“Y soltaron a los cuatro ángeles que esperaban la hora, el día, el
mes y el año, listos para exterminar a un tercio de los hombres.”
Apocalipsis 9, 15
Las pandemias y las epidemias mortíferas –más conocidas en otras épocas como
pestes– poseen un halo de inmediatez y letalidad que usualmente remiten a unos
oscuros orígenes (guerras biológicas y manipulación genética y social,
incompetencia o maldad humana, castigo divino o eventual señal del final de los
tiempos) y a la posibilidad real o imaginaria del contagio, de ser afectados
por la temible enfermedad de diferentes maneras y por variados caminos. Bajo el
contemporáneo y aséptico discurso médico y planetario, la cercanía humana
deviene en peligrosa. El coronavirus –la peste de hoy– silencia ciudades
enteras, inmoviliza aeropuertos, cierr...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate