Como explica el mismo Sanguinetti en este número de Brecha (véase la entrevista en las páginas 20 y 21), su última obra se presenta en la sala Campodónico del teatro El Galpón en la temporada de su 70 aniversario. No es menor la decisión de poner en escena un texto de un autor nacional joven, cargado de ideología, bajo la lupa deformante y crítica de la comedia. En Bakunin sauna, una obra anarquista, Sanguinetti profundiza en su estilo de escritura afianzándose en los alcances de la comedia, con personajes llevados al extremo, que enfrentan situaciones delirantes. Vuelve a poner en escena ideas de pensadores que trazaron mojones en campos ideológicos; en este caso, el filósofo Mijaíl Bakunin, considerado padre del anarquismo. Pero lo político no aparece como bajada de línea, sino como un planteo escénico que exuda el espíritu del rock.
Con Nelly Antúnez como actriz invitada (perteneciente a la primera generación egresada de la Emad), la primera escena delinea el tono de la puesta. La actriz está en bata y fumando, y espera con una tranquilidad inquietante sentada en un sauna (en una imponente realización escenográfica de Laura Leifert y Sebastián Marrero), mientras suena un rock estridente y el vapor invade la platea, lo que compone una de las mejores escenas de los últimos tiempos. De ahí en más se desarrolla la anécdota.
Rosa (una brillante Myriam Gleijer) es una funcionaria jubilada de Ibm que se encuentra con Margarita (Antúnez) en una convención organizada por la multinacional para agasajar a sus ex empleados. Ambas, a sus 80 años, demuestran tener un pasado anarquista y ser una especie de estandartes de ideas utópicas que tienen la intención de cambiar el mundo. Junto con Bernardo (un desopilante Héctor Guido), planifican el secuestro de la nueva gerenta general de la compañía (Claudia Trecu), como un acto revolucionario contemporáneo. El sinsentido se apodera de sus discursos. Abundan las situaciones contradictorias, delirantes y sorpresivas, pero el mayor poder que les otorga el humor es reírse de sí mismos. Las ideologías, en una era gobernada por el tráfico de datos, las redes e Internet, cambian de plataformas y de formas de recepción; todo se confunde. Margarita nos habla con un dejo de tristeza y patetismo sobre un “enchastre ideológico”. Es notorio el interés del autor en las posibilidades que ofrecen ‒y coartan‒ esas nuevas tecnologías, así como en las llamadas “inteligencias artificiales”. La realidad contemporánea se vuelve tan absurda que es un material poderoso para trabajar en tono de comedia.
¿Viejos anarquistas trabajando para Ibm? ¿Personas de 80 años expertas en inteligencia artificial? ¿Discursos anarquistas de Bakunin tan apócrifos como anacrónicos? ¿Cuán vigentes están hoy esas ideas? Varios son los cuestionamientos que lanza este texto al público. El elenco responde con una lograda y disfrutable soltura en los diálogos por momentos verborrágicos y a los tiempos de construcción de los gags y los giros humorísticos; delinea con maestría a estos personajes caricaturescos, que transitan por situaciones políticamente incorrectas.
Pierino Zorzini encarna al doble robótico de Bakunin, y su participación nos transporta de inmediato a esas muy logradas situaciones de humor delirante que el texto propone. Ese Bakunin robot es considerado por Margarita, su creadora, un Frankenstein ideológico, una bella figura poética que resume el doble poder de crítica y humor absurdo que la obra posee. Sanguinetti propone una mirada inteligente y necesaria sobre el mundo contemporáneo y las ideas del pasado, que lo reafirma como uno de nuestros dramaturgos más interesantes.