Algunos hechos para celebrar son, en primer lugar, la inauguración de un nuevo espacio expositivo en el teatro El Galpón, que lleva el nombre de un referente de esa institución, Nicolás “Cholo” Loureiro –quien fuera, además, uno de los fundadores del Club de Grabado de Montevideo y gran titiritero–, es una de las mejores noticias para cerrar el año.Que esa nueva sala, un holgado entrepiso bien iluminado, se abra con una exposición en homenaje a Octavio Podestá, artista activo a los 90 años, con un currículum tan vasto como variada es su producción escultórica, es algo digno de destaque. El flamante espacio sobre la avenida 18 de Julio dinamizará una zona céntrica que ha ido cayendo en la anomia y en el olvido. Pero allí está El Galpón, y esta apuesta comandada por el artista y gestor cultural Gerardo Mantero tiene su futuro asegurado y puede convertirse en un ejemplo para otros emprendimientos culturales. La otra buena noticia –aunque no vinculada directamente a la escultura, sino más bien a la instalación– está referida a una artista también nonagenaria y muy activa –milagro de perseverancia y actitud–, Linda Kohen, que ha donado su Laberinto, otrora montado en el Centro Cultural de España y luego en el Palais de Glace de Buenos Aires. Ahora, bajo la curaduría del director del Espacio de Arte Contemporáneo (Eac), Fernando Sicco, esta rara pieza conceptual, mezcla de intervención lúdica, diseño escultórico e instalación para perderse, fue emplazada al aire libre en el Patio Norte del Eac, y fue uno de los eventos principales de la reciente jornada de Museos en la Noche.Los doscientos panales de madera oscura que componen este inquietante laberinto cumplirán su ciclo vital y la intemperie se encargará de disolver la obra. Cuenta Sicco: “El Eac hizo una propuesta complementaria que agrega, al interés artístico del evento, una acción de relevancia en cuanto a la política de construcción de un acervo. Propusimos protocolizar su obra, catalogándola como información e instrucciones, usando metodologías contemporáneas que permiten, eventualmente, hacerla reproducible en el futuro sin necesidad de conservar la dimensión matérica de la pieza”.
Temporaria, también, es la exhibición de los escultores que laboran las piezas en vivo y en directo en el III Encuentro de Escultores en Madera, realizado en Salinas, Canelones. Esta edición, que afianza un trabajo comunitario local organizado con empuje por Glauco Mirandetti, entre otros, contó con la participación de artistas extranjeros de la región y uruguayos, y sufrió algún tropiezo –robaron una escultura, luego fue recuperada– sin mayores consecuencias. Lo que sí ha traído consecuencias duraderas, y a mi juicio muy desafortunadas, ha sido el emplazamiento del monumento de Wilson Ferreira Aldunate en la rotonda del aeropuerto de Montevideo. No es, por supuesto, la figura homenajeada el motivo del error, sino la extraña conjunción de dos piezas con lenguajes y autores distintos en una obra de proporciones fastuosas, una de ellas de talante más abstracto, otra una suerte de busto gigantesco, de los artistas Giorgio Carlevaro y Alberto Saravia, respectivamente. Por separado, lejanas entre sí –en especial la de Carlevaro–, habrían resultado atendibles. Colocadas una encima de otra y a pocos metros del hasta ahora hermoso Monumento a la Confraternidad, de Bernabé Michelena (Durazno, 1888-Montevideo, 1963), resultan inexplicables. Sólo logran romper la suave simetría compositiva de la obra de Michelena, levantando, junto con el famoso gesto de los brazos en V de Wilson y la cabeza que cae grande como un meteorito entre ellos, el asombro de los automovilistas que aprovecharán la fuerza centrípeta de la rotonda para escapar.
Sin embargo, la última noticia de esta nota es buena: la reciente implantación de un gran conjunto escultórico en homenaje al éxodo del pueblo oriental en Salto Grande, obra a cargo del artista salteño Diego Santurio. Aquí, tanto el enclave como la factura del enfilado conjunto resultan en un gran acierto.