El pensador estadounidense Francis Fukuyama se hizo mundialmente conocido con sus escritos sobre el fin de la historia (1992). Siguiendo a Hegel, el fin de la historia no implicaba el armagedón ni el fin del mundo, sino que un modo de producción y una forma de entender el mundo –el capitalismo financiero– había llegado para quedarse. Como otras tantas, la propuesta de Fukuyama fue un relato. Popular, globalizado y globalizante, pero relato al fin.
En dos de sus últimas columnas en Búsqueda,1 el filósofo y comunicador Facundo Ponce de León intenta, por un lado, desarticular las categorías de izquierda y derecha y, por otro, anunciar que los últimos tres meses marcan la caída del relato de la “sensibilidad de izquierda”.2 Esto último me recordó el planteo de Fukuyama y su anuncio de que la caída de los relatos no tiene que ver con la caída del capitalismo liberal. A su vez, hace poco, en un programa de radio que hacemos con mucho cariño,3 nos referíamos a ciertos ensayos teóricos que llaman la atención por la asertividad con la que sostienen ciertas afirmaciones a futuro. Un tipo lento, como yo, prefiere seguir recostado a la nocturnidad de la filosofía, que emprende el vuelo en el ocaso, como el búho de Minerva.4 ¿Bastan tres meses para afirmar la caída de la sensibilidad de izquierda? ¿O estamos frente a un ensayo de futurología que, entre otras cosas, busca legitimar su propio relato, obviamente contrapuesto al que acabaría de caer?
Ponce de León ubica la sensibilidad de izquierda en tres áreas: solidaridad, ciencia y cultura. Es cierto que el gobierno de Luis Lacalle Pou ha apelado al concepto de solidaridad de forma sostenida desde el inicio de la pandemia. No debería sorprendernos: lo mismo ocurre ante cada evento que recauda fondos para supuestas buenas acciones5 y, en ese sentido, hay loas a la solidaridad del pueblo uruguayo. Abriré una digresión para afirmar que me cabe la duda de si no nos estaremos refiriendo más bien a la caridad que a la solidaridad, a ese mismo espíritu religioso con el cual vemos a filántropos millonarios acallar sus conciencias a través de donaciones de lo que consideran que les sobra o de reuniones de fondos para financiar ciertas actividades. Tal vez la solidaridad tenga más que ver con la preocupación por el otro, con regalar cosas tan preciadas y escasas como el tiempo para hacerles los mandados a los viejitos del edificio o para meter mano en ollas populares, de las que comen aquellos que ni siquiera conocés.
Pero resulta que se ha apelado a la solidaridad, entre otras cosas, para justificar la opción del Estado de aplicar un impuesto a los funcionarios públicos que ganan más de una cifra determinada. Créanme que nada tengo en contra de la solidaridad, aquello que probablemente surja de los sentimientos de compasión que tan bien ligó Rousseau a las posibilidades de un sentimiento de humanidad universal a través de su concepto pitié. Me pregunto si será esa la clave para actuar a nivel del Estado. Un Estado puede ser solidario con otros Estados, como los intercambios que se han dado con China en uno y otro sentido a partir de la aparición del virus. Pero, en lo que refiere a las políticas públicas a ejecutar, lo que debe primar es la noción de justicia. De paso, ¿será justo que solamente sean los empleados públicos quienes hagan un aporte obligatorio-solidario al Fondo Coronavirus? ¿Acaso los gerentes de los supermercados de grandes superficies no deberían hacerlo? ¿Es justo que no se considere una renta básica para quienes más sufren en términos laborales esta pandemia? Sugiero en este punto la lectura del artículo de Gustavo Pereira, quien se extiende más sobre el tema, publicado en La Diaria.6
Tal vez ello forme parte de un relato que intenta propagar la idea de que esa supuesta solidaridad –o caridad– es la que debe suplantar la justicia que los Estados no llevan adelante en sus políticas públicas. Políticas que en los últimos 15 años han aumentado de forma considerable el presupuesto dedicado a la ciencia y la cultura. Con muchas falencias y una lista de críticas que no es el momento de desarrollar, claro está. De hecho, tanto la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (Anii) como el Sistema Nacional de Investigadores, mencionados por Ponce de León, han dado un impulso a la investigación como no se había visto en mucho tiempo, aunque su funcionamiento no esté exento de críticas (y de alejamientos de científicos que formaban parte de su dirección), por su talante productivista y un enfoque más bien positivista. Tampoco ha faltado el cuestionamiento de los dispositivos de fomento de la cultura desarrollados durante los gobiernos del Frente Amplio.
Ahora bien, si estos tres meses, en los que el gobierno encabezado por Lacalle Pou ha establecido lazos con un grupo de expertos, bastan para suplantar esos años de inversión continua –aunque insuficiente–, estamos frente a una operación publicitaria exitosa sin parangón. Lo que ha sucedido en estos tres meses debería ser refrendado por un presupuesto que apueste a la educación, la ciencia y la cultura. Y habrá que ver cuáles son las jerarquizaciones que hace este gobierno en sus definiciones presupuestales. Por ejemplo, si atiende lo que plantea Rafael Radi en el mismo artículo al que alude Ponce de León: “Acá a la ciencia se la fustigó desde ciertos ámbitos para que tuviera el resultado para mañana. Se criticaba la ciencia básica, se decía que la ciencia que sirve es la que va directamente a la generación de productos”. En caso de que el próximo presupuesto destine un monto adecuado a las tres áreas, ¿seguiremos apostando a la generación de productos en lugar de generar masa crítica, para lo cual seguramente sí sea útil leer el Quijote?
Por último, brevemente –daría para una discusión mucho más larga– haré referencia al intento de Ponce de León de explicar el plano de lo político a partir de la cancelación de las categorías de izquierda y derecha. No deja de ser curioso que, luego de un llamado a superar estas categorías en pos de la salud del sistema democrático, se lo utilice para desmontar el relato de la sensibilidad de izquierda. Toda categoría conceptual tiene como función ayudarnos a pensar lo social. Si esas categorías son utilizadas como etiquetas en un nivel del fetiche, el ojo crítico debería estar en quienes las utilizan de ese modo. Hegel vuelve a sernos útil en este aspecto, pues podemos recordar la división entre hegelianos de derecha e izquierda. Los primeros se encargaron de una lectura conservadora de Hegel y aprovecharon su filosofía para continuar afianzando el dogma cristiano. Los segundos, en cambio, rechazaron toda interpretación religiosa de su filosofía y aplicaron su dialéctica a la realidad social. No es extraño que quepan los adjetivos “conservadores” para los primeros y “renovadores” para los segundos.
Ponce de León apela a Hannah Arendt para desconfiar de estos adjetivos. Es claro que la autora alemana entiende que un revolucionario, una vez que triunfa, defiende lo logrado para conservarlo y que quienes se alzan en contra son quienes quieren renovar la situación. De todos modos, en un mundo signado por la desigualdad y la injusticia, la defensa del valor de la igualdad y ciertas concepciones de justicia social parecen seguir siendo categorías renovadoras, revolucionarias o progresistas. Y no parece casual que quienes rechazan los impuestos a las grandes fortunas, a las grandes herencias, al capital no productivo, a la especulación financiera son casi siempre los mismos que sostienen que ya no hay izquierda ni derecha y que quienes las utilizamos estamos atrasados en el tiempo.
* Magíster en Ciencias Humanas y Licenciado en Filosofía (Udelar). Profesor de Educación Media, Especialidad Filosofía (Ipa).
1. “Maldita derecha, maldita izquierda” (https://www.busqueda.com.uy/nota/maldita-derecha-maldita-izquierda) y “La caída del relato” (https://www.busqueda.com.uy/nota/la-caida-del-relato).
2. Comillas usadas por el autor en sus columnas.
3. El Filósofo Ignorante, emitido por Uni Radio, 107.7 FM, www.uniradio.edu.uy.
4. Hegel, G (1937). Filosofía del derecho. Buenos Aires: Claridad.
5. A modo de ejemplo, tenemos el evento anual de la Teletón.
6. “Justicia y solidaridad” (https://ladiaria.com.uy/articulo/2020/5/justicia-y-solidaridad/).