Hace 30 años moría en París Raúl Sendic. La leyenda se había gestado mucho antes de su partida. El 30 de abril de 1989 se consolidaba el mito, se reforzaba la épica de un líder guerrillero que podría formar parte del gran panteón de los revolucionarios latinoamericanos, de aquellos que fueron capaces de dar su vida por un proyecto colectivo de revolución y emancipación.
Pero Sendic no es bronce. Es barro. Es el barro de aquella infancia en Chamangá, es el barro que pisaban los remolacheros y los cañeros. Es el barro de nuestra propia historia. De una historia cimarrona llena de aventuras, riesgos, dolores y muertes. Porque es leyenda y es verdad.
Se me hace imposible no imaginar a un Raúl Sendic resistiendo a punta de pistola en un pasillo de una vieja casa en la esquina de Sarandí y Pérez Castellano. El grito de “soy Rufo y no me entrego” aún parece resonar en la madrugada de aquel 1 de setiembre de 1972. No importa si fue así o si los hechos se desarrollaron de otra manera. Porque podría haber gritado, sí. Podría haber desafiado el destino inexorable de su detención. Podríamos creerlo porque el personaje que construimos es capaz de hacer eso y mucho más. Porque Sendic fue hombre y es personaje. Es horizonte para muchos y un pasado digno de ser desterrado para otros tantos.
Un hombre es, también, lo que se recuerda de él. La imagen de ese pasado siempre estará distorsionada por el presente que la evoca; porque la memoria es en tiempo presente y los tiempos pretéritos sólo pueden ser cuando un presente los transforma en narración.
Narrar a Sendic es redescubrir a una niña asombrada ante un hombre que parecía el más valiente de los hombres. Es habitar todas las posibilidades que se presentan al pensar en ese hombre silencioso, de mirada clara y profunda, de ojos que han visto la muerte y la miseria, de manos que han empuñado armas y lápices feroces.
La memoria sobre Sendic está llena de memorias que recuerdan, reactualizan, añoran, critican, halagan. Es, más allá de todas las otras posibilidades del recuerdo, una memoria política. Porque Sendic es política, es práctica y pensamiento. Es modelo y enseñanza. Es herramienta para pensar libremente, para escapar de las ortodoxias y de los espacios de comodidad y quietismo. Es preocupación genuina por los otros. Por aquellos otros que han sido los sujetos olvidados y que se transforman en causa revolucionaria. Es una excusa para pensar la democracia como límite y posibilidad, para reivindicar el antimperialismo.
Cuando evocamos a Raúl Sendic aparecen los cañeros del norte del país, aparece el barro, el hambre, la injusticia hecha carne en las heridas de hombres y mujeres. Su cara en carteles sostenidos por manos curtidas y pobres mientras avanzan hacia la capital. Su nombre empieza a ser el símbolo de una lucha, el héroe de muchos, el traidor de otros. Con Sendic llegan al presente las acciones más emblemáticas de los tupamaros, el cuidado por la población civil, el gesto heroico y la palabra humanizada. Llega la denuncia y el desenmascaramiento de las lógicas opresivas y corruptas de la oligarquía uruguaya. Llegan los asaltos y las fugas cinematográficas.
Sendic nos obliga a abandonar Montevideo, porque él también es “vivir a monte”, es tejer la clandestinidad cotidiana y excavar los montes y las praderas de este suelo para que por las tatuceras se fuera gestando la revolución. Es revolución y es el líder revolucionario, es el guerrillero heroico de un país sin Sierra Maestra, es hombre nuevo y es amor y es violencia.
Porque también es la guerra contra el rico, la guerra contra la explotación que hundió a buena parte del país en la miseria, esa guerra que conduciría a la patria para todos. Así lo sentencia en las palabras que escribió para la Proclama de Paysandú, “en esta guerra van a temblar, porque la pobrería no tiene otra cosa que perder en esta batalla que un hambre muy vieja, y ustedes, los ricos de siempre, van a dormir inquietos. Porque les vamos a entrar en sus mansiones y en sus despensas y en sus cajas fuertes. Ustedes han castigado al pueblo en las dos mejillas. No hay otra que poner. Ahora los humildes alzan su brazo armado. Y cuidado, que son muchos. Que somos muchos. Que somos todos. Y queremos patria”.1
Con Sendic siempre llega la tierra. La tierra problema, la tierra propiedad, la tierra artiguista, la tierra usurpada, la tierra de todos y de nadie. Imaginó proyectos, ideó programas y reformas; formó espacios para que muchos pensaran y actuaran. Fue escuchado y también silenciado.
Sendic tiene su historicidad, su contexto de ser y hacer. Podemos conocer y comprender escenas del pasado a través de los caminos que quiso y pudo transitar. En él podemos representar la convicción irrevocable de que el mundo se puede transformar, de que luchar contra la injusticia tiene sentido y es la única posibilidad de alcanzar la liberación.
Su compromiso inquebrantable con la transformación interpela nuestro presente, lo que hemos hecho y todo lo que resta. Porque Sendic es también todo aquello que no pudo ser. La revolución frustrada, el proyecto encarcelado, el hombre nuevo que no pudo ser parido y la tierra extranjerizada.
Estos tiempos nos permiten tomar a Sendic para repensar los colectivos, para discutir cuestiones éticas basadas en la solidaridad y la austeridad. Cuestionar el individualismo que nos atraviesa y analizar cuán capaces somos de abandonar nuestros sillones, de pensar y actuar con la solidaridad como fundamento y horizonte. Como decía Sendic, no se trata solamente de ser justos, sino de luchar para que esa justicia triunfe en el mundo. La solidaridad no es el acatamiento de normas de comportamiento que permitan la convivencia, es trascender el aquí y ahora, es pensar en las generaciones que vendrán, es trabajar por un futuro que no es mío, es de todos. Porque Raúl Sendic es futuro colectivo. Es esperanza.
Podemos rescatar al hombre y a su leyenda para pensar el pasado y para seguir soñando futuros. Porque su legado es transformación, es cuestionamiento y búsqueda, es la lucha contra toda lógica asfixiante, es deconstrucción emancipatoria. Por eso hoy Sendic es mujer que toma la palabra, que asalta las calles, que hace temblar a los poderosos. Porque la opresión, hoy como ayer, sigue siendo capitalista y patriarcal.
Homenajear a Sendic es aprender a no rendirse y seguir creyendo que, juntos, podremos construir un mundo donde haya patria para todes.
1. Movimiento de Liberación-Tupamaros (Mln-T). Proclama de Paysandú. Documentos de difusión del Mln-T. Colección “Documentación y Archivo de la lucha armada-David Cámpora”, archivo Ceiu.