No son muchos los músicos capaces de derretirte el alma así nomás con su canto. Lo hace Braulio López. Qué cantante formidable, qué hondura, qué despliegue de matices, qué swing, qué intensidad. No para de maravillarme la cantidad de sus personajes vocales, sus mañas interpretativas, su intensidad dramática –una que nunca suena “para aplaudir”, como lo hacen los cantantes baratos de tango, y que no obedece a fórmulas que uno pueda discernir, sino que parece mirar hacia adentro–. Nomás al inicio de su disco nuevo,1 en la canción “El canarito”, Braulio empieza en su registro mediano (bah, suena “mediano” por la naturalidad casual con que él entona, sin anestesia, esos arpegios por una octava entera, que para muchos pobres mortales son casi el rango vocal completo). La melodía pega unos saltos hacia arriba que él siempre entona con una afinación más alta: “Con aires de tierra adentro me vine a la capital”. Ese tironcito convierte lo que podría ser una nota consonante (la tercera del acorde) en algo cercano a una disonancia (la oncena, friccionando con la tercera). Así, la sencilla armonía paisana (mi menor – si séptima) queda interferida por una aspereza rústica –que puede tomarse como levemente modernista–. La siguiente frase, “trayendo un quintal de sueños que fue matándome la ciudad”, es esencialmente una escalera descendente con unas pícaras resbaladitas hacia arriba. Luego la frase repite con un giro más agudo, ahora sí cantada con plena potencia, y ahí aparece finalmente ese timbre metálico notable de Braulio, un poco enojado, un poco sufrido. Y así todo el disco: qué rango de expresiones, qué sensación de verdad.
Este es el primer disco de Braulio López desde El rescoldito, de 2007. La mayoría de las músicas son propias y creo que son nuevas. Hay dos musicalizaciones de textos de Víctor Lima (1921-1969) y una de Serafín J García (1905-1985). Braulio interpreta un par de canciones venezolanas –esa tradición olimareña–, una anónima y la otra de Juan Vicente Torrealba (que es aun mayor que Lima, pero sigue vivo, con sus 101 años de edad). Las otras autorías saltan al costado generacional opuesto: Braulio musicaliza una letra de su hijo Mauro, e interpreta una canción de su otro hijo, Félix. Esos aportes juveniles no difieren de la tendencia general del disco, que es nostalgiosa. Hay una elegía (preciosa letra del propio Braulio) a un tal Casiano, que un día se fue “por las memorias andando”. El texto apenas alude a él en un par de imágenes que parpadean frente a nuestra imaginación: “su mano tendida con el mate convidando” parece indicar generosidad, compañerismo, cortesía, disponibilidad. Refiere a “su figura galopando”, lo ubica en Isla Patrulla, y no sabemos nada más. Es decir, la canción no nos cuenta mucho sobre cómo era Casiano, sino que se enfoca en el sentimiento de pérdida, en el dolor, en el lírico frescor de la naturaleza que retendrá su recuerdo, que es el de la plebeya nobleza del gaucho. El otro homenaje póstumo es más concreto: a Luisa Cuesta, importante figura de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos fallecida en 2015. En la canción Braulio abraza sus reivindicaciones. Es la única directamente política del disco; el resto del fonograma transpira disconformidad pero en forma más general, existencial.
Es un trabajo severo. Su casi una hora de música (un promedio de cinco minutos por canción) no incluye un único ritmo realmente picado. Todo es entre moderado y lento, y todas las canciones son en tonalidad menor (más de la mitad están en mi menor). Hay algunos temas en especies bien definidas (milonga, chamarrita, tango, vals), y otros en variedades más borrosas de compás ternario con un componente hemiólico. La canción de Félix López, “Un sobreviviente”, es rarísima: parece una música de Cabo Verde, con su ritornelo de guitarra eléctrica de carácter afrolusitano y su coro femenino al unísono. Quitando dos o tres intervenciones de guitarra eléctrica y algún bajo discreto, todo es desenchufado: guitarras, arpa, percusión, acordeón, bandoneón, violonchelo.
Este precioso disco está coronado con una fina presentación gráfica, diseño de Alejandro Sequeira sobre una obra plástica de Juan de Andrés.
- Todavía, Mmg, 7209-2, 2018.