Defender sin más,
 bajo la justificación refranera, el valor de la imagen sobre la palabra es tan
 absurdo como afirmar lo contrario. Se trata de distintos códigos, y
 encasillarlos en su diferencia, enfrentarlos en una competencia, implica perder
 el diálogo que puede existir entre ellos. Contrato familiar, de Virginia
 Anderson, es una de las tantas materializaciones de este ida y vuelta entre dos
 formas de hacer arte. Ya desde el diseño peculiar de su portada, que intersecta
 en un mismo plano la imagen con la letra, se anticipa una manera de recordar y
 hacer de la memoria una novela. La isotopía teatral a lo largo de sus páginas
 deja en claro esta dualidad semántica como eje del relato: por una parte, la
 historia, por otra, los retratos y sus desencadenantes, fundidos en una
 narradora que, a...
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