Me hacés acordar a ella. Sentada en primera fila, los ojos entrecerrados, las manos en la falda, mirándolo, desesperada, convencida de que ese amor iba a ser por siempre sólo de ella, que él iba a tener clavado en el entrecejo la marca de su entrepierna. Me hacés acordar a ella, con la cara redonda, los ojos tibios, demasiado confiada, demasiado inocente y cayendo como piedra en una promesa insensata de una boca que siempre fue mueca de mentira. Y yo, detrás, o adelante, o en el medio de la fila, “a nadie le lleno los dientes de flores/ en nadie vivo, en nadie bebo”.
Me hacés acordar a ella, porque te habla bien, porque te respeta, porque no te grita con odio, con miedo, cuando levantás los ojos y le decís que no, que no sos esa muñeca, “los huesos mutilados/ son la nada/ que eclipsa nuest...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate