Las elecciones regionales holandesas de la semana pasada, que definen la integración del Senado, volvieron a poner sobre el tapete a un fantasma que tiempo atrás algunos analistas locales y europeos habían aventado muy rápidamente: el de la extrema derecha. Foro para la Democracia, un partido xenófobo que hasta ahora tenía una muy escasa representación parlamentaria (apenas dos diputados), obtuvo 13 bancas de senadores y le hizo perder la mayoría en esa cámara a la coalición de centroderecha que gobierna el país desde 2017. A partir de ahora, sumados, los partidos oficialistas tendrán 31 senadores, siete menos de los necesarios para controlar la cámara alta, de un total de 75 integrantes. El Foro, liderado por un joven político de buena imagen, Thierry Baudet, de apenas 36 años, captó votos en el electorado de los liberales de derecha del primer ministro Mark Rutte y del Partido de la Libertad, otra formación ultra, dirigida por el xenófobo Geert Wilders. Los superó a ambos: los liberales de Rutte ganaron 12 bancas y los ultras de Wilders, cinco. También le ganó a Izquierda Verde, que a pesar de crecer (pasó de cuatro senadores a nueve) no logró convertirse en la primera fuerza en la cámara alta, un resultado que vaticinaban algunos sondeos.
El discurso de Baudet tras su triunfo fue muy ilustrativo de por dónde va: “Somos el partido del renacimiento de este país” y la punta de lanza de la lucha contra “la hechicería del clima, la idolatría de lo sostenible y el adoctrinamiento de la izquierda”, dijo. Y también: “Somos quienes frenaremos la entrada de miles de personas que vienen de culturas opuestas a la nuestra, por si no tuviéramos bastantes problemas con la inmigración”.
Wilders tomó con calma su derrota, o así lo quiso trasmitir,cuando declaró: “Ahora que un nuevo partido suena parecido al nuestro, la pérdida de escaños es más contenida”. Cuestión de familia. Y es verdad que foristas y Partido de la Libertad cazan en las mismas tierras: no muchas cosas los diferencian, más allá de que el estilo del joven Baudet (culto, afecto a las citas en latín, melómano) parece a primera vista menos bestial que el del quincuagenario Wilders, con quien ningún partido de la derecha tradicional ha querido hasta ahora pactar si se excluye el breve período en que los ultras integraron el gobierno nacional (unos meses de 2012). Con Baudet, tal vez, liberales de derecha y la Unión Cristiana tengan menos remilgos. Pero son sutiles las distancias entre el joven lobo del Foro (un partido que multiplicó por diez su militancia en un período muy corto) y Geert Wilders. En materia de islamofobia, andan ahí ahí, con la salvedad de que el Partido de la Libertad propone cerrar todas las mezquitas y Baudet quiere disminuir sus minaretes. Los dos dirigentes están, de todas maneras, igualmente obsesionados por combatir la inmigración y a todos los “hechiceros” (palabra de Baudet) y “ecoterroristas” (palabra de Wilders) que hablan de cambio climático y de desastres ambientales, y a los defensores de la “ideología de género”. Con matices, ambos se sienten cercanos a Donald Trump.
Si se abarca a los dos partidos en una misma sensibilidad, a la que también podría sumarse una franja del electorado de la derecha clásica, lo cierto es que la extrema derecha social lejos está de haber perdido peso en Holanda, como se había afirmado en 2017 y 2018, cuando Wilders había fracasado en sendos intentos por acceder al poder, a nivel municipal, primero, y a nivel nacional, después. “Tenemos mucho terreno para seguir creciendo”, dijo el pasado fin de semana Baudet.