Un buen día estaba aburrida de tener que depender del encuentro fortuito para poder salir con alguien y decidió probar con una aplicación para encontrar el amor desde el teléfono. Como en las historias infantiles, al principio todo es inocente e inofensivo.
Judith Duportail es presentada como “la mujer que se enfrentó a Tinder” en la portada del periódico británico The Times. La traducción de su último libro, El algoritmo del amor. Un viaje a las entrañas de Tinder, viene a sumar una cuenta más a la discusión que, a razón del amor y sus derroteros, ocupa cierto espacio en la opinión pública reciente.
Luego de un principio tan irritante como intrascendente, de improviso el libro se vuelve entretenido. Esto sucede gracias a la capacidad de la autora de presentarse a sí misma en situaciones poco agradables con una torpeza tragicómica. Comienza sus primeras citas concertadas a través de la aplicación con entusiasmo, pero pronto discurren, uno atrás del otro, los fracasos. Los apodos que pone a sus citas –“Husky”, “Espejismo” o “El tipo del Long Island”– hacen de marco para el asunto serio: el descubrimiento de que la aplicación ha confeccionado un puntaje de deseabilidad secreto para ella así como para cada usuario, y lo ha hecho basándose en preferencias conservadoras. Enterarse de que una compañía de California pretende poner un número a su existencia como mujer deseada la exaspera, y es el gatillo que la dispara a investigar todo lo que esté a su alcance sobre cómo funcionan las herramientas digitales del encuentro.
¿Hasta dónde lleva la madriguera del conejo? Sociólogos, jefes de prensa de las compañías de tecnología, analistas de algoritmos, competidores empresariales, Ceo: nadie parece tomarse muy en serio a esta mujer y sus crecientes dudas acerca de la legitimidad del sistema de citas digital. Desfilan las teorías y análisis con la rapidez de un swipe (el movimiento hacia izquierda o derecha con el que se decide aceptar o rechazar una posible cita en Tinder). Como cualquier producto del mercado global, las aplicaciones de citas están diseñadas para generar adicción a través de recompensas aleatorias y una interfaz que mantiene en alerta permanente a sus usuarios. Se dice que, además, llevan en su diseño un “patrón oscuro”: influir en las personas para que hagan cosas que no quieren y, luego, convencerlas de que son culpables de su miseria. “Sociedad de la evaluación”, “capitalismo de la vigilancia”, “filtros burbuja” son algunas de las expresiones que vagan, a la deriva, a lo largo de la investigación.
Como expresaba Diego Casera hace unos meses en su artículo “Función-seducir”, publicado en un blog reciente que lleva adelante el filósofo uruguayo Sandino Núñez:1 la resiliencia (habilidad para positivizar los reveses de la vida) y la adaptabilidad colocan el “mal funcionamiento” del amor en nosotros, como si fuera nuestra responsabilidad. Además, “el placer comienza ahora a ser proporcionado no por el objeto obtenido (que de hecho podrá no llegar jamás), sino por la propia secuencia técnica a la que acudo para obtenerlo”.
Que los perfiles masculinos en este tipo de aplicaciones, en Uruguay, estén plagados de personas uniformadas y hasta armadas, quizá sea una pista de que así como la direccionalidad y el microtargeting sirven de atajo a posibles enamorados, también son una vía certera, directa y desprotegida para relacionar víctimas con abusadores. Esas historias complicadas nos llegan junto con las invitaciones de casamiento o notificaciones por el nacimiento de hijos que el exdirectivo de Tinder, Sean Rad, decía recibir en su despacho todos los días, y que lo impulsaban a seguir adelante con su trabajo (hoy ha cambiado de rubro y se dedica a aliviar la culpa de los conquistadores y lavar dinero mediante fraudulentas campañas de caridad globales, a través del sitio goodtoday.com).
Si bien las revelaciones respecto del funcionamiento del algoritmo de la empresa son aburridas en grado sumo –salvo para estudiantes de marketing digital–, El algoritmo del amor… describe en forma sincera y despojada las fantasías traumáticas asociadas a las redes sociales: la desvalorización de uno mismo, la envidia frente a otros más exitosos, el deseo extraviado en un estadio de pretendientes que, habiendo perdido el tabú de la sexualidad, pusieron otro sobre el sentimentalismo.
1. Disponible en: ‹txt2020.blogspot.com›.