Quienes han ido al Anfiteatro Monte de la Francesa saben que conserva cierta magia, algo del sentir original. No es porque sí que le dicen el “Teatro de Verano de Colón”.
Los conjuntos agradecen el espacio y reconocen el trabajo de los vecinos. Se nota que es sentido, que disfrutan mucho de ir a ese escenario. Hay un ambiente familiar, pero también un público asiduo; hay gente sociabilizando y otra que presta muchísima atención (aunque eso es lo que sucede en todos los tablados).
Fui con una amiga y mi hija. Cuando llegamos estaba actuando un conjunto “fuera de concurso”: era una banda de plena que se llama Del Callao. Las gurisas y los gurises corean los temas interpretados por la banda, que se asemeja mucho a una orquesta de esas que se ven en el Interior o en algún club barrial. Al bajar de su ómnibus, la murga La Mojigata esperó detrás del escenario y nosotras nos dispusimos a comprar algo de comer, porque el tablado de barrio tiene precios accesibles.
El Teatro de Verano de Colón tiene una particularidad: en su cantina no se vende alcohol y se promueve el disfrute sin sustancias. Hay personas que llegan a preguntar, bastante incrédulas, si esto es real. Y es que nuestra sociedad está acostumbrada a asociar la noche, el verano y el disfrute con la cerveza, y más en Carnaval.
Elegimos un lugar y nos sentamos. Sale el presentador, un veterano serio que usa palabras rimbombantes, acompañado de un gurí que corta un poco la solemnidad. Empieza a actuar La Mojigata; el sonido está muy fuerte, pero de a poco se va acomodando. Se nota el calor que sienten los murguistas debajo de sus trajes, el maquillaje corrido se ve de lejos. Me pregunto por qué no hemos sido capaces de adaptar los vestuarios a un clima de verano; cada vez hay más tela y polifón, cuando se sabe que sentir calor no ayuda al canto. En medio del espectáculo mi hija ve unos inflables a lo lejos, y por supuesto pide para ir a saltar. Mi respuesta es negativa, primero porque quiero ver el espectáculo, pero además porque llevarla implica gastar más plata. Le digo que siga disfrutando de la murga, y ella aguanta. La Mojigata baja, nos pasa por al lado, ella besa murguistas y aplaude. Me pongo a pensar en los momentos en que más aplaude la gente (niños y niñas, sobre todo) y me doy cuenta de que es cuando se genera un intercambio entre artistas y público. Las bajadas de las murgas tienen ese qué sé yo de abrazo y cercanía, de sentirse parte de un momento especial.
Viene la revista Tabú. Los tablados de barrio nos invitan a ver diferentes categorías; yo, que acostumbro a ver murga y nada más (lo digo con vergüenza), admiro cómo la gente disfruta de todos los espectáculos con la misma concentración. La revista es un lenguaje escénico poco familiar para mí, y me gusta tener que conectar con otra cosa, con una propuesta que me obliga a mirar de otro modo. Mi hija vuelve a pedir para ir a los inflables, y vuelvo a decir que no. Consigue un helado por ahí, tiene esa magnífica capacidad de arreglarse sola. Seguimos mirando la revista, que termina bastante abruptamente; siento el gustito de que me faltó el final de la historia. Sale el presentador a promocionar la venta del bingo. Ponen un poquito de música mientras esperamos a Queso Magro. Es cumbia, pero no conozco las canciones; de nuevo gurisas y gurises corean y bailan casi con más entusiasmo que con las actuaciones en vivo. En la pantalla gigante se proyectan imágenes del público, que, al verse, o bien saluda con mucha euforia o se tapa la cara con vergüenza.
Llegó la murga, comienza la actuación. El público mantiene la concentración, aunque cada vez hay más niños durmiendo en las gradas; entre ellos, mi hija. La gente se ríe y aplaude. De nuevo, el momento de mayor goce es cuando la murga baja, y niños y niñas corren a besar a los murguistas para que les pinten la cara.
Otro corte, se viene el bingo. Mucho suspenso… demora, pero hay un ganador. Pienso que nunca gané un bingo en el tablado, y no por falta de inversión. Voy al baño, paso por los inflables y me doy cuenta de que son gratis. Nunca hubiera pensado en esa posibilidad, tendría que haberlo averiguado. Porque, claro, esto es un tablado de barrio, de los que tienen magia. Cyranos está demorado, ya son las 23.30. Ponen más música. Llegan justo a la medianoche. La poca gente que aún permanece en el tablado ríe con vehemencia y aplaude los remates. Cyranos se va, el tablado se vacía, ya pasó media hora del lunes. Nos vamos a casa, que mañana sigue el Carnaval.