Cuatro años después de ganar el premio Nobel, Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) vuelve a la ficción y logra una nueva victoria en su ajuste de cuentas con el pasado. Más que la evocación afligida o los enfrentamientos violentos de las novelas escritas sobre el período nazi en Francia, Recuerdos durmientes es una búsqueda del tiempo perdido teñida de resonancias proustianas, un ejercicio de memoria en el cual Modiano convoca a testigos del comienzo de la vida de su protagonista –que ahora es un hombre maduro– y recrea los encuentros que le permiten recuperar episodios del pasado: “En esa época de mi vida y desde la edad de 11 años desempeñaron un papel importante las fugas. Fuga de los internados, fuga de París en un tren nocturno el día en que tenía que presentarme en el cuartel de Reuilly para el servicio militar, citas a las que no acudía o frases rituales para escurrir el bulto: ‘Un momento, que voy por cigarrillos…’, y esa promesa que tuve que hacer cientos y cientos de veces sin cumplirla nunca: ‘Vuelvo enseguida’”.
Modiano ha declarado que siempre soñó escribir un tratado de la fuga a la manera de los moralistas y los memorialistas franceses cuyo estilo admira desde la adolescencia: el cardenal de Retz, La Bruyère, La Rochefoucauld, Vauvenargues… Pero ha dicho también que de lo único que puede dejar constancia es de los detalles concretos, de los lugares y los momentos específicos. Por eso, como otros libros de este artista de la metrópolis moderna, Recuerdos durmientes es una novela topográfica narrada desde la mirada del flâneur que contempla París sin prisa, casi con delectación.
Todo gira alrededor de las palabras: nombres minuciosos de las avenidas y los callejones, de teatros, cines, parques y cafés. La ciudad atraviesa la escritura de Modiano con la impostura de una obsesión, convirtiéndose en un mapa mental por donde se camina sin rumbo fijo, dejándose llevar por los pensamientos y la ensoñación. El recuento melancólico distingue hoteles, el salón de alguna casa, bibliotecas, comercios, estaciones de metro, pistas exiguas con las que el protagonista busca reconstruir una historia que le permita cerrar la herida de su identidad.
Estamos en París, años sesenta. El narrador mantiene una serie de encuentros sucesivos con seis mujeres distintas y enigmáticas: Mireille, Geneviève, Madeleine, Martine, madame Hubersen y una cuyo nombre no llegamos a conocer. Algunas asomaron en libros anteriores del autor. Con otras el joven narrador se reencuentra años después: una pasea con un niño de la mano, otra enseña la frente humillada por una cicatriz. Esos cruces y encuentros que guardan sentidos ocultos son evocados cincuenta años después por el hombre maduro. A veces se asimilan a rutinas banales, otras reviven circunstancias de un sueño. Son señales entremezcladas de lo poco que pervive en la memoria y lo mucho que se pierde en el olvido. Todo va revelando cómo se transforma en material narrativo lo que comienza siendo una tenue luz en la mente del escritor. “Basta con cruzarse con una persona o con encontrársela en dos o tres ocasiones, o con oírla hablar en un café o en el pasillo de un tren para captar retazos de su pasado, mis cuadernos están repletos de trozos de frases que pronuncian voces anónimas”, dirá el narrador.
Modiano no cesa de mezclar huellas autobiográficas con remembranzas cambiantes. A veces disimula el lugar del autor fabricando un álter ego o, como en Recuerdos durmientes, una voz narradora que igual que él es capaz de decir: “París para mí está sembrado de fantasmas, tantos como estaciones de metro con sus puntos luminosos cuando a veces apretaba los botones del plano eléctrico de transbordos”.
Con un estilo marcado por la recurrencia y el detalle oscuro que oculta más que revela, la escritura austera y misteriosa del autor es ideal para envolver al lector en un territorio que trata de sobrevivir entre la realidad, la memoria y el ensueño. Surgen lecturas que dejan huella, la afición al espiritismo, la aparición imprevista de un cadáver (porque una de las mujeres mató a un hombre). La presencia de lo femenino es significativa en la trama. Son mujeres quienes conducen al joven que no parece tener vida propia a casas ajenas, bares, fiestas, cenas. Son ellas quienes le hacen confidencias absurdas, le demandan favores inverosímiles, hacen que las acompañe a sitios imaginarios. El puzle desordenado que el narrador intenta recomponer evoca un tiempo en el que todavía había oportunidades y al que se intenta regresar inútilmente. Como en En el café de la juventud perdida, una novela de 2008 de Modiano, también aquí destella la cautivadora intensidad del claroscuro, la densidad de lo no dicho, el sentimiento de que, como reclama el autor en casi todos sus libros, nada en el mundo está a merced del azar.