En la edición de Brecha del día 10 de enero se publicó una nota de dos páginas sobre el tema de la operativa de recolección de fondos “negros” en Buenos Aires por parte de Banque Heritage. Con reiteradas referencias al suscrito y a mi cliente el señor Diego Lenguas.
La nota es certera y precisa. Describe, con acierto, la operativa ilícita que el referido banco desarrolló –hasta ahora impunemente, como bien se destaca en la nota– en la vecina orilla. Pero incluye algunas leves imprecisiones y algunas carencias, cuyo conocimiento es fundamental para calibrar la maniobra difamatoria de la que fue objeto mi cliente por parte del banco. Lo que justifica esta presentación en defensa del buen nombre de mi cliente.
Cabe indicar, en primer término, que mi cliente nunca fue cambista (como se dice, con error, en la nota). Lo único que hacía era retirar dinero en efectivo de la caja del Banque Heritage en su sede de Montevideo y entregarlo en Buenos Aires, en las direcciones que le indicaba Elena Nazarenko. Y en eso no hay ningún delito penal. Tampoco utilizó nunca servicios de cambios para hacer ese trabajo. Algún cambista fue interrogado en la Fiscalía y no se pudo recabar prueba valedera alguna. Aunque, es cierto, en su denuncia penal el banco involucró –no denunció, pero sí involucró– a varios cambios. Sin tener prueba alguna de sus afirmaciones injuriosas.
Hay error en la nota al afirmar que “el traspaso de dinero se hacía para clientes de Elena Nazarenko”. Eso es lo que el banco intentó siempre aparentar. Pero no es cierto: eran clientes del banco. El dinero que ellos depositaban (sin recibos) en manos de la gerenta del banco ingresaba a la caja del banco en Montevideo. Y cuando los depositantes pedían algún retiro, era de esa misma caja del banco de donde salía el dinero. Lo que aún no sabemos bien, pero se dilucidará en el proceso civil, es cómo se incluían esos depósitos y retiros no documentados en el balance y la contabilidad del banco.
Mi cliente fue denunciado por estafa y apropiación indebida sin una sola prueba de las afirmaciones del banco. Sus “pruebas” hasta ahora solamente han sido que las tres gerentas involucradas –al menos, por omisión– en esas maniobras financieras (Valentina Larrobla, Valerie Schuhl y Graciela Reybaud) afirman que los depositantes dicen que Diego Lenguas no les había entregado algunas de las partidas retiradas por él y los engañaba con referencias a entidades financieras del exterior.
Dicen eso. Es decir: dicen que otros dicen. Pero no aportaron ninguna prueba de eso. No hay ni un solo documento firmado por los depositantes ni una sola declaración emanada de ellos. Solamente los dichos de esas tres gerentas. Enfrentados radicalmente a la otra gerenta, Elena Nazarenko, que declaró en forma categórica que mi cliente no tenía participación alguna en sus maniobras y que siempre había entregado todo el dinero por él retirado del banco en los lugares que se le habían indicado.
Con mucho trabajo pude ubicar a algunos de esos depositantes. Y me firmaron documentos en los que reconocen que mi cliente siempre cumplió fielmente con los traslados. Y digo “con mucho trabajo” porque los domicilios que los depositantes daban al banco eran, al menos en su mayoría, falsos. Lo que es muy explicable. Querían mantener la mayor clandestinidad posible. Por eso indicaban otros lugares para dejar el dinero (oficinas comerciales, inmobiliarias y hasta un taller mecánico).
El depositante A T dio una dirección en el centro de Buenos Aires. Allí me presenté y se me dijo que no era conocido por nadie en ese lugar. Con mucho trabajo logré ubicarlo: vive pasando Ezeiza, a más de 40 quilómetros de Puerto Madero. Logré establecer una buena relación con él. Me confirmó que, pese a que las gerentas mencionadas dicen que él era uno de los quejosos, lo cierto es que mi cliente siempre le cumplió correctamente. Y firmó una declaración en tal sentido. Además, me contó –luego de afirmada la amistad– que en la dirección de Buenos Aires que él dio al banco vive la madre de sus tres pequeños hijos, con la cual no está casado, pero mantiene una buena relación. Lo suficientemente buena como para que ella oculte su relación y su domicilio real.
Posiblemente suceda lo mismo con la mayor parte de los demás depositantes. Por lo que es casi seguro que el exhorto de la Fiscalía será inoperante: el banco no habría dado direcciones correctas. Parece razonable: su interés es que nadie interrogue nunca a esos depositantes “en negro”. No se probó nada en la sede penal contra mi cliente, que también fue demandado por el banco en la sede civil: le reclamaban el pago de la módica suma de 20 millones de dólares, que, dicen las gerentas, sería la suma de la que se habría apropiado mi cliente.
De paso, conviene apreciar cómo sería la cañada cuando el gato la pasa al trote. Si al banco le robaron 20 millones de dólares y demoró varios años en percibirlo (como tampoco lo hicieron sus dos firmas auditoras, Kpmg y Pwc): ¿cuánto dinero habrá sido el recolectado ilícitamente en Buenos Aires? Y debe tenerse en cuenta que mi cliente solamente trabajó como transportista del dinero durante un año y medio. Por eso, cuando comprendieron que corrían el serio riesgo de ganarse una dura condena en costas y costos por formular una demanda de ese tipo sin prueba alguna de apoyo… cambiaron la demanda.
Se olvidaron de los 20 millones que le imputaban haber sustraído y ahora le reclaman, alegremente, que entregue los recibos por los 4 millones y pico que llevó a Buenos Aires durante el año y medio en que hizo ese trabajo. Y que, si no aporta tales recibos, devuelva los 4 millones. Una condena en costos por esa suma es el 20 por ciento que correspondería a la demanda inicial. No será poca cosa, pero es cinco veces menos que la otra. Y eso siempre es un ahorro. Se olvidaron –siempre es bueno mantener fresca la memoria– de que el dinero se recibía de los depositantes y se retiraba por ellos sin firmar nunca recibos.
Cualquiera puede comprender que si se hubieran firmado recibos de los depósitos (por el banco) y los retiros (por los depositantes), el descalabro no se hubiera podido armar. Si se produjo fue, obviamente, porque toda esa enorme masa de dinero se movía sin recibos. Y también se olvidaron de que hay un documento –que está en mi poder y pronto para ser presentado en la justicia– en el que dos de esas gerentas reconocen saber que el dinero se recibía y se entregaba sin recibos. Es decir que, luego de afirmar sin prueba alguna que mi cliente se había apoderado de 20 millones de dólares, le reclaman que entregue recibos que ellas mismas han reconocido –por escrito– que no se extendían. Hay que tener mucho descaro y mucha confianza en su propia impunidad para desplegar tal proceder.
Afirman en el banco que ellos no incurrían en un ilícito penal porque la defraudación tributaria no fue incorporada como delito precedente del lavado sino meses después de que finalizó la operativa de recolección de fondos “negros”. Lo cual es cierto. Pero no quita la posibilidad de que, en nuestro país, se haya incurrido en algún delito de falsificación documentaria. Cualquiera que conozca algo de contabilidad y normativa bancocentralista puede imaginar lo que puede saltar en la etapa de prueba en el proceso civil. Eso es probable, pero no seguro. Lo que sí es seguro es que el Banque Heritage incurrió en un delito de defraudación tributaria en calidad de coautor, aunque eso se haya hecho en el país vecino, como señala Brecha con acierto al final de la nota de referencia. Y eso –será o no habitual; lo ignoro– no parece galardón razonable para un banco suizo.
Agradezco a usted la publicación de estas aclaraciones.
Enrique Sayagués Areco, CI: 910.722‑5