No se puede afirmar que sea una simple exposición de fotografías, sino más bien una instalación o una ambientación con elementos visuales.1 Sí hay 17 fotos de considerable formato, que constituyen el foco de atención, pero también se presentan componentes sonoros, espaciales y lumínicos, como la reaparición de la claraboya y el ventanal tenuemente vedado. Todo ha sido concebido para el lugar: destacan las paredes de papel y madera, remedo de arquitecturas japonesas. La ambientación acústica –música y paisajes sonoros– busca generar un clima propicio, evocativo del bosque, y de esa práctica japonesa, el baño de bosque, que se les receta a los pacientes que sufren estrés en las grandes urbes niponas.
La propuesta expositiva es el tramo final de un proyecto sobre el Arboretum Lussich que la fotógrafa Tali Kimelman (1978) viene realizando desde el año 2016: “Sobre el ‘Baño de bosque’ les puedo comentar que es una técnica ancestral con origen en Japón (Shinrin-Yoku) que aporta beneficios para la sanidad mental, espiritual y apertura de los sentidos mejorando el sistema inmune de las personas, la depresión y el estrés a tal punto que en Corea y Japón están cubiertos por el sistema de salud, para que las personas lleven a la práctica dicha herramienta en lugar de consumir tantos medicamentos”.
El diafragma abierto y el control de la exposición de luz adecuada en el empleo de la cámara, que consigue la difusión de los bordes y la mayor nitidez en algún sector de la imagen impresa en papel mate, brindan una idea envolvente y la sensación de inmersión en el bosque. Imágenes precisas, poco importa si están “photoshopeadas”. En todo caso, si lo están –¿quién puede determinarlo?–, han sido trabajadas con esmero para no forzar la nota cromática, buscando atmósferas tonales suaves. Los verdes variados, la niebla, los claros y las zonas umbrías, las floraciones y los rocíos, los pequeños bosques en miniatura que caben en el gran bosque –formaciones de hongos como pacíficos ejércitos silentes– conforman una secuencia de imágenes apacibles.
No hay hostilidad ni rastros de deterioro y putrefacción –salvo algún tronco de pino caído que corta el sendero–, y esa suavidad inmaculada arrima por momentos la propuesta a una veta publicitaria, a esa pulcritud de la naturaleza de la que también el ciudadano suele desconfiar: es el riesgo que se corre. Pero en líneas generales Baño de bosque zafa de ese registro aséptico gracias al toque sonoro con momentos inquietantes y a la sugestión de las imágenes que juegan con las resonancias de la nocturnidad, de los celajes y las penumbras, características que poco tienen que ver con imágenes de postal y publicidad.
Sobre el efecto terapéutico del bosque desde aquí es poco lo que se puede afirmar. Acaso suceda después, una vez que traspasemos el borde visual del bosque. En ese caso, esta ambientación es una promesa o una antesala –¿la sala de espera del bosque? – y una sugestiva invitación a penetrar en el viejo parque de Punta Ballena.
- Baño de bosque. Museo Zorrilla. Fotos de Tali Kimelman, curaduría de Diego Vidart. Diseño sonoro: Marco Colasso, de Head Brothers. Diseño de sala: Mapa.