Los politólogos, que son quienes comentan estas materias en los medios, en términos generales, no tienen ninguna formación especializada para sostener que las encuestas estaban equivocadas en los pronósticos electorales. En Uruguay se da el curioso caso de que quienes hacen las encuestas son sociólogos, pero muchos de los comentaristas son politólogos. Es a los primeros, por lo tanto, a quienes habría que preguntarles qué pasó con los resultados, y no a los comentaristas, que no tienen ni idea de cómo se hacen las encuestas, que no tienen experiencia en este campo ni en el análisis de las opiniones del electorado que son representadas en las encuestas.
Esta experiencia se adquiere luego de realizar una gran cantidad de encuestas sobre este universo de referencia, cosa que, repito, estos polítólogos‑comentaristas no tienen por qué tener, pues nunca hicieron encuestas.
Las cuatro encuestadoras más serias del país no siempre han utilizado los mismos métodos. Cada una de ellas ha realizado muestras distintas y, posiblemente, ha realizado cuestionarios para las encuestas también con preguntas distintas entre sí. Sin embargo, llegaron a pronósticos muy cercanos en las distintas pesquisas que hicieron durante la campaña previa al proceso electoral, cayendo en todos los casos en los mismos intervalos de confianza de aceptabilidad de estas. Por ello, la diferencia entre los pronósticos y los resultados finales en las elecciones no debe ser concebida como un error de las encuestadoras, sino como una constancia de la fragilidad de las opiniones electorales de la ciudadanía o, al menos, de algún segmento de ella. Esta fragilidad es lo que hizo posible que las opiniones y, en consecuencia, la votación final variaran notablemente en los días inmediatamente anteriores a la segunda vuelta respecto de las que se habían recogido antes.
Las últimas encuestas, cuyos resultados no se dieron a conocer porque ese acto hubiese infringido la veda electoral, mostraban ya un acercamiento entre los contendientes, que quedaban separados solamente por tres puntos. Esa tendencia evidentemente continuó y se manifestó finalmente en el resultado electoral. La información la tuvieron las direcciones de ambas conformaciones políticas en pugna, lo que puede explicar, en cierta medida, la cautela en el comportamiento de los dirigentes de una y otra opción luego de cerrada la votación, durante el conteo de los votos.
Esto también habla bien de las encuestadoras, porque perfectamente pudieron “filtrar” a la opinión pública, por razones de competencia entre ellas, los cambios que se estaban procesando en el comportamiento electoral. Esto, además, habría hecho menos contrastantes los resultados de las encuestas públicamente divulgadas en comparación con el comportamiento electoral real, contraste que evidentemente debilitó su credibilidad. No lo hicieron, lo que muestra su seriedad en tanto que empresas.
A su vez, los comentaristas que se apresuraron a decir que las encuestadoras se habían equivocado luego sugirieron una serie de argumentos para explicar la distancia de los resultados esperados respecto de los reales. Pero una de dos: o bien las encuestadoras estaban equivocadas y, por lo tanto, no era necesario encontrar explicaciones de los cambios en el comportamiento electoral, o bien no estaban equivocadas y, por lo tanto, sí era necesario explicar estos cambios a partir de los pronósticos de las empresas encuestadoras. En términos generales, en el transcurso de la noche, estos comentaristas, que habían sido contundentes en afirmar que las encuestas se habían equivocado, fueron optando por esta segunda posibilidad y contradiciendo la afirmación anterior que habían hecho.
Pero, en tanto que cientistas sociales, ¿debemos restringir el análisis de este evento a los resultados electorales como un fin en sí mismo, algo que pasó y punto? ¿O el propio desarrollo del proceso electoral nos obliga a analizar cómo está funcionando nuestra sociedad, en particular, en relación con su propio sistema político?
En términos generales –en el propio país y en el exterior– se percibe a Uruguay como con una democracia muy estable, y ello particularmente a partir de la rápida aceptación de los resultados electorales, a pesar de los cambios de último momento y más aun cuando estos supusieron una derrota para el partido de gobierno, que, por ella, dejará de serlo. Ningún grupo político puso en duda la validez y la legitimidad de los resultados. Y esto, sin lugar a duda, es muy positivo.
Pero, dicho esto, aun así, si partimos de los propios resultados, percibidos, en general, como sorprendentes, debemos detenernos en la causa de estas conductas no esperadas e interpretar lo que pasó como un efecto de la sociedad real en la que vivimos.
Se han dado tres causas relativas al cambio posible entre los pronósticos y los resultados finales de las elecciones: a) las declaraciones de Manini y el Centro Militar, b) la campaña Voto a Voto, del Frente Amplio, y c) los votos de quienes vinieron desde el exterior.
Estos últimos, si tenemos en cuenta el saldo entre quienes vinieron desde el exterior en la primera vuelta y quienes vinieron en la segunda, podrían explicar, en el mejor de los casos, un punto de variación respecto de los pronósticos de las encuestas. En cuanto a los argumentos a) y b), considero que son eventos que seguramente incidieron en los resultados. Sin embargo, a nuestro entender, los comentaristas no tomaron en cuenta el posible efecto combinado de ambas acciones, el de las declaraciones de Guido Manini y el Centro Militar, por un lado, y la campaña personalizada del FA, por otro. Posiblemente, las declaraciones potenciaron la campaña y permitieronasí formular una hipótesis más compleja para explicar por qué se obtuvieron esos resultados en las elecciones.
Pero quizás hubiese sido necesario tomar en cuenta un cuarto elemento: los votos en blanco y los de aquellos potenciales votantes que directamente se abstuvieron en la primera vuelta y posiblemente fuesen ex votantes del FA dispuestos a sancionarlo por diversas razones; o los que se abstuvieron en la segunda vuelta y habían votado a algún partido de la futura coalición, pero cambiaron su comportamiento electoral porque, justamente, estaban en contra de la coalición finalmente concretada.
Todas estas explicaciones pueden haberse sumado y potenciado entre sí para explicar este comportamiento electoral no previsto. Pero, en suma, lo que podemos afirmar es que miles de votantes tuvieron un comportamiento electoral distinto en la primera vuelta y en la segunda vuelta. Desde esta perspectiva, todos estos comportamientos tienen como base la fragilidad de las opiniones y las conductas de nuestro electorado en esta coyuntura.
Pero, nuevamente, ¿la fragilidad antes mencionada no nos obliga a trascender este análisis puntual? ¿No debemos orientar el análisis hacia la comprensión de las innovaciones que emergen en el sistema electoral? Quizás, este evento electoral nos permita señalar un rasgo relevante en cuanto a las características de la opinión de la población sobre el sistema político en general. Rasgo que ejemplifican el hecho de que Juan Sartori, a golpes de billetera, haya llegado a ser senador; la velocidad con que Ernesto Talvi logró imponer su figura sobre Sanguinetti en el Partido Colorado y, además, de qué forma; y la emergencia de la candidatura de Manini Ríos y su excelente score, algo relativamente extraordinario para un recién llegado a la política y cuya campaña fue muy corta.
Todos estos hechos también le dan sustento a la tesis de la fragilidad actual de nuestro sistema político, al menos en relación con la percepción que de él tiene la ciudadanía. Ello permite vislumbrar que cualquier recién llegado puede lograr un apoyo ciudadano relevante. Y que este nuevo fenómeno, necesariamente, debemos entenderlo como un descontento de todo lo existente en el sistema político desde ya hace un tiempo. Por ello, justamente, se apoya fervorosamente a un recién llegado, aun sin conocerlo demasiado. Incluso, a veces, de forma fervorosa.
Por otro lado, la autoconvicción del FA de haber hecho las cosas bien en sus 15 años de gobierno hace que le sorprenda que el electorado, al menos en parte, lo haya abandonado. Y con eso vacila entre culpar al electorado de dejarse engañar por la propaganda y responsabilizar a sus dirigentes por haberse alejado de las bases.
Si esto es así, si esta es una hipótesis a retener para comprender el momento en que vivimos, es la de una enorme fragilización del sistema político, que, como consecuencia, genera una muy fuerte inestabilidad en él. Y esta inestabilidad refleja cierto descreimiento del sistema en este momento.
Una hipótesis de salida de esta situación es que se puedan estar originando en el futuro cercano las condiciones para la emergencia de un líder carismático o una corriente de tipo populista con caracteres antidemocráticos, que prometa cambios ya y ahora, aunque estas sean promesas totalmente irresponsables. Esta hipótesis se sustenta en esta emergencia, en la aparición de personajes a los que hacíamos referencia previamente.
Otra alternativa que se está proyectando, basada, en cierta medida, en lo que ha pasado en la última fase de la campaña en el FA, es que esta fragilización de la confianza en el sistema político se manifieste de alguna manera, en el caso de los militantes frenteamplistas, como desconfianza por sus dirigentes y ello se refleje en la exigencia de un aumento de la participación de las bases en la actividad política del FA. En la demanda de acortar la distancia entre las bases y los líderes, los diputados, los senadores y, ¿por qué no?, los intendentes actuales o futuros.
Pero las bases, para poder existir, necesariamente deben estar movilizadas. Mi pronóstico es que este camino seguramente tendrá continuidad, porque posiblemente a corto plazo comenzaremos nuevamente con las campañas de recolección de firmas en torno a plebiscitos, que seguramente serán varios. Ello debido a que el presidente electo, Luis Lacalle Pou, ha hecho una campaña eficiente para ganar las elecciones, pero a costa de una estrategia de comunicación repleta de vaguedades. Cuando finalmente presente su proyecto de ley de urgencia de 400 artículos, nadie creerá que realmente este no estaba en lo fundamental ya formulado. Sea como sea, seguramente la lectura de esta situación hará pensar que el presidente Lacalle escondió sus auténticas intenciones, que sí reflejará en sus medidas de gobierno, y que ese ocultamiento se produjo por motivos electorales. La contracara de esta estrategia es que ello posiblemente engendre las condiciones para enormes movilizaciones en el inicio de su gobierno. Si estos pronósticos se cumplen, posiblemente, el sistema político, a la larga, vuelva a fortalecerse, en la medida en que dichas movilizaciones reflejen una auténtica voluntad de democracia en la sociedad.