Cuando nos estamos despertando, a menudo vivimos unos minutos de confusión. Los recuerdos de lo soñado se mezclan con las ansiedades por las cosas que hay que hacer en el día, fantaseamos con que quizás todo esto es un mal sueño, imaginamos que podría pasar cualquier cosa, cerramos los ojos para robar cinco minutos más. El tiempo está raro, hasta que cae la realidad. Después de tres meses de transición, de idas y venidas con la ley de urgencia, de escaramuzas por los cargos, de rituales y señales, llegaron la escalada represiva, la devaluación y el aumento del Iva y de las tarifas, lo que significa un rápido y significativo deterioro del poder de compra de la mayoría de los uruguayos.
Terminó la era progresista. El Banco Central deja correr el dólar para que se pase un poquito, y Carlos María Uriarte, el ministro terrateniente, festeja. La Policía sale desbocada a mostrarse agresiva, y llueven las denuncias de abuso policial. Se anuncia, de modo sorpresivo y contrario a lo que se repitió en la campaña, un aumento de impuestos a 11 días del comienzo del gobierno de coalición liberal-ultraderechista. La semana pasada, la tapa de Búsqueda se refirió a la marcha del 8 de marzo como una “prueba a la seguridad pública”. Esta semana, La Mañana arenga: “Ante la adversidad, no se capitula”, El País titula: “Ahorro de 270 millones de dólares y ajuste de Ute, Antel y Ose”, y El Observador advierte, también en su portada, que algunos “economistas sugieren postergar la ronda salarial”.
ETERNO RETORNO. Unos días después de la asunción del nuevo gobierno, el colectivo Rebelarte difundió un video que mostraba al público del 1 de marzo, todo pulcro, pituco y blanco. La música de fondo era el super-hit noventoso “No te preocupes”, de El Símbolo, y el título era: “Volvieron los noventa”. ¿Es así? Veamos.
Muchos recuerdan el inicio del gobierno de Luis Alberto Lacalle (padre). Este cronista, en aquel momento, estaba por cumplir 2 años. Por eso fue necesario recurrir al archivo de Brecha. Aquel 2 de marzo, Liber Seregni marcó la cancha en una entrevista realizada por María Urruzola: “Frente a los anuncios hechos, y a lo que ellos suponen, no es posible abrir cartas de crédito, […] no tenemos que esperar a que se produzcan los resultados de la gestión para criticarla, porque con respecto a la conducción económica tenemos criterios sustancialmente distintos. No hay por qué, entonces, guardar silencio”. Ese mismo día, el periodista Marcelo Pereira resaltaba el arcaísmo de que se celebrara en honor al nuevo presidente en la Iglesia Matriz un Te Deum, ritual católico que no se hacía para celebrar la entrada de un gobernante desde 1894.
Aquel gobierno tenía como principal objetivo reducir el déficit. El 9 de marzo, Samuel Blixen consignaba que el equipo económico planificaba aumentar el Iva, cosa que se hizo unos días después. En esa edición del semanario, Pereira advertía la fragilidad de la coalición que apoyaba a Lacalle, y los problemas que tenía para acordar sobre los cargos y el ajuste. El 23 de marzo, Blixen reproducía una declaración del senador herrerista Juan Carlos Raffo (padre de la actual candidata a intendenta), que decía: “Los votos están desde el primer momento, lo que está en discusión son algunos aspectos de probables fuentes de financiación y los plazos en los que regirán las nuevas medidas”. El 6 de abril, Pereira contaba que Lacalle prometía “severidad en la represión de los ‘azotes de la sociedad’”, y decía: “Entre la sociedad y los menores, yo estoy con la sociedad”.
Coalición frágil, ajuste, represión, aumento del Iva. Podemos decir, con propiedad, que volvieron los noventa. Pero nada vuelve realmente. El mantenimiento de ciertas condiciones y fuerzas estructurales hace que cosas parecidas vuelvan a pasar. El capital siempre quiere bajar los sueldos, y a veces las fuerzas políticas afines (en cuya dirigencia se repiten los mismos apellidos desde hace un siglo) tienen el control del Estado para transformar esa presión en política pública, con respaldo represivo si es necesario. Dar palo y bajar sueldos es una consigna que vuelve, dicha de manera distinta cada vez, muchas veces con situaciones internacionales que le sirven de buena excusa para, en medio de efectos negativos inevitables, agregar un ajustecito adicional.
Hay quienes piensan la política de manera cíclica. José Mujica, últimamente, dice que la política funciona como un péndulo, con avances intercalados entre la izquierda y la derecha. Las teorías de la alternancia como algo deseable y necesario dan a entender algo parecido. Pero para Nietzsche, que revindicó hace un siglo el eterno retorno, la cuestión es fundamentalmente ética: ¿Actuaste de tal manera que podrías soportar hacer lo que hiciste una y otra vez, infinitas veces? Es una buena pregunta para cualquiera que se disponga a pensar y actuar en política.
ETERNO PROGRESO. El símbolo de los años progresistas fue la gráfica con una curva ascendente. Salario real, crecimiento, tasa de actividad, lo que sea. Y si habrán subido. Es cierto que en el tercer período frenteamplista se estancaron, pero las gráficas del total de 15 años, que comenzaban poco después de la catástrofe jorgebatllista, seguían viéndose bien.
Cuando las cosas empezaron a salir mal, el FA empezó a perder apoyos, y el esquema económico entró en problemas, la respuesta progresista fue huir hacia adelante: sería el regreso del crecimiento económico acelerado lo que devolvería las curvas a su natural ascenso. Pero no era evidente de dónde iba a venir el crecimiento. La inversión pública estaba limitada por el déficit fiscal, los precios internacionales de las exportaciones estaban bajos. La respuesta fue salir a buscar tratados comerciales (a cambio de ceder soberanía sobre decisiones económicas futuras) y megainversiones (con sus megaimpactos sociales y ambientales).
Cuestión que la cosa no funcionó. El tiempo progresivo fue sustituido por el tiempo cíclico, volvimos atrás (que es lo mismo que adelante). Para los progresistas atacar al capitalismo es imposible, pero sí se puede derrotar al neoliberalismo. El problema es que si no se ataca al capitalismo, el neoliberalismo, que es apenas una de sus expresiones políticas, vuelve. Si los aumentos salariales, las regulaciones y la moderación de la devaluación hieren la competitividad de los capitales asentados en Uruguay, la presión para el ajuste tarde o temprano se hace insoportable. El tercer gobierno frenteamplista aguantó como pudo, con niveles de ajuste y represión crecientes, pero menores de los que exigían el capital y la clase dominante. Con el gobierno de derecha, lo que venía acumulando presión se desató, y esto recién empieza.
La pregunta es si es posible romper el ciclo o si siempre vamos a vivir en trabajosos crecimientos y desesperadas defensas que aguantan hasta que ceden, y el ajuste devuelve las cosas a su lugar. ¿Qué estrategia económica, política e internacional nos llevaría a una posición que nos saque del tiempo cíclico? No tenemos hoy una respuesta, pero seguramente un buen primer paso es dejar de creer en el progreso lineal y entender que la historia tiene saltos cualitativos, sorpresas, reversiones, equilibrios inestables.
Estamos en medio de una crisis global cuyo comienzo podríamos fijar (un poco arbitrariamente) en la crisis financiera de 2008. En las últimas semanas, y especialmente en los últimos días, la situación empeoró notoriamente. La crisis es ambiental, económica, sanitaria y política. Diferentes ultraderechas avanzan en todo el mundo planteando a la xenofobia y el disciplinamiento como solución. En Bolivia hay una dictadura, en Brasil gobierna un mono con navaja, en Venezuela persiste la crisis, en Colombia sigue la violencia política, en Chile se mueve una revolución y Argentina pende de un hilo. Mientras, los europeos corren en círculos y los estadounidenses están gobernados por un millonario frívolo y ultraderechista. Y acá tenemos un gobierno oligárquico con reflejos ajustadores y represivos que comienzan a transformarse en hechos.
El progresismo, con su fe en el excepcionalismo uruguayo, nos hizo pensar que quizás todo eso no nos iba a tocar. Más nos vale que salgamos rápido del remoloneo, que el tiempo se acelera y tenemos cosas que hacer.