Son músicas para piano solo que Maslíah hizo para acompañar comedias mudas. No aparecen tal cual como en las películas. La de Sherlock Jr., de Keaton, aparece resumida en un surco único de 12 minutos. Y la de la uruguaya Del pingo al volante aparece más que íntegra, separada en 15 surcos autónomos, reordenados y reformados para ganar un inicio, un medio y un fin. El disco1 tiene un valor de escucha independiente de las películas en cuestión, sin dejar de evocar, desde el título y la gráfica, la situación de un pianista de cine.
El enfoque de Maslíah no fue cien por ciento historicista, porque cuando uno adopta esa postura, suele buscar una visión “promedio” (¿qué solía hacer un pianista-compositor de cine, quizá uno especialmente bueno, pero que no dejara de ser “típico”?). No usó, por ejemplo, temas conocidos de música erudita del pasado y en las piezas más sentimentales (“Con infinita tristeza”, “Perspectivas inciertas”) agregó unos toques levemente paródicos ‒la prolongación levemente caricaturesca de un gesto, una armonía inusual‒. Lo lindo es que estos pequeños chistes no están ahí como excusa defensiva ante una incapacidad de obrar dentro de la inocencia a la que se alude, sino que la inocencia, increíblemente, está ahí, al mismo tiempo que la distancia. Yo pensaba que, muerto Chaplin, nadie más iba a poder componer algo así y, sin embargo, aquí tenemos, para gozar, llorar y reír, melodías increíbles, como “Con infinita tristeza”, “El vástago” o la parte de la “estratagema salvadora”.
Quitando esos elementos de extrañamiento, la música para Del pingo al volante podría estar hecha por una encarnación de Leo Maslíah nacida hacia 1900. Hubiera tenido que ser, como el Maslíah real, un músico excepcional y con una cultura musical especialmente amplia. Ese compositor imaginario de 1929 estaría sobrecalificado para su laburo de pianista de cine, pero, en fin, necesitaba la plata. En el ámbito de jazz, hubieran sido medio raros algunos enlaces armónicos complejos que aparecen en “Alegría y juventud” y otras piezas, pero si Bix Beiderbecke lo hizo en 1927 en “In a Mist”, alguien con similar creatividad lo hubiera podido hacer también. Para la primera parte de “Drama íntimo y estratagema salvadora”, ese compositor hubiera tenido que estar conectado con la vanguardia (Bartók, por ejemplo). Hubiera tenido que estar especialmente afilado con respecto al contrapunto y a la independencia de la mano izquierda, para poder inventar y tocar cosas como “Paqueterías” y “Distracciones”. Pero pienso si se despacharía con ese tipo de ocurrencias cuando tocaba en los cines de Leningrado. La música también tiene referentes de Uruguay: “En el corazón de la campaña” y “Coca Ramírez” recuerdan a Fabini, y “Chamuyos de salón” es un tango.
En cuanto a la autenticidad estilística, lo único discutible es “El escribano tenía razón”, que hubiera implicado una premonición de Keith Jarett. La música de este disco en general asimila en forma vívida los gestos de ese pasado mirado con cariño, y los reprocesa con imaginación y creatividad. “Película ciega” (lo de Keaton) tiene lo que, en el disco, perdió la música de Del pingo al volante, es decir, la continuidad y la mutabilidad entre climas y ritmos que obedecen a factores extramusicales y que, por eso (además de por su estilo), nos dan la idea de estar siguiendo una película sin verla. Es muy divertido imaginarse a qué escena corresponde cada parte.
El disco trae un ítem más, “Encuentro primaveral”, que Leo compuso “para chivear” sobre un episodio de Dimensión desconocida. Sin remitir a una época en particular, se parece más a Leo Maslíah en su veta más melodiosa, lírica y romántica, que asoma pocas veces, pero cuando aparece, puede conmoverte hasta los huesos, como si fuera, yo qué sé, Michel Legrand.
Este disco es una delicia, un regalo de belleza, y escucharlo me llena de felicidad.
1. Cine mudo, Club del Disco, Argentina, CLUB 094, 2019. En Montevideo se encuentran exclusivamente en las librerías Purpúrea y Afrodita.