Desde los viejos cronistas de batallas que empuñaban el grafo y el pincel lo mismo que las armas, hasta los“Desastres de la guerra”, de Goya y, un poco más acá, las terribles denuncias de Otto Dix referidas a la Primera Guerra Mundial, las artes gráficas conocen una larga tradición de registro y condena de los desmanes bélicos.
Héctor Solari (Montevideo, 1959) ha centrado su campo de acción en las artes gráficas, con un dibujo de borrón (pastel y goma de borrar sobre papel), monocromático, sutil y expresivo, vaporoso y destructor. Desde allí salta hacia otros formatos, incorpora el video, la fotografía intervenida, postales, objetos, textos, hasta llegar a una gran instalación. De hecho, esta exposición1 se presenta como una antología de trabajos en los que el artista ha venido investigando en los últimos años: “Té en Kabul”, “Mirando la guerra”, “Coerper”, “Sync”, “La merienda”, “Eurídice”, “Diesseits”; a la vez que incorpora nuevas creaciones, “Campos de Marte”, “Paisajes después de la batalla” y “Tereus y Filomela”. El conjunto consigue un fuerte impacto visual ayudado por el meticuloso montaje y el color rojo intenso en una de las paredes.
El tema casi excluyente es la guerra, o la violencia geopolítica ejercida sobre los seres humanos. Son materia de estudio del artista los paisajes destruidos en las batallas, los efectos atmosféricos del humo y los vapores tóxicos, el anónimo deambular de los tanques, las víctimas silenciosas y absortas en la debacle, las explosiones y estallidos de metralla tal como nos llegan a través de las imágenes televisadas o por vías digitales.
En ese tamiz o embudo mediático –todo nos llega a través de las grandes cadenas de comunicación y las agencias internacionales– se podrían ver puntos de contacto con la obra del peruano Fernando Bryce, también radicado hace tiempo en Alemania. Ambos trabajan, con técnicas gráficas, sobre la “memoria visual” de los eventos contemporáneos, aunque últimamente Bryce se ha dedicado a un trabajo de reconstrucción de afiches, imágenes de prensa y propaganda, mientras que Solari se maneja con una mayor libertad expresiva.
Además, como ya se ha dicho, Solari posee un registro de técnicas y formatos más amplio, y en esta exposición saltan a la vista las continuas referencias a la historia del arte: queda en evidencia que el devenir del arte de Occidente sirve de correlato a la historia de la guerra y de la civilización toda, de una forma indisociable.
El Campo Marzio, de la antigua Roma, era el lugar donde los ejércitos practicaban y celebraban sus fastos en honor a Marte, ese dios de la mitología romana cuyos muchos atributos comprendían “la guerra, la virilidad masculina, la violencia, la pasión, la sexualidad, el derramamiento de sangre, la valentía, patrón de los guerreros romanos, del horror y la victoria en las guerras, la perfección y la belleza”. Todos esos elementos están presentes en esta exposición de Solari, resignificados con una dosis alta de ironía y un manejo económico de los recursos gráficos. La restricción del color, de la que sólo escapa una obra –un pastel sobre papel de un valle rodeado de montañas, llamado “Té en Kabul”–, potencia por contraste la dureza visceral de sus temas y nos ofrece una mirada contundente y necesaria.
1. Campos de Marte. Museo Blanes.