Cartas que nadie leyó - Semanario Brecha

Cartas que nadie leyó

La aparición reciente en Holanda de un baúl conteniendo 2.600 cartas del siglo XVII que nunca llegaron a ser leídas por sus destinatarios revela muchas historias y ofrece un festín para los estudiosos.

En un famoso ensayo Jacques Derrida nos desconcierta al decir que toda carta lleva en sí misma la posibilidad de perderse (La carte postale, 1977). Los novelistas ya habían explotado esa virtualidad con dramática eficacia. Tolstoi escribió un cuento en el que un niño infeliz envía esperanzado una carta pidiendo auxilio mientras el lector sabe que esa carta no llegará nunca a destino. Recuerdo que la misma desazón procuraba un cuento que abría un manual de inglés donde una muchacha en Londres le escribía a su enamorado en África que estaba dispuesta a casarse con él y a vivir allá, pero luego se contaba el accidentado viaje del cartero que moría –atacado, creo, por una fiera–, y su muerte condenaba a los amantes a creer que no habían sido correspondidos.

La aparición reciente en Holanda de un baúl conteniendo 2.600 cartas del siglo XVII que nunca llegaron a ser leídas por sus destinatarios revela muchas historias similares y ofrece un festín para los estudiosos. También presenta una idea complementaria a la propuesta por Derrida: toda carta perdida puede regresar.

Miles de cartas que no cumplieron su destino fueron preservadas en un baúl de cuero, en casa de un oficial postal holandés que las guardaba ya que, en caso de que alguien quisiese reclamarlas, él recibiría un pago. En esos años el destinatario pagaba en el momento de recibir la carta, y tal vez esa sea la razón de que se hayan conservado. El lote es variado, hay cartas selladas y otras que no, están escritas en diversas lenguas y por personas de todas las clases sociales: aristócratas, muchos músicos en gira, comerciantes, enamorados, burócratas y gente de pueblo que debió recurrir a los oficios de escribientes para que pusiesen sus mensajes por ellos.

El XVII fue un gran siglo para la correspondencia debido a las mejoras en los servicios postales. Fue también el siglo en el que los pintores holandeses hicieron de “la escena epistolar” un tópico en sus pinturas. Entonces Vermeer y sus colegas pintaron exquisitas escenas en las que una muchacha o una mujer lee en la soledad de su hogar una carta. El lector no sabe lo que dice la carta, pero lo adivina. A veces los artistas sumaban a la escena a una criada, un personaje que hacía posible dotar al cuadro de un mayor dramatismo. Las mujeres burguesas que retrataban encontraban en la correspondencia un espacio de libertad, a veces secreta, y por eso las criadas eran cómplices en el trasiego de misivas. Al mismo tiempo las mujeres (fuera del lienzo) fueron encontrando en la permitida costumbre epistolar una posibilidad de escritura. El género epistolar fue entonces eminentemente femenino y hubo quienes, como madame De Sévigné, lo ejercieron con maestría. Fue un ejercicio que después permitió cruzar la frontera de la intimidad y acercarse a cotos exclusivos de los hombres, como el periodismo y la política. Madame De Stael es considerada la primera mujer periodista, a partir de sus “Cartas de Alemania”, donde un siglo después anunció precozmente el nacimiento del Romanticismo. Es también en el siglo XVII que don Quijote escribe su carta a Dulcinea (capítulo XXV de la primera parte), lo que Pedro Salinas consideró “la mejor carta de amores de la literatura española”.

Si los pintores y Cervantes eligen la carta de amor para representar todo un género, también es una carta de amor, o de desamor, que viene a ser lo mismo, la que han destacado quienes accedieron ya a la lectura de la colección preservada en el baúl de cuero holandés. La historia es la de una joven cantante de ópera que debió abandonar La Haya y viajó a refugiarse a París en circunstancias apremiantes. Un amigo escribe por ella, buscando interceder ante otro amigo, un rico comerciante judío. Aunque el motivo no se hace explícito, los especialistas aseguran que ella estaba esperando un hijo de éste. “Puedes adivinar fácilmente cuál es la verdadera razón de su desesperación –le dice–, lo que debería comunicarte es tan excesivo que no puedo contarlo en palabras. Conténtate con meditarlo y devuélvele a ella a la vida haciendo posible su regreso.” La carta fue devuelta por el destinatario sin abrirla.

OTROS TIEMPOS

El baúl tuvo una presentación previa en 1926, cuando se entregó al Museo Postal de La Haya para que fuera expuesto, un hecho que pasó bastante desapercibido. Hoy, en cambio, ya se creó un proyecto con el nombre de Firmado, Sellado & No entregado, que se propone estudiar su contenido y en el que participan académicos de las universidades de Leiden, Oxford, Mit y Yale. Disponen de la tecnología necesaria para escanear las cartas y leer su interior sin necesidad de abrirlas. ¿Qué esperan encontrar estos estudiosos en esta especie de natural cápsula del tiempo? Una historia sin intermediarios. Las guerras a través de una carta en la que un hermano le avisa a otro que no vaya a pasar por París porque corre el riesgo de ser reclutado para el ejército; los grandes hechos y los sentimientos más profundos, que revelen en directo la mentalidad de una época. El tratamiento dado a estas cartas, la expectativa que se creó inmediatamente sobre ellas, confirma el desplazamiento que ha protagonizado este tipo de escrituras de la intimidad. Si antes eran apenas documentos en los que basar alguna teoría, ahora se han corrido al centro del escenario: importan en sí mismas. Otro de los rasgos que han notado los investigadores es que hay muchas cartas escritas con el descuido informal de la cotidianidad, una escritura desprovista de puntuación y otros protocolos, abundante en giros domésticos idiosincráticos.

Es curioso, pero este baúl de cuero, todavía tan familiar a nuestros usos, prefigura las cápsulas que se han enviado al espacio para que algún hipotético lector del futuro o del afuera pueda conocernos un día. Al mismo tiempo, el baúl holandés recuerda aquel ideal de Walter Benjamin que fue publicado como Personajes alemanes, donde reunía y prologaba una colección de cartas de distintos personajes alemanes apostando a todo lo que pudieran decir. El año pasado la Biblioteca Nacional argentina creó un proyecto para reunir cartas de la dictadura y las expuso; este año, Alfredo Alzugarat publicó las cartas que su esposa Susana Pacifici le escribió, durante su noviazgo, primero desde un penal a otro, ya que ambos estaban presos, y luego desde el exilio a la cárcel. El arte que, como tal, nació en el siglo XVII, moría en el XX con todas sus banderas desplegadas.

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