que siempre existieron y que eran muchos. Hoy está la gente que tiene mucha guita, la clase media, que se ha reducido muchísimo, y los pobres, que han crecido mucho, y después están los que están fuera del sistema, que están fuera de todo; cuando tu vida no vale nada, la del otro tampoco. La gente tiene que comer, y después podemos hablar de Bill Evans, de lo que quieras, pero lo primero es lo primero. Nunca estuve tan involucrado políticamente, o que me dolieran las cosas como ahora, porque tengo hijos, porque quisiera que ellos y todos nosotros viviéramos de otra manera. En eso no estamos bien, si bien es una ciudad que amo, hoy en Buenos Aires la energía no es muy buena; nosotros tenemos la posibilidad de tocar, aunque los músicos vivimos de lo que le sobra a la gente.