Cuando era niño, en casa teníamos un loro que se llamaba Compañero. Andaba con nosotros de aquí para allá, con su porte de loro pelado quiroguiano. La intención inicial, en realidad, había sido llamarlo Seregni. Era 1984 y Liber Seregni, recién liberado, recorría Uruguay en campaña. Cuando pasó por Salto, estuvo en casa, y con mi hermano y mi hermana habíamos captado el sentimiento de afecto y admiración del entorno, junto con un clima de entusiasmo que hasta entonces no habíamos conocido. Seregni, para nosotros, era el nombre de una alegría compartida, de algo luminoso que renacía en los adultos y los cambiaba, corriendo un velo pesado y gris, que no sabíamos que era un velo. Así, cuando por esos días mi abuelo nos regaló un loro, enseguida nos pusimos de acuerdo en el nombre que le pondríamos. Los viejos no estaban igual de entusiasmados con nuestra decisión, porque “Seregni no es ningún loro”, y entonces nos convencieron de ponerle Compañero. Así aprendimos que “compañero” era sinónimo de algo importante, querido y cercano.
Quien haya militado en cualquier ámbito habrá experimentado que “compañero” puede también ser otra cosa cuando ocurren decepciones, tanto más dolorosas cuanto más ganas e ilusión le habíamos puesto al camino compartido. Hay desengaños con la deriva de los proyectos políticos que se traducen en alejamientos de compas, en afectos que se enfrían junto con las pasiones que los habían encontrado. La militancia crea a los compañeros, y estos crean organizaciones que, en ocasiones, se vuelven máquinas trituradoras. Hans Magnus Enzensberger compila un glosario de acusaciones encontradas en juicios hechos a militantes comunistas durante las purgas estalinistas: “Ambiguo. Anarquismo‑pequeñoburgués. Aventurerismo. Bonapartismo. Blanquismo. Bundista. Capitulacionismo. Centrismo. Conciliacionismo. Confidente. Culto a la personalidad. Cultura de camarillas. Derrotismo. Desviación a la derecha. Desviación a la izquierda. Diletantismo. Economismo. Entrismo. Falta de principios. Formación de bloques. Fraccionalismo. Incendiario. Menchevique. Nivelación de clases. Oportunismo. Parásito. Provocador. Revisionismo. Saboteador. Sectarismo. Sionismo. Socialdemocracia. Socialfascismo. Socialpatriotismo. Trotskismo. Ultraizquierdista. Vanguardismo”.1 La lista es más larga. Nadie quedaba libre de sospecha. Mil novecientos setenta y cinco poemas se han escrito para recordar a Roque Dalton, condenado por sus propios compañeros “por delito de discrepancia”, como escribió Eduardo Galeano. “De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.”2
Las pasiones tristes, el machismo, la desconfianza, el “narcisismo de las pequeñas diferencias” y el narcisismo a secas son cosas que siempre les pasan a los demás, hasta que nos pasan en nuestros colectivos u organizaciones. Hay gente que se va para la casa, otra que se resguarda en un cinismo confortable y hay quien confunde al enemigo. El sarcasmo es la astucia triste del despecho y, cuando perdemos las referencias, lo dirigimos contra los compañeros y las compañeras. Nunca deja de doler, por más que racionalicemos y desgranemos en documentos de autocrítica o catarsis de Whatsapp determinaciones materiales y razones ideológicas que esquivan el afecto. Y un compa sin el afecto no es un compa, es un marco de alianzas. La política está también allí, en si somos capaces de cuidarnos. Una buena teoría de la organización y la acumulación de fuerzas debería incluir una micropolítica de los pequeños gestos de cariño, comprensión, solidaridad y cuidado. Hay abundante material empírico para esa teoría en las solidaridades cotidianas de los y las de abajo, de la sororidad feminista a las convocatorias contra el gatillo fácil en los barrios o las brigadas del Sunca. “La solidaridad es la ternura de los pueblos”, escribió Gioconda Belli, “un gran rompecabezas de rabias y fuego”.3
Los lazos que unen a los compañeros son fuertes y no conocen fronteras geográficas ni temporales. Nos sentimos compañeros de los estudiantes chilenos y las milicianas kurdas. Berta Cáceres y Marielle Franco son compañeras. Y, con toda rigurosidad, Espartaco, Robin Hood y Andrés Guazurarí son, también, compas en la infinita cofradía zurda universal que nos parió. Mirando la foto de Eduardo Bleier en la puerta de la Universidad, observando los rasgos pícaros de ese flaco con facha de comediante a quien la mayoría de quienes allí estábamos no conocimos, podíamos decir, con toda cercanía: “Aquí estás, aquí estamos, compañero”. El tiempo da perspectiva a las cosas y amplía la medida extremo rigurosa que aplicamos a nuestros contemporáneos. Como proponía Gerardo Gatti, compañeros y compañeras son quienes luchan sin mezquindades por los ideales de socialismo y libertad, sin importar con qué etiqueta lo hagan.4 La definición, si la precisamos, es la de Vallejo: “Luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos. Viban los compañeros”.5
En Uruguay el descontento social está siendo decodificado, explotado y organizado en clave conservadora por una coalición de derechas que busca poner la casa en orden con ajuste, xenofobia y estado policial. Por más facturas cruzadas que hayamos acumulado entre compas, no ganamos nada haciendo de ellas el principio y el fin de nuestras preocupaciones. Si hay sectores del pueblo que votan a Manini, es porque ese malestar no está encontrando ilusiones, respuestas ni palabras que lo nombren con un lenguaje diferente al de tradición, orden y propiedad. Allí hay una tarea. Y, aunque sintamos que el Ministerio de la Verdad de Izquierda nos ha ungido con La Razón, lo cierto es que se trata de una tarea compartida, porque, como señala Sandino Núñez: “Una posición de lucha no es habernos elevado por encima de las patologías del mundo para denunciarlas, sino entender que estamos hechos de esas patologías y que debemos asumirlas y enfrentarlas. Y esa ‘terapia’ es también el tono de la resistencia”.6
Los y las compas son el repertorio y la interpretación, lo estamos viendo. Se niegan a ser televidentes de la noche en ciernes. Cuando el marketing político, los think tanks y los asesores estaban convocando de apuro sus brainstormings, diferentes organizaciones sociales, partidos, colectivos gremiales y artísticos, asociaciones juveniles o rejuntes de ocasión, pertenecientes o no al FA, pero conscientes de lo que está en juego, comenzaron a producir respuestas ingeniosas y oportunas, y lanzaron antes que nadie una contraofensiva que rompió el derrotismo de la primera vuelta. Antes habían derrotado la reforma de Larrañaga, peleando a contracorriente desde articulaciones sociales y políticas de diferente tipo. Parafraseando al gran filósofo sardo que luchó contra el fascismo, el “pesimismo de la razón” quizá pueda ejercerse en solitario, pero el “optimismo de la voluntad” sólo es posible entre compas.
Entre las distopías tecnológicas proyectadas por la serie inglesa Black Mirror, las más terribles son las que imaginan tecnologías que neutralizan o hacen estallar las solidaridades populares. Pero aún no se ha imaginado ninguna que logre hacerlo del todo. No hay fuerza que pueda contra una rebeldía bien acompañada, y toda decepción vale la pena a cambio de experimentar por un instante la fuerza incomparable del todos para uno y una para todas. En los momentos más adversos, entre compas se tejen las complicidades que hacen posible la vida y las resistencias, valga la redundancia. El compañerismo es el músculo y la poesía. Como la canción de Zitarrosa, “quiere ser flor, y se cierra como un puño; que la cuide, eso me pide”.
1. Hans Magnus Enzensberger, Hammerstein o el tesón.
2. Eduardo Galeano, Memorias del fuego III.
3. Gioconda Belli, “Ternura de los pueblos”.
4. Gerardo Gatti, “Definiciones de un compañero”.
5. César Vallejo, poema III (a Pedro Rojas) en España, aparta de mí este cáliz.
6. Sandino Núñez, “La resistencia”, Hemisferio Izquierdo, número 33.