Como aquellos obsesivos cartógrafos borgeanos que para hacer un mapa perfecto reproducían palmo a palmo el territorio que debían cartografiar, Gay Talese narra una proeza a través de un libro que es, a la vez, una proeza narrativa. En El puente su prosa por momentos se parece a esos remaches que vuelan en las alturas como bolas del infierno desde un “cocinero” que los calienta al rojo vivo hasta el otro obrero que los embolsa –como un catcher del béisbol– para que un tercero los coloque en su sitio y puedan ser aplastados con fuerza y durar ahí toda la eternidad. Camina al borde de dos abismos –su material y su estilo– haciendo equilibrio sobre las vigas metálicas y reptando cuando el viento es demasiado fuerte. Otras veces la prosa parece estar en vela, con una escopeta al lado de la cama...
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