“Ahora arrancamos con todo”, afirmó Pablo Mieres para la televisión pública, luego de haber obtenido 2.015 votos, lo cual nos lleva a reflexionar seriamente sobre el lugar del optimismo en la política. Más allá de los naturales triunfadores de las internas, estas elecciones dejaron una lista de dirigentes que, con más o menos argumentos, sienten que tienen motivos para estar contentos.
Andrade, por ejemplo, se emociona por haber votado mejor que lo que anunciaban las encuestas, a la vez que Cosse se levanta y se acuesta diciendo que obtuvo 65 mil votos, así como Bergara celebra que va a poder estar más tiempo con Blanca. En la oposición, Novick votó muy mal, pero al menos puede congratularse de haber gastado menos que Sartori, que, si bien terminó segundo, es cierto que gastó menos que Trump.
Larrañaga, en tanto, se consuela con que Lacalle Pou haya aplastado a Sartori (aunque esto implique que también lo aplastó a él) y se palmea la espalda con el cambio de fecha de su cadena nacional, pensando que ahora podrá preparar mejor la presentación (ajustar el tamaño de la letra, agregar más cursivas y negritas, destacar cosas con flúo).
Por su parte, Sanguinetti sonríe alegando que su precandidatura hizo crecer al Partido Colorado. Además, y gracias a la campaña, pudo dar un divertido paseo por el siglo XXI, con sus selfies, el HD y las increíbles casillas de correo electrónico. Incluso, aunque su cara diga otra cosa, Manini Ríos está exultante de felicidad. Al igual que Salle, que ahora podrá ir unas 37 veces más a Esta boca es mía para seguir denunciando, ya como candidato a presidente, la evidente infiltración de reptilianos judíos en la Vertiente Artiguista.
Dado este panorama, entonces, podríamos preguntarnos si los dirigentes políticos no van a terapia o si acuden al psicólogo, pero este no hace más que alimentar ilimitadamente su autoestima, lo que Freud, técnicamente, llamaba “correr al loco para el lado que dispara”.