Empecemos por el final: el domingo 13 de enero un avión con policías y agentes de inteligencia italianos aterrizó en el aeropuerto de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra, y se llevó a Cesare Battisti. El ahora escritor es un ex integrante del grupo armado de extrema izquierda Proletarios Armados por el Comunismo (Pac), que operó en los “años de plomo” italianos y fue condenado a cadena perpetua en Italia por cuatro crímenes, dos como autor material y dos como cómplice. Llegó al aeropuerto militar italiano de Ciampino a las 11.36 del lunes. Allí lo esperaba el ministro del Interior y líder del gobierno italiano, Matteo Salvini, un neofascista que forma parte del eje xenófobo trumpiano tantas veces criticado por Bolivia.
De este modo, para sorpresa de muchos, Evo Morales entregó en 24 horas a Battisti, negándole el pedido de refugio pero, más aun, el derecho básico a un proceso de extradición en el que se pudiera analizar el caso. Con esta decisión el presidente boliviano quedó inmerso en una operación armada por el nuevo eje ítalo-brasileño: ambos referentes están tratando de montar una internacional de la extrema derecha a escala global.
Muchos medios captaron la situación y titularon que Bolsonaro usa la detención del ex integrante del grupo italiano como un “guiño a Salvini”. Ya durante su campaña electoral Bolsonaro había anunciado que era partidario de extraditar al italiano, quien –luego de haberse refugiado en Brasil, con el visto bueno de Lula– huyó a Bolivia en diciembre pasado, tras la elección del nuevo presidente brasileño, cuando el Supremo Tribunal Federal ordenó la detención preventiva en su contra, con el fin de asegurar su extradición. Pero si el nuevo presidente brasileño le hizo un “regalo” a su colega italiano, Evo Morales le hizo su propio regalo al “hermano” Bolsonaro, como lo llamó en su twit de felicitaciones tras su triunfo electoral. Y queda la duda: ¿esta entrega exprés fue negociada en la jura del ex capitán en Brasilia, el 1 de enero pasado? Se entiende que Bolivia intente una convivencia pacífica con Brasil por necesidades de tipo económico (venta de gas) y en alguna medida político (evitar que Bolsonaro financie a la oposición). Pero es probable que, por más que Evo se incline ante el nuevo “mito” de Brasil, este conspire igual; y por otra parte este no era un tema con Brasil, sino con Italia. Incluso si la Comisión Nacional del Refugiado (Conare) boliviana rechazaba el refugio, como finalmente hizo, quedaba pendiente, en última instancia, el derecho a defensa en un juicio de extradición.
Para Evo Morales el caso era simplemente un pleito ajeno que ponía palos en la rueda en su proyecto reeleccionista, la única meta real que queda en pie en el “proceso de cambio”, pese a haber ganado el No en el referéndum de febrero de 2016. El presidente boliviano confirmó, con esta decisión, que es ajeno a un tópico central en la cultura de izquierda: la solidaridad. François Mitterrand le dio refugio en Francia, donde Battisti se volvió un popular escritor de novelas policiales. La llamada “doctrina Mitterrand” negó la extradición de varios ex militantes y dirigentes de la extrema izquierda italiana de los “años de plomo”. “Rechazo considerar a priori como terroristas activos y peligrosos a aquellos hombres venidos especialmente de Italia mucho tiempo atrás de que ejerciera mis responsabilidades y que integrándose aquí y allá en el extrarradio parisino se han arrepentido, a medias o del todo, no lo sé, y permanecido alejados de su actividad. Francia es y será solidaria con sus socios europeos y desde el respeto de sus principios y sus leyes rechazará toda protección directa o indirecta al terrorismo real, activo y sangriento”, declaró Mitterrand en aquel momento.
En Bolivia, el ministro Carlos Romero, lejos de estas palabras del presidente socialdemócrata francés, se pareció a un ministro del Interior de cualquier gobierno de la “derecha alternativa”, y justificó la expulsión inmediata de Battisti por haber ingresado ilegalmente al país. Como dijo el defensor del pueblo, David Tezanos Pinto: al italiano “no se le tomó una entrevista ni se le hizo conocer una resolución denegatoria (del refugio), aspectos fundamentales del debido proceso (…) lo que vulnera los principios de ‘no devolución’ y ‘no expulsión’”.
Pero la entrega, que Bolsonaro y Salvini vivieron como su Plan Cóndor de opereta, tiene un agravante político adicional. El propio vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, fue encarcelado y, si bien no fue acusado de asesinato, fue condenado por terrorismo en los años noventa por su pertenencia al Ejército Guerrillero Túpac Katari. Y más aun: Antonio Negri, el popular intelectual italiano, tan seguido en Bolivia –que compartió mesas con García Linera y fue publicado por la vicepresidencia–, estando acusado en Italia de pertenecer al grupo Potere Operaio y a las Brigadas Rojas y de haber sido el cerebro de atentados, también fue beneficiado por la doctrina Mitterrand hasta que finalmente negoció una entrega y reducción de pena en Italia.
Pero la “doctrina Evo” no responde sólo a una falta de solidaridad, refleja también un desprecio a los derechos democrático-burgueses de establecer un proceso justo. La decisión que tomó el presidente boliviano es parte de un funcionamiento del sistema judicial que combina corrupción endémica, falta de independencia e injerencia presidencial en cualquier cuestión trascendente. Eso es lo que no entienden los opositores que en las redes sociales se alegraban –con o sin ironía– de que Battisti hubiera sido entregado de este modo a los italianos. Por ejemplo, el líder opositor Samuel Doria Medina condenaba la detención arbitraria del presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Juan Guaidó, por agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), y acto seguido twiteaba: “De pronto les llegó la cordura. Evo Morales entrega terrorista prófugo a Italia”. No primó la cordura, la negación del proceso de extradición, apelando a la entrega exprés, es parte de la misma arbitrariedad que mañana podrá jugar en contra de la oposición boliviana. Es el problema del liberalismo a geometría variable de los antipopulistas vernáculos.
Y esta necesidad de defender derechos tampoco la ven quienes se indignaron, con razón, por la expulsión, pero por considerar que Battisti es un comunista heroico entregado por la revolución boliviana, como si Bolivia fuera la Urss de 1920. El propio hermano del vicepresidente, Raúl García Linera, escribió que la entrega de Battisti constituye el primer acto contrarrevolucionario del gobierno de Evo Morales. De todos modos, comparado con la mayor parte de los funcionarios, que guardaron un silencio indigno frente a la decisión presidencial de mandarle su regalito al neofascista milanés, al menos este García Linera expresó sus divergencias de forma clara y pública, lo que no ocurrió con infinidad de oficialistas que suelen indignarse por el funcionamiento de la justicia en los países gobernados por la derecha.
Y Salvini recibió el trofeo como corresponde: el comunista asesino se va a pudrir en la cárcel, dijo vestido con chaqueta de la policía. Un día antes el hijo de Jair Bolsonaro había anunciado que iba el “regalito” hacia Italia; aunque Battisti había sido detenido en Bolivia, el propio Bolsonaro prácticamente se atribuyó la captura. Brasil intentó hasta último momento que Battisti pasara por su territorio antes de ir a Italia, para que Bolsonaro se ganara los honores de su captura y entrega, y no un gobierno de izquierda.
“El ministro de Justicia italiano, Alfonso Bonafede, explicó que como Brasil no prevé cadena perpetua en su derecho penal, Italia había accedido a reducir la condena a 30 años de cárcel con la esperanza de recuperar al fugitivo. Un compromiso jurídico que ya no corre al regresarlo directamente a Roma, aunque la diferencia entre cadena perpetua y 30 años no tenga relevancia para un hombre de 64”, informó La Razón (13-I-19). O sea que la entrega boliviana agravó más su situación judicial.
Así Evo Morales, que protestó porque un diputado bolsonarista dijo que a los que les gustaran los indios se fueran a Bolivia, terminó como convidado de piedra de la fiesta de otros: la de la nueva internacional de la extrema derecha. Incluso el mensaje de Bolsonaro dándole las gracias a Bolivia tuvo sus tonalidades humillantes: agradeció a las autoridades bolivianas haber atrapado al protegido del “gobierno más corrupto de la historia de Brasil”. O sea el de Lula, el aliado de Evo condenado a 12 años de prisión por el actual ministro de Justicia de Bolsonaro.