«Había una vez una princesa a la que un dios castigó con una maldición. Ella vería el futuro, pero nadie creería en su palabra. Al ver un regalo que le habían hecho a su ciudad, la princesa dijo: ‘¿No les parece raro que recién podamos ver lo que hay adentro del caballo después de que lo votemos presidente?’. Su nombre era Casandra, princesa de Troya.”
Después del resultado de la primera vuelta se dio una especie de estampida hacia todas las formas posibles de militancia para apoyar la candidatura de Martínez. El teatro no fue la excepción, ya que muchos artistas decidieron militar con propuestas cercanas a la performance y al teatro invisible. Esta técnica se caracteriza por tomar el espacio público, y está vinculada con los movimientos de izquierda y de la resistencia a la represión de los años setenta en Argentina.
Un periodista subió a Twitter la filmación de una de estas intervenciones callejeras bajo la consigna de “Vergüenza ajena”, desatando la ira de un tornado de trolls. El comentario se volvió “noticia” en un portal web. Las comillas cuestionan el tipo de noticias a las que nos vienen acostumbrando algunos medios de comunicación; noticias que no se alejan mucho de un tweet, que toman a estos como fuente, sin corroborar nada, y que están lejos de fomentar la reflexión.
Como también pasa en las redes, estas “noticias” invitan a la reacción violenta, a la humillación y a la simplificación de los hechos, lo que produce, en muchos casos, la divulgación de mentiras. La polémica sobre arte y política llegó incluso a la tele, a un programa con panelistas, pero sin representantes del colectivo de artistas. Allí apareció con mayor claridad la discusión de fondo: ¿está bien que los artistas hagan política partidaria?, ¿las y los artistas pueden, tienen permiso o derecho de hacer política? Esas preguntas abundaron en el programa, pero nadie se permitió una verdadera reflexión sobre si es posible un arte sin política, y qué sería eso. Vamos a la tanda.
Es importante entender que estas intervenciones de teatro invisible funcionan a prueba y error, y que cambian continuamente después de ser discutidas por el colectivo que las organiza. Pero ni en los medios ni en las redes hay tiempo para escuchar sobre evoluciones o procesos. Así, los ataques a esta intervención han sido variopintos. La principal acusación refiere a que genera cucos y miente. En uno de sus espectáculos, los comediantes Les Luthiers aconsejaban a los padres “no mentirles a los chicos con temibles monstruos imaginarios. Llegado el caso, háblele de cosas más reales, el lobo, una araña, una buena víbora”. Los cucos son figuras de la narrativa popular que tienen como objetivo enseñar sobre la oscuridad a niñas y niños, los más vulnerables de la comunidad. Esos a quienes se los pueden comer los lobos, picar las arañas o morder las víboras.
Quizá el problema está en saber qué es real y qué no. Porque negar que vivimos en tiempos de incertidumbre no nos deja miopes, sino ciegos, frente a la realidad política, tanto en nuestro país como en el continente. Esta incertidumbre, que lanzó a innumerables colectivos a la militancia, es el resultado del ocultamiento y de las idas y vueltas de la derecha. Fue el caso de Lacalle Pou, por ejemplo, proponiendo cupos en la universidad un día, y retirando lo dicho más tarde. También, mientras la coalición firmaba un acuerdo comprometiéndose a no tocar la agenda de derechos, un diputado de Cabildo Abierto hacía declaraciones misóginas, homofóbicas y cuestionaba la ley de legalización del aborto. Siguiendo con las referencias infantiles, la coalición se parece al lobo disfrazado de abuelita en Caperucita Roja:
—Ay, abuelita, qué diputados tan filofascistas tienes.
—¡Son para cuidarte mejor!
Un grupo de artistas se organizaron en pocos días, salieron a militar con lo que tenían, pusieron el cuerpo en la calle e hicieron teatro. Porque entienden que es ahí, ocupando los espacios públicos y encontrándose con la gente, donde pueden convertir la incertidumbre en acción, en militancia. No forman parte de la campaña oficial, ni siquiera se reconocen, en su totalidad, como frenteamplistas. Pero sí se identifican con la izquierda y entienden que el Frente Amplio es el partido que mejor la representa en estas elecciones. Es probable que el miedo haya sido uno de los motores para organizarse, pero también lo fueron el valor y la convicción, porque poner el cuerpo en la calle es peligroso, y tiene consecuencias.
¿Qué es lo insoportable de una mujer que grita? ¿Será acaso el terror de ver puesta en carne viva una manifestación de las pesadillas contemporáneas? Por ejemplo, ser mujer, tener un cuerpo disidente, pasar vergüenza. Es curiosa la vergüenza, porque no la siente en su total magnitud quien hace algo, sino quienes la disparan contra esa persona. A la mujer que grita la acribillan en las redes sociales con vergüenza ajena; por gritar, por utilizar narrativas populares para advertir sobre miedos que están fundados en la historia de nuestro país.
Escuchamos las declaraciones de los nuevos parlamentarios y sentimos miedo al verlos coquetear con una impunidad que ingenuamente creíamos muerta. Al mismo tiempo, una lluvia de vergüenza cae sobre quienes se atreven de forma feliz, infeliz, amable, disruptiva, inocente –o de la manera que sea– a denunciarlos. La mujer que grita indigna y parece inadecuada. Pero ¿qué pasaría si se terminara llamando Casandra?