La razón por la que el historiador argentino Hernán Díaz estaba en Nantes, hurgando en los Archives du Ministère des Affaires Étrangères, no era la revolución. Lejísimos de eso, trabajaba acerca de la elite de la inmigración francesa a su país y pudo perfectamente haber pasado de largo delante de la carpeta titulada “Question ouvrière”.
Pero “la cabra al monte tira”, confesó Díaz, quien también es parte del equipo editor de la revista Archivos de la Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, que se publica del otro lado del Plata desde 2012, y del Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas, nacido hace tres años de los intercambios de esa redacción.
Así que abrió la carpeta. A pesar del título, esta casi no hablaba de sindicatos y mucho menos de las condiciones de vida y trabajo del proletariado. Lo que contenía eran los rastros de una red de espionaje, nada menos que de una red interimperial de vigilancia, pues la integraban Francia, Inglaterra, Italia y Estados Unidos.
El objeto de sus pesquisas estaba en el Río de la Plata: era el “maximalismo”, término en desuso, que circuló en los días del ciclo revolucionario ruso para designar a los partidarios de Lenin. La palabra “bolchevique” tardó en imponerse. El término ruso para designar al sector que Lenin conducía era transliterado de maneras distintas (“bolchevicks”, “bolsceviki” y “boishevich” fueron algunas) y necesitaba siempre ser traducido.
En aquellos días, cuando la entrada al parlamento de representantes socialistas era una novedad, estaban vivas las discusiones que los habían llevado a discriminar entre un programa “mínimo”, realizable dentro de la institucionalidad “burguesa”, y un programa “máximo”, el socialismo, en definitiva, que requería de una transformación radical y que era precisamente el que los bolcheviques estaban poniendo en práctica.
O eso era al menos lo que creía que estaba sucediendo en Rusia buena parte de los anarquistas y socialistas de entonces. Hablamos de los años 1918 y 1919, cuando todavía no había partidos comunistas, pero sí libertarios y marxistas interpelados e inspirados por la revolución de octubre.
El terror de Viera
La Primera Guerra Mundial ocasionó una profunda crisis en el Río de la Plata. Los salarios, que estaban lejos de ser suficientes antes de la guerra, se derrumbaron y el empleo también. Cuando los circuitos comerciales comenzaron a restablecerse y el empleo a aumentar, las urgencias sobraban y la conflictividad sindical estalló. En Argentina el número de huelguistas pasó de 12 mil en 1915 a 300 mil en 1919 y en Uruguay, durante el mismo período, de 50 personas a 18 mil.
A ambos lados del río, los escenarios políticos, sin embargo, eran disímiles. Mientras que en Argentina el presidente Hipólito Yrigoyen mantuvo inicialmente una política de respeto a las demandas obreras, en Uruguay el presidente Feliciano Viera iba a mostrar el significado del famoso “alto” que había anunciado respecto a la política social “avancista” de Batlle y Ordóñez, su predecesor.
A las huelgas desencadenadas por los trabajadores de los frigoríficos durante el otoño de 1917 respondió con el envío del ejército a la Villa del Cerro, el bloqueo del puente sobre el Pantanoso y la implantación en la villa de un régimen de virtual estado de sitio.
Al año siguiente la recién organizada Federación Obrera Marítima, conducida por el socialista Eugenio Gómez, llevó a la huelga a 8 mil trabajadores y logró –favorecida seguramente por el significado económico que tenía la paralización del puerto montevideano– una rápida victoria.
Pero entretanto había comenzado la huelga de los tranviarios y, en este caso, el gobierno puso a policías y soldados a proteger a los “carneros”. El 8 un soldado mató al huelguista Floro Ferrara.
Al mismo tiempo hubo despidos en el puerto y Gómez fue detenido, por lo que los marítimos volvieron a entrar en huelga. La noche del 11 de agosto la anarquista Federación Obrera Regional Uruguaya declaró la huelga general por tiempo indeterminado. María Collazo, destacada militante libertaria y directora de La Batalla, reclamaba que aquella huelga fuera “revolucionaria”.
Comenzó entonces lo que el medio de prensa de los obreros sastres llamó la “semana roja de Montevideo”. Los enfrentamientos con la Policía dejaron al menos otros tres obreros muertos. “No podíamos decir a ciencia cierta cuántos muertos hemos tenido los proletarios (…). Solo uno, el primero que cayó, fue conducido al cementerio por nosotros. Los otros, todos los demás, han sido enterrados anónimamente por la policía”, afirmaba El Hombre, otro medio anarquista.
Los tranviarios fueron derrotados y los marítimos volvieron a vencer. Las evaluaciones que de los hechos hicieron anarquistas y socialistas tuvieron diferencias, pero era claro que los dos sectores se habían radicalizado.
Uno de los informes hallados en los papeles de Nantes narra que el 19 de diciembre se reunieron, en el Centro Internacional de Estudios Sociales, 200 delegados pertenecientes a 23 organizaciones gremiales, tres centros obreros rusos y otras agrupaciones, que acordaron la conformación de un comité revolucionario integrado por tres sindicalistas, tres anarquistas y tres socialistas.
Hernán Díaz y el equipo con el que trabajó en la documentación hallada no han encontrado correspondencia entre las autoridades uruguayas y la red de inteligencia, sin embargo, algunos textos que integran el material guardado en Francia repiten palabra por palabra informes recibidos por Virgilio Sampognaro, jefe de Policía de Montevideo cuyo material se preserva en el Archivo General de la Nación.
En todo caso la documentación montevideana reunida por aquella red de inteligencia ayuda a entender qué percepciones impulsaron a Viera a desencadenar, desde fines de diciembre, una operación represiva que, entre otras cosas, llevó a la cárcel a no menos de 68 inmigrantes llegados del antiguo imperio de los zares, casi la quinta parte de los 400 “peligrosos maximalistas” que los agentes extranjeros presumieron haber identificado entre ambas orillas del Plata.
Pista falsa
Por cierto, para aprovechar el material, conviene no dar por buena “la imagen de conocimiento perfecto de la realidad que los organismos de inteligencia de las grandes potencias se preocupan por exhibir de sí mismos”.
Así se advierte en Espionaje y revolución en el Río de la Plata,1 libro coordinado por Díaz que se presentó el viernes 12 en el congreso y que es una excelente introducción a este hallazgo.
En realidad la propia red de espionaje se había articulado en función de una pista falsa proporcionada por la inteligencia estadounidense: que desde el Plata saldría un grupo de anarquistas con el objetivo de atentar contra la vida del presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, del primer ministro inglés Lloyd George y del presidente francés George Clemenceau, quienes entonces negociaban en París las condiciones que impondrían al bando vencido en la Primera Guerra.
Sin embargo, el foco de la pesquisa fue cambiando: “Este desplazamiento, casi insensible para sus protagonistas, obedeció no solamente a la virtual inexistencia de la conspiración denunciada, sino también al llamado de la realidad, que golpeó a la puerta de los agentes e informantes con mucha más fuerza que los temores de la central de inteligencia norteamericana. El peligro para el capital (…) estaba ahí, enfrente de sus ojos (…). El peligro no estaba en los que realizaban atentados, sino en los organizadores de las acciones de masas, no estaba en la dinamita, sino en la conciencia popular”, se lee entre las conclusiones de Espionaje y revolución…
1. Espionaje y revolución en el Río de la Plata. Los archivos secretos de una red diplomática de persecución al maximalismo (1918-1919), Cehti-Imago Mundi, Buenos Aires, 2019. Hernán Díaz (coordinador), Pascual Muñoz, Walter Koppmann, Sabrini Asquini, Lucas Glasman y Cristian Aquino