Después del resultado que colocó la fórmula presidencial de los Fernández como la que más se avizora para el próximo cambio de gobierno, Mauricio Macri colocó a los argentinos en alerta roja. Sobre ese punto en particular, Gabriel Delacoste escribía en su cuenta de Facebook: “Dijo Macri en su conferencia de prensa que ‘el mercado es un fenómeno distinto a la política local, que toma sus posiciones. El viernes lo habíamos visto tomar una posición muy a favor de la Argentina pensando que nosotros ganábamos la elección, y ahora perdimos. Entonces el mercado va a tener su posición’. Clarito. Macri nos explica que ‘los mercados’ dispararon el dólar para presionar al electorado para que revierta su posición en las Paso. Es una amenaza: voten lo que queremos o prendemos fuego su economía. ¿En qué sentido podemos hablar de democracia en una situación así? Si alguien está remotamente interesado en la democracia, su primera preocupación debería ser cómo desbaratar el régimen global que les da a ‘los mercados’ (es decir, a una diminuta cantidad de especuladores) este tipo de poder. Los ‘demócratas’ a los que no les importa esto, o incluso lo profundizan, son, en el mejor de los casos, liberales medio ingenuos; en el peor, autoritarios que prefieren que nos gobiernen los especuladores”.
Los esbozos de esa psicopatía comenzaron a diluirse –lo mejor sería decir que la maquillaron– en el discurso de Talvi y Lacalle Pou, quienes siempre vieron en Macri y su equipo económico socios y compañeros ideológicos de ruta. Ya el candidato del Partido Colorado tuvo que matizar sus elogios, aunque no el tono de victimización mesiánica y unas cuantas muletillas propias del presidente argentino (“ojalá gane el Frente Amplio y tengan que arreglar el lío que van a dejar ellos, porque, si no, tenemos que venir siempre nosotros a arreglar los entuertos”) que remiten a la “pesada herencia”. Ya la Convención del Partido Nacional, quizá previendo lo que iba a suceder del otro lado del río y la incidencia que podría tener sobre su electorado, decidió borrar de su programa único la expresión “shock”, aunque no la idea de austeridad y lo que esta significa: ajustes fiscales, cuyo salvajismo inmediato en el bolsillo de cualquier trabajador es de un nivel dios supremo.
Más allá del estrepitoso fracaso de Macri y la corrosión que Bolsonaro genera con cada decisión suya sobre el tejido socioeconómico de Brasil, la lucha entre democracia y mercado volvió al escenario recrudecida. Los ataques neoliberales contra la democracia y sus instituciones oficiales (parlamento, elecciones periódicas, etcétera) ya no se realizan de un modo tan discreto. El trasfondo de lo que plantean el Partido Nacional y el Partido Colorado (desregulación de los mercados financieros, flexibilización de las leyes de protección laboral, comercio abierto y reducción del Estado benefactor) es aspirar, más bien, a reducir la participación real de los ciudadanos en la constitución de la sociedad. En este paradigma, la democracia se caracteriza por la reinserción de las elites en puestos de decisión y por el hecho de que la política se “tecnifique” y sea llevada a cabo por un gremio de “expertos”. No sería exagerado verle cierto parentesco con el fascismo, ya que busca crear un Estado autoritario que se organiza desde la economía y desde arriba, por el mercado. Este requerimiento, el de eliminar o reducir el contenido de la democracia, se opone frontalmente a la tradición de la Ilustración, con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Estos ideales representan, en verdad, una sola idea: la del valor intrínseco de la persona. En su esfuerzo por limitar la democracia, el fascismo y el neoliberalismo muestran un rechazo radical al principio de igualdad entre las personas. Así que, para sostenerse como régimen y modelo, la pregunta que tanto el fascismo como el neoliberalismo deben responder es la siguiente: ¿cómo crear individuos inconscientes de sí mismos, de su propia voluntad y sus deseos? ¿Cómo lograr individuos que renuncien voluntariamente a su derecho a participar en la construcción del orden en el que viven?
El ciudadano fascista‑neoliberal se encuentra en un permanente estado de “éxtasis” cuando la configuración de este estado no le permite reflexionar sobre sí mismo ni sobre su rol en la sociedad en la que vive. Es un ciudadano enormemente conformista pero, sobre todo, absurdamente inconsciente. No sabe cómo funciona el flujo económico del que también forma parte y no entiende que sus actos tienen consecuencias en la situación de otras personas. Es un ciudadano que no parece entender que la criminalidad aumenta con las desigualdades socioeconómicas y tampoco que la riqueza de algunos es posible gracias a la miseria de otros.
De allí la entronización de su antipolítica, su rechazo al concepto de comunidad, la fascinación casi libidinal por la presencia de líderes que encarnan el vaciamiento de los lazos sociales.
De allí un Bolsonaro y un Macri a nivel regional.
De allí la presencia de Manini Ríos y el mesianismo mercadológico de Talvi y Lacalle Pou.