Establishment: Leo un post delirante. Alguien escribe “establishment”. Se regodea en la sonoridad del término. Escribe “establishment” y lo considera el principal responsable de la existencia de una “democradura” (un término que se está empezando a usar para hablar de un gobierno dirigido por un partido progresista o de izquierda que ya supera los dos períodos) que no permite el cambio que desde la vereda de enfrente prometen o amenazan. Acá, donde los dueños de las vacas son los mismos de hace un siglo y medio, el establishment real, el único, libra arduas batallas en el plano del lenguaje, y la lucha final, siempre, es por quién se queda con el relato final de las cosas. El establishment, que nunca dejó de serlo durante los tres períodos frenteamplistas, no sólo quiere abolir la política, sino también la dialéctica. El relato liberal es el más astuto de los relatos, porque donde no hay dialéctica hay naturaleza y donde hay naturaleza no hay animal político. Ya lo dijo el viejo Aristóteles: aquel que pretende vivir apartado de la comunidad es una bestia o un dios. Y el relato liberal pretende tres distancias: la del hombre de la política, la del hombre de la sociedad –y sus condiciones de existencia– y la del hombre en su condición humana. La hegemonía es eso que conserva el ser, negándoselo a los demás. Para los que defienden y propagan este relato, el resto no puede vivir más que como mera cosa.
Neutral: Según la Rae, significa “que no participa de ninguna de las opciones en conflicto”. Esa posibilidad no puede darse en ninguna realidad: siempre se asiste al enfrentamiento de grupos y discursos con intereses distintos. En otras palabras, se da una determinada –asimétrica, desigual– distribución de poder y siempre se toma partido. Muy especialmente cuando no se hace de manera explícita, cuando no se declara desde qué lugar se habla o se actúa, o cuando se dice mantener una posición neutra. Y una actitud pasiva, una no actuación, acepta, de facto, la relación de fuerzas existente: es una opción ética y política, consciente o no. De allí la pregunta que siempre hay que hacer frente a quien se coloca en un plano de concordia aséptica: ¿ante qué o quién sos neutral? ¿Ante qué o quién te hacés la Suiza?
Política: Según Žižek, “política y democracia son sinónimos: la meta básica de la política antidemocrática siempre, y por definición, es y ha sido la despolitización, es decir, la exigencia incondicional de que ‘las cosas vuelvan a la normalidad’ y cada individuo se dedique cada uno a su tarea”. En este sentido, Gramsci no sólo planteaba la tesis según la cual “todos somos filósofos”: alentaba que los “humildes” –las clases subordinadas y la sociedad civil– disputaran la hegemonía mediante una relación ético‑política. De hecho, traía a colación la famosa prescripción de Solón en la antigua Grecia –“Conócete a ti mismo”– para despertar, en los plebeyos, precisamente, el autorreconocimiento de su condición de iguales. La política representa una multitud de actos de vida que comprometen la totalidad social, el trabajo, la cultura, el Estado, lo público y el pensamiento. La política produce no sólo un resultado en el marco de las relaciones existentes, sino también algo que cambia el marco que determina el funcionamiento de las cosas. En esta lógica, la política no sólo es concebida como el arte de lo posible, que bien podría asociarse a la realpolitik del liberalismo –incluso a su línea más progre–: también constituye el arte de lo imposible, en el que juegan la imaginación, la creatividad, la sapiencia popular y la utopía. La no política (la política antidemocrática o la pospolítica) siempre busca suspender lo político al entronizar o reducir el Estado a la acción de la policía, la lógica del mercado y el dominio del multiculturalismo, que entiende lo extranjero como el resto invisible. De allí que no nos sorprenda tanto que quienes se dicen de “centro”, “no ideológicos” o “apolíticos” (o sea, todo el arco multicolor encabezado por el Partido Nacional) asuman la pasión de la política como una suerte de revolución pasiva, esto es, como la fuerza que se impone contra toda posibilidad de politización del sujeto, de los trabajadores, de las mujeres y de los grupos étnicos. Se trata de una expresión protofascista que Umberto Eco denomina “fascismo fuzzy”.
Semántica: No es que Lacalle Pou y su coalición quieran dejar el pasado atrás: lo quieren dejar a la derecha.