Oidor andante (1972) señala un giro importante en la poética de Ida Vitale. Se dirige, como en el encabezamiento de una carta, pero no al lector, sino al que escucha con tino y con oído; el sujeto poético se erige juglar medieval atento al mundo y su conversación, voz que camina, que deambula, lejos de todo estancamiento. Es la Vitale peregrina, la Vitale-Montaigne que sabe, además, que la palabra ampara y redime –como se sugiere ya en la cita de CintioVitier que inaugura el libro: “Se van quedando atrás tantas palabras/ ¿de qué sirvieron nunca?/ ¿qué gloria hubo alguna vez sin ellas?”. Su estilo se vuelve cada vez más preciso, lúdico y sofisticado, cada vez más sobrio y despojado, sin alambicamiento ni manierismo alguno, pero con notables hallazgos expresivos y experimentaciones formales ...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate