Es probable que la intención primaria de esta película,1 que fue exhibida en el DocMontevideo, no sea dar cuenta de ciertas realidades, sino más bien hacer una apuesta formal, una búsqueda estética y poética no exenta de ciertos riesgos. Claro que se vale de ciertas referencias existentes y se centra en ellas, pero carece de una investigación orientada a acumular información sobre determinada temática. El registro, observacional, pausado, con tomas largas y envolventes y tiempos muertos, puede incluso recordar a algunas obras de Theo Angelopoulos, Lisandro Alonso y Apichatpong Weerasethakul en su apuesta a lograr experiencias sensoriales, hipnóticas e inmersivas.
La película se divide en dos, y cada una de esas mitades se orienta y enfoca principalmente en un individuo específico. El primero de ellos es un anciano arborista japonés de la prefectura de Nagasaki, abocado a conservar y reproducir los árboles de caqui, únicos sobrevivientes de la devastación causada por la bomba atómica. Cuál es el objetivo último o la necesidad de este señor para tan abnegada labor es un enigma que quizá tenga que ver con la memoria, la resiliencia y la superación, pero que el espectador deberá resolver por sí mismo. Toda esta primera parte está filmada en blanco y negro y en digital, con una ambientación sonora especialmente lograda. Aquí, la longitud de ciertos tramos puede poner a prueba la paciencia de unos cuantos.
La segunda parte es más interesante. Está filmada en colores y en 16 milímetros, con momentos en que la cinta se ve desgastada adrede, sus imperfecciones se vuelven visibles y se agrega una estética vintage, como de cine clásico, al cuadro. Se trata de la aproximación a un veterano francés, domador de caballos, y a sus métodos peculiares, en un acercamiento paulatino y prácticamente exento de violencia sobre los animales. Esta segunda parte, en la que un hombre se integra a un mundo peligroso –él sólo frente a una docena de caballos salvajes– y podemos apreciar su tranquila y paciente labor de amansamiento, cobra una tensión inusitada, elemento que estaba ausente en la primera parte. Aquí el largometraje lleva a otros derroteros del pensamiento, en los cuales el choque entre el deseo del humano por controlar y el deseo de las bestias por ser libres, la calma inveterada del hombre y su confrontación con un animal temeroso y desbocado se imponen con gran poder de sugerencia.
Se trata entonces de dos tareas disímiles, ubicadas en puntos opuestos del planeta, con los elementos en común de ser iniciativas solitarias y en contacto con lo natural, ni interesadas ni lucrativas, y a contracorriente de las tendencias humanas dominantes. Pero aquí parecen acabarse los vínculos entre ambos fragmentos y se vuelve aun más difícil de comprender la relación de todo esto con el título y la voz en off de Roque Dalton, que aparece como introducción y epílogo del largometraje, recitando parágrafos de Los trabajos y los días, de Hesíodo. La película presenta tramos brillantes, aunque por momentos algo extensos y sin una unidad temática convincente que pueda aportarles mayor cohesión.