La cosa se pone seria - Semanario Brecha

La cosa se pone seria

La disputa por la relación entre Europa y la Otan.

Perdida la confianza europea en el actual gobierno de Estados Unidos, el presidente francés, Emmanuel Macron, declaró hace poco a la Alianza Atlántica en estado de “muerte cerebral” y se encargó de enviar algunas señales amistosas al Kremlin. Sin embargo, sus aliados alemanes no parecen seguros de acompañarlo en la búsqueda de “autonomía estratégica”.

En la última semana de noviembre el Parlamento Europeo declaró la “emergencia climática” en la Unión Europea (UE), clásico caso de política simbólica desprovista de consecuencias y concebida únicamente en beneficio del movimiento de protesta Fridays for Future. Entretanto, tras esta fachada, se pelea sobre decisiones cruciales que no tienen nada que ver con el cambio climático, excepto por el hecho de que requieren no millardos, sino billones de euros, dinero que será dolorosamente sustraído de la batalla contra el calentamiento global y los efectos sociales de la austeridad neoliberal.

El asunto que está en juego es el modelo militar europeo. Una desagradable lucha se libra en estos momentos entre Francia, Alemania y Estados Unidos sobre una vieja cuestión: la relación entre Europa y la Otan. ¿Deberían contribuir los países europeos con sus fuerzas militares a la Otan, organización que se encuentra de facto bajo el mando estadounidense? ¿O deberían integrar sus fuerzas en una entidad de “defensa” europea, de uno u otro tipo, que posteriormente constituiría o bien el pilar europeo consolidado de la Otan, o bien un ejército europeo, aliado o no de Estados Unidos, pero, en todo caso, con independencia del modelo adoptado, sometido al mando europeo?

La historia, presentada aquí de modo muy simplificado, comienza con el compromiso de los miembros de la Otan –unánimemente asumido en 2002 y confirmado en 2014– de elevar su gasto militar al 2 por ciento de sus Pbi. Esencialmente, el destinatario de este compromiso era Alemania, cuyo presupuesto de defensa era, y todavía es, aproximadamente la mitad de esa cifra. Francia y Reino Unido, ambos potencias nucleares, han satisfecho hace tiempo ese objetivo, debido al alto coste de las bombas, los bombarderos, los submarinos y los portaviones que conforman su poder nuclear.

Las tropas convencionales son baratas comparativamente, pero si hay que pagar cabezas nucleares, puede que falte dinero para mantenerlas. Cuando se aprobó la resolución de 2002, Estados Unidos se empleaba a fondo en hacer de la Rusia de Putin la sucesora de la Unión Soviética como el archienemigo de Occidente. La intención era, obviamente, retornar a los viejos buenos tiempos de Boris Yeltsin, acaecidos entre 1990 y 1999, cuando Rusia, con sus enormes reservas de recursos naturales, era el lugar favorito de caza de las empresas estadounidenses, de un modo muy similar a la Ucrania actual.

En términos militares, por supuesto, Rusia no es sino un actor de escasa envergadura si se deja de lado su armamento nuclear. Si Alemania gastase el 2 por ciento del Pbi en su ejército, su presupuesto de “defensa” –¡el de Alemania solo!– sería aproximadamente 40 por ciento superior al de Rusia. Como alianza, la Otan, incluso sin Estados Unidos, es a tal punto superior a Rusia que un ataque ruso contra Europa occidental es simplemente inconcebible, porque equivaldría a un suicidio voluntario de su parte. Esta puede ser la razón de que la promesa de 2002 no haya sido tomada realmente en serio por los países europeos ni por Alemania.

ENTRA EN ESCENA TRUMP. Parece que en un primer momento el presidente estadounidense intentó aplicar una política exterior aislacionista, que sacara a Estados Unidos de sus embrollos exteriores para agradar, así, a sus votantes del Medio Oeste. Pero ello fue saboteado por el “Estado profundo” del complejo militar estadounidense en alianza con los intereses de las grandes empresas petroleras y gasísticas del país. Hoy, mientras que Estados Unidos no se ocupa demasiado de la Otan, sí lo hace de Europa oriental, en tanto punto de presión para Rusia y por razones geoestratégicas relacionadas con el extremo occidental de la nueva ruta de la seda, desplegada por China.

Si Europa rechaza tomar parte en la estrategia rusa de Estados Unidos o se siente (con razón) asustada por la posibilidad de ser golpeada si esa estrategia resulta equivocada, el gobierno estadounidense está dispuesto a actuar por cuenta propia. Para eso, cuenta con una enorme presencia militar en Alemania, así como con las tropas adicionales actualmente en proceso de despliegue en los países bálticos y Polonia.

Hoy tanto Alemania como Francia han perdido su confianza en Estados Unidos como aliado de Europa. Pero Francia dispone de capacidad nuclear (cuatro submarinos, un portaviones, una flota de bombarderos), mientras que Alemania, constreñida por las cuatro potencias nucleares (Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Rusia), no la tiene. Por otro lado, Francia tiene poco interés en Europa oriental, mientras que Alemania necesita de ella como mercado y reserva suplementaria de mano de obra para su industria manufacturera.

PARÍS NO SERÁ SACRIFICADA POR BERLÍN. Lo que Europa oriental es para Alemania lo es África occidental para Francia, que se halla implicada allí en varias guerras poscoloniales, que está perdiendo. A Estados Unidos no le puede pedir ayuda, ya que tiene sus propios intereses en la zona, así que Francia necesita a Europa, en especial a una Alemania más contundentemente armada, que proporcione las tropas de tierra necesarias para la guerra “antiterrorista”. Conflicto que se libraría y dirigiría bajo la protección diplomática francesa proporcionada por su presencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en el que, tras el Brexit, Francia será el único país miembro de la UE con derecho a veto.

Todo ello deja a Alemania en una incómoda posición. Francia, a la búsqueda de “autonomía estratégica” (Emmanuel Macron dixit), partidaria retórica de Europa –pero de facto, y con las cosas como están, partidaria de sí misma–, quiere que Alemania contribuya con su 2 por ciento con un ejército de la UE en vez de con la Otan. Impaciente ante la procrastinación alemana, a comienzos de noviembre Macron declaró a la Otan en estado de “muerte cerebral”. Mientras, intenta acomodarse con Putin, se pregunta públicamente por qué Rusia debería ser considerada un enemigo después de todo y bloquea la extensión de la UE a los países balcánicos occidentales.

Pero Francia también continúa haciendo saber que el paraguas nuclear francés no puede extenderse a otros países, incluida Alemania. Si las cosas se ponen feas, París no será sacrificada por Berlín. Estados Unidos, por otro lado, ha prometido defender a Alemania con armas nucleares si es necesario; Alemania firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968 a cambio de tal promesa. Siempre persistieron las dudas, sin embargo, y los intentos de disiparlas fueron una constante de la política exterior alemana durante el período de posguerra. En estos momentos, con Donald Trump en el poder, tales dudas son más intensas que nunca.

LA INDECISIÓN ALEMANA. Persiste la esperanza, entre las elites políticas de Alemania, de que después de Trump las cosas vuelvan a lo que en el pasado se consideró normal, pero la mayoría piensa que es improbable. Sin embargo, nadie en el establishment de la política exterior alemana –más allá, quizá, de los integracionistas europeos duros, partidarios de la “relación especial” francoalemana– desea que el país sea segundo en el mando en un sucedáneo de la Otan, refundada bajo el dominio francés.

Actualmente, la mayoría parece estar dispuesta a vivir con los riesgos del antiputinismo estadounidense, entre ellos, la modernización por Rusia de sus arsenales nucleares para compensar el incremento de las fuerzas militares convencionales alemanas. Por otro lado, Alemania no puede permitirse romper con Francia, aunque sólo sea porque la entente cordial francoalemana ayuda a ocultar la posición hegemónica de Berlín en la UE.

Así, pues, sí a un ejército europeo, pero únicamente como el “pilar europeo” de la Otan, y no como un paso hacia una tercera fuerza, dirigida por Francia, y equidistante entre Estados Unidos y China. Hay espacio para enormes dosis de ambigüedad al respecto, que pueden ser desplegadas para ocultar la profunda disputa con Francia. Pero, mientras que Merkel fue siempre una gran maestra en las artes de la duplicidad, sus sucesores, quienesquiera que sean, no serán capaces de igualar sus dotes. Si ha habido una constante política en Merkel, ha sido su lealtad a Estados Unidos. Recordemos que en 2003, como líder de la oposición, exigió que Alemania se uniera a la invasión estadounidense de Irak.

Lo que ahora está claro, sin embargo, es que el rechazo de Merkel –de hecho, su incapacidad– a optar por Francia y Europa frente a Estados Unidos y la Otan imposibilita que Alemania ayude a Macron a compensar su debilidad doméstica. Le quita al galo la posibilidad de presentarse ante la ciudadanía francesa como el gobernante secreto de Europa y, por ende, de Alemania. Recordemos que mantener a Macron en el poder durante otro mandato ha sido, desde el momento en que fue elegido, uno de los objetivos centrales de la política europea alemana. El futuro de la “integración europea” se oscurece más cada día que pasa.

(Tomado de El Salto, por convenio.)

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